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El maldito Estado del Malestar

¿De qué sirve tanto organismo previsor y tanto panel experto si no salva vidas de verdad, aquí y ahora?

¿De qué sirve tanto organismo previsor y tanto panel experto si no salva vidas de verdad, aquí y ahora?
El agua bajó con tanta fuerza que arrancó muros y refuerzos de las casas más cercanas al barranco de Chiva. | Libertad Digital

Las imágenes y crónicas que han enviado los periodistas del Libertad Digital y esRadio destacados en las localidades afectadas por la DANA son más propias de un escenario de guerra, los restos de un bombardeo masivo. Al verlas se entiende mejor una tragedia que puede acercarse a los 300 muertos cuando terminen las labores de búsqueda y que requerirá de enormes esfuerzos para afrontar tareas de reconstrucción física, empresarial y, por descontado, política.

La pérdida de vidas no tiene remedio posible y esa es una enorme responsabilidad que, desgraciadamente, siempre se puede cruzar en el camino de todo servidor público. Como bien dice en estas páginas Manuel Fernández Ordóñez, salvo honrosas excepciones, los únicos que han dado la talla han sido, y son, los ciudadanos. La solidaridad espontánea trabaja cuando el Estado duerme, o sea, casi siempre.

Dice el teniente general Javier Marcos, jefe de la UME, después de lanzar cohetes en todas direcciones como hacen las aeronaves para evitar ser derribadas por el enemigo, que "nadie podía prever la magnitud de lo que ocurrió". ¿Nadie? ¿Ni siquiera los que se supone que nos alertan de los grados exactos que va a subir la temperatura del planeta en el año nosecuantos? ¿De qué sirve tanto organismo previsor y tanto panel experto si no salva vidas de verdad, aquí y ahora? La evasiva del teniente general tampoco aclara el caos.

La tragedia de la DANA fue de tal magnitud que estaba llamada a cobrarse vidas con total seguridad. Pero no tantas. Algo parecido sucedió con la pandemia, que el paso de la muerte era inevitable pero tampoco había que alfombrarlo con ineptitud, negligencia o falta de interés. Eran vidas. No vuelven.

Es justo reconocer, para mayor frustración, que además del siempre extraordinario trabajo de los profesionales del rescate y la emergencia muchos funcionarios han estado en su sitio y han actuado siguiendo un protocolo de seguridad que se estrelló cuando llegó a las esferas políticas, tanto las dependientes del Gobierno central como las de la Generalidad Valenciana. La eficacia profesional suele morir a las puertas de un despacho oficial o en la bandeja de entrada de un asesor.

Si el presidente regional Carlos Mazón tiene el deber de explicar muchos detalles de su actuación, no digamos la desaparecida Teresa Ribera, altiva e incompetente titular de un ministerio que se llama de Transición Ecológica y Reto Demográfico. Sólo ya en el nombre está la razón de su fracaso y el nuestro. Ella ni siquiera pisó Valencia, no estaba ni en España. Mañana debería estar buscando un trabajo que no dependiera de sus influencias sino de su valía, ardua tarea.

El Estado y la reconstrucción

Beatriz García nos ha recordado una campaña publicitaria del "Gobierno de España" que no escucharán en esta casa —no todos los medios somos iguales ante la ley— que dice que "lo que das, vuelve". La broma macabra consiste en que gracias a los impuestos tenemos carreteras, hospitales, escuelas públicas… y hasta nos pueden rescatar de algún desastre desde un helicóptero, como aparece en una de las imágenes de la campaña institucional. Muy oportuno.

La carga tributaria a la que hace frente cualquier ciudadano adulto es enorme, desde el IRPF hasta el IBI pasando por decenas de tasas autonómicas, municipales, impuestos indirectos, más los propios de actividades económicas si se tiene un negocio por pequeño que sea. A partir de ahí, se nos trata de inculcar que lo privado es caro y lo público, gratis. Bajo esa machacona falacia siguen pretendiendo aumentar la recaudación subiendo impuestos… y, por consiguiente, cerrando las persianas de negocios, limitando nuevas contrataciones y disuadiendo a cualquiera de emprender aventura alguna. Al fenómeno se le conoce —de sobra— como socialismo y sí, también es peor cuando hay catástrofes. Aquí y en todas partes del mundo.

Unos y otros lo llaman estado del bienestar, un castillito de arena que se ha llevado por delante la mortal riada. Ahora, entre las taifas y el califato aparece amenazadora una gigantesca garganta de destrucción que, en pocos minutos y mientras se decidía quién decidía, se tragó la tierra y partió en dos pueblos enteros con sus habitantes dentro. ¿Es posible que tantas vidas hayan dependido de un conducto reglamentario erróneo, mal interpretado o, simplemente, desconocido? Pues lamentablemente, sí. La inoperancia ha sido la mejor aliada de la mortal riada. Ahora queda el Estado yacente, en forma de pegajoso barro que sólo ensucia y dificulta el paso.

Hay negocios que no podrán reabrir porque es muy difícil reponerse de la nada absoluta: sin casa, sin local, sin coche, sin bienes que vender. Muchos agradecerán cada día estar vivos, otros tendrán que sobreponerse a una pérdida cercana antes de pensar en volver a producir. Y otros ya no están ni estarán. Habrá empresas que se verán obligadas a plantear un ERE porque se conocen de sobra el cuento de las ayudas públicas que no llegan o que lo hacen cuando ya no queda a quién ayudar. Y todavía tendrán que aguantar el sermón de algún estatalista de chalé que piensa que todo mal es poco para el patrón. Queda mucho barro, el verdadero fango.

El Estado central, las comunidades autónomas, los ayuntamientos más importantes y las grandes empresas del Ibex —amén de la durmiente UE— están en la obligación de revisar sus prioridades frente a la inoperante fiebre del falso ecologismo que está agravando los desastres naturales. Hay que esforzarse en no contaminar y hacer la vida más fácil a los demás, pero el clima siempre está cambiando y esa es la única verdad incómoda para los intereses multimillonarios de los alarmistas profesionales que predicen todo menos la realidad. Lo que sí es antropogénico es la torpeza que acaba en destrucción y muerte. De eso no cabe duda.

En el colmo de las desgracias, el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, siempre capaz de añadir dolor a la tragedia, nos ha dejado para la posteridad un resumen de su verdadera dimensión: "si quieren ayuda, que la pidan". Él sólo ansía perpetuarse en el Poder con su imputada familia, al margen del sistema democrático. Y, por supuesto, seguirá buscando el Palo de Paiporta aunque le tenga que pedir prestados los Navy Seals a Donald Trump.

Que no se escatimen medios, presidente. ¡Qué vergüenza de Estado!

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