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La electoralitis patológica del PP y los claroscuros del caso Alvise

Lo grave del caso Alvise no lo contempla el código civil o el penal, sino el moral: dice estar contra la corrupción y se ha corrompido antes de llegar.

Lo grave del caso Alvise no lo contempla el código civil o el penal, sino el moral: dice estar contra la corrupción y se ha corrompido antes de llegar.
Cartel de Alvise Pérez para las elecciones europeas. | Agencias

Es tradicional la empanada ideológica veraniega del PP, que vuelve de las vacaciones ahíto de marisco y entregado a su ensoñación clásica: llegar al Poder sin hacer oposición, sólo mimetizándose con el PSOE para atraer imaginarios votantes que, de creer a sus encuestadores, estarían deseosos de votar a la Derecha y sólo esperarían un gesto que mostrase sus semejanzas y no sus diferencias. Como he mostrado en El retorno de la Derecha, la raíz de ese extravío es el desdén a su base social, que nunca se ha pasado al PSOE, y el vudú centrista, conjuro oportunista de una derecha vergonzante que asume los mantras ideológicos de la izquierda en ese momento, no porque los considere buenos, sino porque cree que le llevarán al Poder.

El banco de horas, una fantasía intervencionista y de prestado

Aunque haya pasado un año del chasco de las elecciones generales, la burocracia pepera, que sobrevive a los presidentes y a lo que sea, sigue soñando con una moción de censura propiciada por el PNV o Junts. Actúan como si Feijoó fuera aquel Rajoy que, en vísperas de la corrupta sentencia del Caso Gürtel, que no se molestó en combatir, decía "yo confío en Aitor, y su trator, el PNV, que me acaba de votar los Presupuestos". A la semana, Aitor y su trator votaron la moción de censura contra el PP, pero Rajoy se fue diciendo, tras aquella noche de copas, y aún presente el bolso de Soraya en el escaño vacío: "En un año estamos de vuelta". Un adivino, Mariano.

Pero aquello obedecía a una lógica: abandonar las ideas liberales y limitar el Gobierno a la gestión administrativa, una tecnocracia franquista contra la democracia, una derecha sin principios y un país sin norte. Así crecieron Ciudadanos y Vox. Y el PP de Casado, que sólo tardó meses en volver al sorayismo, cayó a sesenta escaños. Y los liberales sobrevivieron en Madrid, pese al afán de exterminio del Trío Calaveras: Rajoy, Soraya y Montoro, que competían con la izquierda en su odio a Esperanza y a Ayuso.

Pero insisto en que es una patología de toda la derecha: del Suárez que se hizo de centro izquierda, al Calvo Sotelo que olvidó la LOAPA, del Gallardón más de PRISA que el PSOE, al Aznar que, en 1999, instalado en el Poder, fundó en México aquella Internacional Centrista, que yo ataqué en mi ensayo Viaje al centro de la nada. En esas estamos. Mientras Feijóo se recuperaba de una seria operación de desprendimiento de retina, los cucos de Génova 13 le vendieron la mula ciega del "banco de horas" laborales, idea propia de la Fashionaria y del pelotón de vagos comunistas que dicen que trabajando menos se puede producir más. En realidad, las empresas hace años que van adecuando las necesidades de la plantilla, por ejemplo, en las mujeres con hijos, a la escala de sueldos. No han necesitado que los políticos intervengan. Pero en eso estriba el discurso rojo, en decirnos a todos lo que debemos hacer en lo económico, lo políticos y hasta lo moral.

Un partido no puede regirse por las encuestas que encarga

El PP, desde Aznar, se diferenciaba de la izquierda en el respeto a la economía de mercado y la defensa de la propiedad, que supone también la de la libertad empresarial. Y hete aquí que Feijóo, en una revista de la izquierda chic, nos sirve una empanada progre y pide a la CEOE que la apoye con "generosidad". En realidad, el PP no tiene ningún proyecto, que sería ruinoso, ni otro afán que "hacer un discurso de Gobierno", como si hubiera elecciones mañana. El problema es doble: no hay elecciones en perspectiva y ese proyecto del banco de horas es sólo una ocurrencia del sector maricomplejines del PP, criticado de salida por el PP de Madrid y que tapó en los medios el gran acto del Ateneo de Feijóo con María Corina Machado. Una flatulencia woke ocultó lo más valioso y diferencial del PP con el Gobierno. Como política de comunicación, una verdadera hazaña.

Pero detrás, insisto, está el mantra que mejor define a Rajoy, y, tras su traición, a Casado: "El PP debe parecerse a la sociedad, no al revés". Lo que, traducido al politiqués, significa: encarguemos una encuesta que nos diga que debemos parecernos a la sociedad, aunque nos haga de izquierda. Lo del "banco de horas" es una mezcla casi perfecta de falta de sentido de la realidad y sumisión al discurso enemigo. No adversario: enemigo. Si el PP aún no ha entendido que no estamos en período electoral y que, además, la derecha nunca ha ganado las elecciones pareciéndose a la izquierda, es que está para que lo operen, de la vista, del oído, del olfato y del tacto. Su sordera no tiene cura. Y, además, me temo que Feijóo rechaza el audífono.

El caso Alvise, entre la justicia y la manipulación

Si valiera la pena, que no la vale, buscar un personaje que represente justo lo opuesto a todo lo que admiro y he defendido en mi vida, saldría algo parecido a Alvise. Nunca estudió, como Begoña, pero proclama que lo que sabe lo aprendió en "la Universidad de la vida". Será la del cum fraude de Sánchez, porque el que no estudia es porque no quiere, porque el saber no le importa y hasta le molesta que otros hayan estudiado y sepan. Vamos, que me parecía un caradura hasta que, al llegar al Europarlamento, votó en contra de la dehesa, hábitat del toro bravo y propuso erradicar los toros.

Antes, se hacía fotos con las figuras. Pero no es un cambio de opinión o una astucia electoral. Los toros son un espectáculo sagrado o de lo sagrado, y su valor artístico, histórico, zoológico y ecológico sólo pueden negarlo los ignorantes, que quieren prohibirlos precisamente por lo que deberían ser respetados: su autenticidad, tan española, y su estética, magnífica y cruel, como la vida. Los de Vox, que han traicionado a Meloni pero no a Morante, dicen que el cambiazo taurino demuestra que su ayer hermano Alvise es un delincuente. Lo extraño es que la fiscalía de Sánchez busque casi lo mismo.

Digo casi, aunque me parece fuera de duda –esperemos a los jueces– la financiación ilegal de su campaña por 50.000 euros, límite que duplicó, y el intento detectado en sus correos para eludir la rendición de cuentas; más la grotesca excusa de que cobró sin factura como autónomo, una trola para ignorantes, porque los autónomos deben facturar a partir de 1.000 euros.

Pero esos delitos, mirando al PSOE o al golpismo catalán, son liliputienses. Para mí, lo grave no lo contempla el código civil o el penal, sino el moral: Alvise dice estar contra la corrupción y se ha corrompido antes de llegar. Y si el único argumento en su favor es que todos los partidos lo hacen –cosa que no es del todo cierta ni igual en todos– ¿para qué necesitamos a Alvise?

Eso, lo moral, es lo que está claro. Lo legal, en cambio, cada día me parece más oscuro. La Fiscalía protege al estafador Romillo por denunciar el dinero ilegal que dio a Alvise, pero desprotege a las 30.000 víctimas de su estafa piramidal, que mediante denuncias lo han llevado a los tribunales. ¿Es verdad o sólo un bulo de Alvise que le han dejado escapar a Abu Dabi? ¿Cómo pueden soltar, si es cierto lo denunciado por el fiestero acabado, a un delincuente monumental: 350 millones de euros trincados a pardillos? ¿No hay riesgo de fuga? ¿Pero no dicen que está en República Dominicana, con los socios de Begoña y de Sánchez, de Zapatero, de Bono y de Felipe? ¿Y van a dejar que este ejemplo acabado de latrocinio pueda pasar a la dorada clandestinidad de los Hidalgo, a cambio de perjudicar a Alvise? ¿Y cómo es que los medios, tan diligentes en publicar los datos de Alvise que lo retratan como mentiroso, no publiquen una foto de Romillo?

Si decimos que no vale todo contra Nacho Cano, en el que la policía de Sánchez se vengó de su apoyo a Ayuso, tampoco vale todo contra Alvise. Y menos, que se suelte a un delincuente importante a cambio de un favor político contra un delincuentillo pillado antes de robar. No me gusta nada Alvise. Tampoco cómo se está tratando a Alvise. Hoy es él. Ayer quisieron que fuera Ayuso, mañana pueden ser Abascal o Feijóo. O usted, o yo. Ni el fin justifica los medios, ni el fin de Alvise justifica nada. Y menos, este lío para tapar los escándalos de la nueva chica Almodóvar.

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