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Daniel Rodríguez Herrera

Suecia, el canario en la mina

Si tan preocupados están por la "extrema derecha", adoptar una política de inmigración con algo de sentido común le robaría a Vox una de sus principales fuentes de votos.

Si tan preocupados están por la "extrema derecha", adoptar una política de inmigración con algo de sentido común le robaría a Vox una de sus principales fuentes de votos.
Los inmigrantes ilegales se dirigen al Centro de Estancia Temporal de inmigrantes (CETI). | EFE

Estamos viviendo una extraña situación en que, de repente, promover restricciones a la inmigración vuelve a estar dentro del discurso aceptable, es decir, dentro del discurso que acepta la izquierda. Hablar sobre este asunto sigue siendo inaceptable y facha si eres de derechas, como todo, pero ya empieza a verse que, si eres de izquierdas, es decir, de los buenos, ya no te van a expulsar al frío nuclear si expresas dudas sobre la bondad de incrementar masivamente la población inmigrante. En breve, quién sabe si hasta podrán cuestionar la importación de importantes contingentes de personas provenientes de culturas con evidentes externalidades negativas.

No sólo empieza a normalizarse que países de la UE como Alemania anuncien que van a poner controles en las fronteras de nuevo, aunque sea temporalmente porque es lo único que permite la Unión, sino que Pedro Sánchez ha empezado a enseñar la patita e incluso RTVE, donde oponerse siquiera mínimamente a los caprichos del PSOE tiene serias consecuencias para la salud profesional, han emitido un reportaje sobre los monstruosos problemas de seguridad ciudadana que sufre Suecia. Por supuesto, no llegaron a tanto como para precisar el origen de dichos problemas, pero por algo hay que empezar.

Cuando Trump apuntó al desastre geopolítico al que se dirigía Alemania subcontratando su energía a Rusia, hubo incredulidad, cuando no una burla abierta entre quienes un lustro después tuvieron que reconocer lo evidente. Y algo similar pasó con Suecia. Ante las críticas del ahora candidato republicano a las consecuencias de su política inmigratoria mientras los medios biempensantes lo acusaban de no tener pruebas de lo que decía. Suecia era un país aburrido, donde hasta el idioma reflejaba su cultura basada en el consenso. Pero sus generosas leyes migratorias han llevado a la importación de cientos de miles de personas provenientes de Oriente Medio. Ahora sufre serios problemas con mafias que tienen por costumbre matar a gente con granadas, algunas de las cuales ya han establecido sucursales en España, cuyas filas no suelen estar compuestas por individuos altos, rubios y de ojos azules a quienes les gusta el death metal.

Nadie en su sano juicio pone trabas a la inmigración en números razonables, especialmente si quienes vienen han crecido en una cultura similar a la del país de acogida. Pero diferencias suficientemente sustanciales en cantidad se acaban convirtiendo en una diferencia cualitativa. No es casualidad que, aparte de la propaganda incesante desde el Gobierno para meter miedo, España haya pasado de ser el quinto país del mundo en 2017 en el "índice de paz y seguridad de las mujeres" a descender al puesto 27 en 2023, con cifras récord de violencia contra las mujeres entre la población inmigrante. No es bueno para nadie, ni siquiera para los propios inmigrantes, que un aumento repentino en la población extranjera quiebre la cultura que ha dado origen a una nación lo suficientemente exitosa como para convencerlos de venir aquí en primer lugar. Y si tan preocupados están por la "extrema derecha", adoptar una política de inmigración con algo de sentido común le robaría a Vox una de sus principales fuentes de votos.

Ahora que hasta Kamala Harris ha prometido construir el racista muro de Trump, ¿cambiará Europa de rumbo? Y si lo hace, ¿será demasiado tarde? Es posible. Pero que algunos partidos socialdemócratas estén empezando a recular nos da una esperanza.

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