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Pedro de Tena

El envilecimiento desenfrenado del PSOE

El PSOE actual es el resultado de un tremendo equívoco: la extendida creencia de que es un partido democrático.

El PSOE actual es el resultado de un tremendo equívoco: la extendida creencia de que es un partido democrático.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero durante un acto electoral en Cataluña. | Europa Press

En realidad, el PSOE actual es el resultado de un tremendo equívoco: la extendida creencia de que es un partido democrático. Pudo serlo, si los dirigentes socialistas de la Transición se hubieran aplicado la reforma democrática a ellos mismos. Para la socialdemocracia de Eduard Bernstein, por ejemplo, la democracia era lo esencial y sólo desde ella y con respeto escrupuloso a sus reglas de juego se podría avanzar hacia una sociedad más igualitaria sin menoscabo de la libertad sino desde ella. Pero no fue lo que pasó.

Se estuvo a punto de conseguirlo cuando Felipe González y Alfonso Guerra (que daba cursos de economía marxista en facultades sevillanas y alguna transcripción conservo) apostaron por no hacer del marxismo el eje ideológico del nuevo socialismo español. Todo quedó en las formas y en el paripé, mostrando que la verdadera obsesión del PSOE es la organización, el ariete clavado dentro de la democracia no para ensancharla sino para ocuparla, esto es, destruirla.

Pero aún entonces había un nivel intelectual y moral. Peces-Barba se atrevía a decir que el PSOE jamás debería haber participado en el golpe de Estado de 1934. Enrique Múgica percibía la complejidad de las relaciones entre los diferentes grupos sociales desechando toda opción por la imposición y la dictadura. La barbarie de ETA pudo haberles llevado a la defensa de un potente Estado de derecho, pero les condujo a lo contrario.

Tal vez aquella primera degeneración unida a la corrupción procedente de su confusión entre lo público, lo del partido y lo privado, puso al PSOE, que quería vertebrar globalmente a España, a los pies de los caballos del envilecimiento. No hubo reacción moral ni intelectual. Hubo sencillamente sustitución de élites para la continuidad de la organización, con la diferencia de que el nuevo Estado Mayor ni sabía ni estudiaba ni deseaba autocríticas sinceras. Eso sí, estaba dispuesto a todo.

Cuando hoy contemplamos las fechorías de José Luis Rodríguez Zapatero, cuya figura dañará durante mucho tiempo todo intento sincero de reconducción del socialismo español hacia la democracia, comprendemos que el descrédito es merecido. Su comportamiento en el desarrollo del gorilismo rojo en Venezuela y, en general, del populismo neosocialcomunista en Iberoamérica es vergonzoso. Como lo fue su llegada al gobierno tras el escudo amoral en los asesinatos terroristas del 11-M.

En su período de gobierno está germinalmente toda la decadencia del socialismo español, desde su manipulación de las palabras y el doble lenguaje al desdén por la unidad de España y el sentido nacional. Junto a ello, las maniobras orquestales en la oscuridad con las fuerzas vivas del dinero y el poder social –y a saber de quién más—, nos ha conducido al momento presente en el que el envilecimiento se ha extendido de la dirección del partido a todo la organización.

El uso de la mentira como arma política sistemática por parte de Pedro Sánchez y el abandono de la vieja costumbre socialista (y popular) de renovar respetando a los viejos dirigentes a todas las escalas, ha desembocado en que incluso dentro de las filas socialistas haya quienes han condenado esta manera de proceder. Los propios González y Guerra, junto con otros como Nicolás Redondo, Joaquín Leguina, Javier Corcuera y otros afines (medio El País entre ellos) han tenido que denunciar la deriva hacia la nada, eso sí, sin reconocer sus errores de conducta en el pasado.

El abuso y acoso de las instituciones, unido a la consumación de la fractura territorial y solidaria de la España constitucional, por ahora en Cataluña, ha permitido la erección casi completa de un Estado catalán dentro del Estado español y está consintiendo un escándalo judicial sin precedentes según el cual un Tribunal Constitucional es capaz de destrozar con interpretaciones ad hoc todo el Estado de derecho forjado desde 1978.

El fango es tan espeso que, además de las impudicias inexplicadas del presidente (lo de la pandemia, el cierre de Las Cortes, lo de las relaciones internacionales, Marruecos sobre todo, lo de los dineros de la UE y otros), de la esposa del presidente, de su hermanísimo, de sus examigos y exministros y lo que te rondaré morena, el barro ha llegado hasta la revisión de las sentencias del Supremo en un caso como el de los ERE y los que han de venir porque el camino se ha abierto.

Si yo fuera socialista, me habría percatado ya de que el envilecimiento es tal que no hay marcha atrás y que los dirigentes de este desorden sólo pueden salvarse imitando la huida hacia adelante del lamentable Maduro, cuya capacidad para crear dolor a los venezolanos aún no ha terminado. Lo que pasa es que España no es Venezuela. Aún. Pero el PSOE tal vez ya lo es.

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