
Comenzaré definiendo de algún modo el término "gallinismo" para que no pueda confundirse con lo relacionado con esa locura vegano-feminista de defensa de la "identidad" de las gallinas. Lo mío es menos progresista y más tradicional. Sin embargo, para prevenir las blasfemias de la izquierda y el feminismo, nazi, natural o descafeinado, diré que una vieja teatral de Rafael Alberti ya usó a las gallinas como símbolo de cobardía: "¿Matar a estocadas al francés? ¡Pero si aquí en España son unos gallinas! ¡A escobazos, a escobazos los destripo yo a todos! ¡Ji, ji, ji!". Y es ese el sentido, segunda acepción de la palabra gallina, que le doy, por ampliación, al gallinismo.
Por tanto, gallinismo viene a significar un comportamiento desmayado y pusilánime a la hora de defender lo propio. En las entretenidas películas de la trilogía Regreso al futuro, Marty McFly ardía como una zarza cuando el chulo de la peli le llamaba "gallina", calificativo que se extendía a su padre, George McFly. Entonces saltaba como un gato montés y se enfrentaba al bravucón.
Ya Ortega dejó escrito que el político auténtico debe ser magnánimo, no pusilánime. "El magnánimo es un hombre que tiene misión creadora: vivir y ser es para él hacer grandes cosas, producir obras de gran calibre. El pusilánime, en cambio, carece de misión; vivir es para él simplemente existir él, conservarse, andar entre las cosas que están ya ahí, hechas por otros —sean sistemas intelectuales, estilos artísticos, instituciones, normas tradicionales, situaciones de poder público... El pusilánime, por sí, no tiene nada que hacer: carece de proyectos y de afán rigoroso de ejecución. De suerte que, no habiendo en su interior ‘destino’, forzosidad congénita de crear, de derramarse en obras, sólo actúa movido por intereses subjetivos— el placer y el dolor. Busca el placer y evita el dolor".
El gallinismo democrático es pues el comportamiento desmayado y pusilánime a la hora de defender una estrategia que tiene como fin la transformación cívica de todos los españoles –hablemos ya de España y la nación española—, en sujetos conscientes y libres capaces de desarrollar un proyecto de vida en libertad. Puede haber diferentes modos y medios de acercarse a ese fin, pero el propósito tiene que ser la vida en libertad.
Naturalmente esta intención no existe, porque doctrinalmente no está contemplada ni deseada, en el marxismo y sus derivados, socialcomunismo en nuestros días, sea nacionalista o no. Por tanto, Pedro Sánchez y sus socios, un poner, no quieren eso para los españoles. Es más, quieren la sumisión a las élites que conocen su felicidad mucho mejor que ellos mismos y su dependencia del Estado hasta desembocar en una sociedad autoritaria y/o dictatorial. Pero, oigan, no sufren de gallinismo político. En todo caso, exhiben un gallismo avasallador, valentón, e incluso matón.
¿Y qué se le enfrenta? El más vergonzoso gallinismo democrático que no sólo no se atreve a defender lo que dice pretender sino que, en demasiadas ocasiones, como una gallinita ciega, ni siquiera sabe dónde va ni qué camino tomar. Ese gallinismo democrático español se extiende desde la socialdemocracia (que dicen que existe aunque no hay pruebas), a quienes se dicen liberales, liberal conservadores o conservadores sin más. Mientras tanto, Sánchez y su banda no tienen reparo alguno en tomar una decisión, y otra, y otra, de forma desinhibida deshaciendo el rompecabezas de la democracia española.
En efecto, sí han querido y sí han podido. Pueden hacerlo y lo hacen, día a día, como una gota malaya que abre agujeros cada vez más grandes y profundos en las instituciones diseñadas para desarrollar la democracia y sus valores. Desde 2004 hasta ahora, la involución es patente. Ya sólo nos falta que el exterrorista Arnaldo Otegui sea un día presidente del gobierno de España votado por las izquierdas. Como en México, lo ha sido la colaboradora del terrorimo del M-19 colombiano. No hay nada que los detenga. Fíjense en el oprobio que es dejar que los amparadores de los etarras decidan la ley de seguridad del Estado o que salgan a la calle los asesinos del fiscal Luis Portero, último caso.
Ahí está su asalto al poder judicial, a la Fiscalía, al Tribunal Constitucional, a los organismos reguladores, a los medios de comunicación que aún resisten de pie, a los bolsillos de los ciudadanos vía precios, vía impuestos, vía mentiras, a la historia, a la igualdad de hombres y mujeres, a todo lo que les estorba. Tengan un plan o no, sean acciones oportunistas o arbitrarias, hacen, actúan, imponen, desollando las leyes o alterándolas a conveniencia.
¿Y qué hacen los demócratas "centristas", o menos, a derecha e izquierda? ¿Y los conservadores, muy o no tanto? Muy poco, casi nada. Gallinismo, cobardía, irresolución, desnorte. Eso sí, dividirse al gusto de Pedro Sánchez, ignorar la necesidad de articular un proyecto magnánimo de gobierno para una España democrática y no enfrentarse, sino incluso parecerse, al gallo dominante. Lo del PP, con algunas brillantes excepciones, de Vox (también con otras), de los restos de Ciudadanos (lo mismo) y los socialdemócratas, ex o no del PSOE, es patético.
Antes pensaba que este gallinismo podría ser una incapacidad política transitoria. Ya no. Cuando gobernaron carecieron de proyecto, no quisieron aunque pudieron. Ahora, en la oposición viven y vivirán cojonudamente. Una España cabalmente democrática es cada día más imposible.