En la novela de Hemingway Fiesta, uno de los personajes le pregunta a otro cómo había llegado a la bancarrota y éste le responde que gradually and then suddenly. La decadencia suele ser así. Por eso no hubo un momento en que se jodió el Perú. Fue decayendo poco a poco, hasta que a partir de un momento le dio por hacerlo en caída libre. A veces, con suerte, mirando atrás podemos saber cuándo empezó todo y cuándo se aceleró. Pero no siempre.
El desastre de Valencia ha venido precedido de noticias diarias sobre continuos retrasos en la red ferroviaria, especialmente en Madrid, fruto de muchos años de desatención al estado de la infraestructura. Porque si hay algo en lo que se puede observar este proceso de decadencia es ahí. Aun sin continuas inversiones en mantenimiento todo sigue funcionando sin demasiados problemas hasta que empieza a haberlos y entonces no dejan de suceder uno tras otro. Poco a poco y luego de golpe.
Ahora sabemos de los planes que había hace más de 20 años para minimizar las consecuencias de unas lluvias como las del pasado martes, como parte del Plan Hidrológico Nacional. El mismo que derogó Zapatero en 2005 por motivos exclusivamente políticos, por sectarismo puro y duro. Porque cuando una democracia se destruye a sí misma lo hace en muchos frentes simultáneos. La erosión de las instituciones es uno de ellos. Un ambiente político donde lo que conviene es que haya tensión avanza en leyes sectarias como la de memoria histórica y no aborda proyectos necesarios, pero políticamente improductivos como la construcción de la presa de Cheste.
La triste realidad es que estamos peor que hace veinte años. Que nunca llegamos a salir de verdad no ya del covid, sino de la crisis de 2007. Que en lugar de avanzar hemos retrocedido. Poco a poco. Quizá llegue el momento en que miremos al pasado y veamos que fue en Valencia cuando comenzó de verdad la cuesta abajo, cuando pasamos de ser un Estado de derecho, una democracia, un país desarrollado, a descender por la senda peronista al subdesarrollo que arruinó a la Argentina, uno de los diez países más ricos del mundo al comienzo del siglo XX.
"Sólo el pueblo salva al pueblo", se ha escuchado estos días. Y aunque la solidaridad y la ayuda entre conciudadanos es algo maravilloso que nos ayuda a todos a seguir creyendo en el ser humano y en los españoles, en un país que funcione de verdad sería el Gobierno quien liderara el esfuerzo en lugar de ir a remolque. Y por mucho que sea una necesidad expulsar no ya a Pedro "si necesitan ayuda que la pidan" Sánchez, sino a toda la forma de hacer política del PSOE de 2004 a esta parte, es sólo un primer paso. El statu quo nos ha traído hasta aquí. Mariano Rajoy tuvo una oportunidad de oro de acabar con él y volver a poner a España en el buen camino, pero no hizo nada para corregir el rumbo porque era un hijo sano del mantenerlo todo igual. Si Feijóo, como parece, pretende hacer lo mismo que su mentor, puede ser arrollado por la misma inercia que nos ha traído hasta aquí.
Lo único que nos ha salvado hasta ahora ha sido la pertenencia a la Unión Europea. Pero, aun con retraso, ésta parece estar tomando el mismo camino. Argentina tardó un siglo en escoger a alguien lo suficientemente loco como para cambiarlo todo. ¿Cuánto nos llevará a nosotros? Porque a la prosperidad y a un Estado de derecho con instituciones fuertes e independientes, tristemente, sólo se puede volver poco a poco, no de golpe.