
La Sociedad Española de Ornitología, al cumplir 70 años de investigación y defensa de las aves, nos recuerda que la Península Ibérica es un escenario privilegiado para disfrutar del espectáculo de los cielos cruzados por infinidad de aves migratorias.
A pesar de ser unos diminutos pájaros insectívoros, las currucas, al llegar el otoño, sorprenden a los ornitólogos que practican el anillado mostrando su pechuga manchada de motas de algo que parece vino tinto de Cariñena: se trata de manchas de zumo de moras, y es que complementan su dieta, normalmente basada en mosquitos y otros insectos, con frutas maduras de diferentes tipos de bayas. Las moras les encantan.
Su instinto las mueve al consumo de complementos azucarados como la fruta, para cargar su hígado y su musculatura de azúcares que irán utilizando como combustible que utilizarán durante el agotador viaje migratorio que les aguarda.
Porque estos pájaros y otras especies insectívoras similares que apenas superan los diez gramos de peso, van a ser capaces de abandonar el continente europeo para trasladarse a cuarteles de invierno africanos, donde no faltarán los insectos, simplemente gracias al movimiento "remero" de sus alas, es decir, a golpe de veloces aletazos. Por depender de este gimnástico procedimiento no necesitarán buscar las corrientes de aire de los estrechos de mar, como hacen las aves veleras o planeadoras.
Podemos comprender que el viaje resulte agotador y que los pajarillos "remeros" busquen descanso en islas e islotes, abundantes en el Mediterráneo, pero a pesar de ello llegarán tramos tan extenuantes como el del desierto del Sahara o la travesía sobre el mar, ambos inevitables.
Los puntos clave del viaje migratorio de las aves veleras, que aprovechan las corrientes, se sitúan en los lugares costeros en los que el brazo de mar resulta más estrecho, Gibraltar por ejemplo. La punta de Tarifa congrega anualmente a centenares de científicos observadores y anilladores, o simples aficionados a la ornitología que disfrutan del espectáculo del paso de las formaciones aladas. La migración se encuentra ahora en uno de sus momentos más intensos del año.
Algunos ya se han ido, como los vocingleros vencejos, que ya habrán llegado a sus territorios africanos bien cargados de mosquitos. La mayoría volverán para pasar el próximo verano en nuestras latitudes; hasta entonces no pisarán el suelo, pues sólo se detienen para nidificar, y esa parte de su ciclo vital tendrá lugar mientras alegran nuestros cielos estivales con sus inconfundibles chillidos.
Como nos recuerda la Sociedad Española de Ornitología, la gran mayoría de las poblaciones de algunas especies de aves rapaces tendrá que pasar por el Estrecho de Gibraltar para alcanzar las latitudes africanas; lo harán más de sesenta mil abejeros y casi doscientos mil milanos negros, y los más afortunados volverán la próxima primavera, esperemos que no sea para encontrarse un cebo envenenado de esos que todavía se colocan en estas latitudes donde presumimos de "civilizados".
Venimos hablando de migraciones en latitud, es decir, de la "pasa" de Europa a África y de la "contrapasa", en sentido contrario, pero también se registran increíbles migraciones horizontales, como las que describen algunas aves marinas, como las pardelas, que nacidas en el mar Mediterráneo, atraviesan el océano Atlántico para aterrizar en las costas norteamericanas o canadienses. Una verdadera proeza.
Como si no fuera suficiente con la anterior hazaña, y como si alardearan de su capacidad para sortear los peligros del mar, las pardelas sobrevuelan las olas casi rozando sus crestas, de esta manera pueden divisar a los peces que nadan someros y zambullirse en picado para tomar alimento durante la dura travesía.
Es mucho lo que nos falta por aprender acerca de los misterios científicos que aún se encierran en los comportamientos migratorios de las aves. Se creía en principio que el aprendizaje de padres a hijos podría tener importancia a la hora de emprender las bandadas sus ancestrales itinerarios, pero no es así, al menos de manera total; las pardelas, a las que antes nos referíamos, inician su viaje por separado, primero los adultos y más tarde los jóvenes "volantones", que siguen exactamente el mismo camino sin haber podido imitar a sus padres. Así ocurre en multitud de casos.
Experiencias realizadas en planetarios, en este caso con currucas, demostraron que la posición de los astros durante las rutas nocturnas, es interpretada por las aves migratorios como un verdadero mapa del cielo, por increíble que parezca; pero más asombroso aún resultó el descubrimiento de concreciones del mineral magnetita en el oído de las palomas mensajeras. ¿Es posible que algunas aves posean verdaderas brújulas internas que contribuyan a su prodigiosa capacidad de orientación migratoria?
Lo que parece demostrado es que una vez próximas a su lugar de destino, muchas aves, por ejemplo las cigüeñas, reconozcan algunas estructuras, como edificios o torres, que recuerdan de viajes anteriores; la orientación remota, a grandes distancias, se debería a cualquiera de los mecanismos prodigiosos aún no del todo conocidos, de tipo de los que hemos aludido: al llegar a las proximidades de su destino final entraría en acción la memoria visual y la experiencia previa.
Todo lo anterior resulta demasiado maravilloso para que el hombre ponga a las aves migratorias dificultades tan absurdas como la colocación de cebos envenenados o trampas y ballestas.
Miguel del Pino Luengo, catedrático de Ciencias Naturales
