
Hay que aprender del ajedrez, ese juego casi diabólico y tan español (Borges lo codiciaba), al que amo sin entenderlo del todo desde que fui guionista en RTVE del programa que dedicó al Campeonato del Mundo de Sevilla (1987, ahí es nada). Allí, en el Teatro Lope de Vega, nada menos, se enfrentaron el, por aquel tiempo, oso perestroiko de Bakú y ahora croata, Garri Kasparov, y la bífida cuchilla de Zlatoust, el entonces campeón, y economista soviético,, Anatoli Karpov.
De las muchas lecciones que recibí de aquel maestro, intelectual y médico extraordinario que fue Ricardo Calvo Mínguez, sólo aprendí unas pocas. No di para más. Una de ellas es que hay que sospechar de lo aparente calculando consecuencias inesperadas, antigua pasión de los filósofos y científicos para explicar razonablemente el mundo. Aristóteles creía que la piedra caía del cielo al suelo porque éste era su lugar natural. Newton y Einstein dieron explicaciones menos evidentes, pero más precisas.
Lo peor para jugar al ajedrez es ser un primario, mover la primera pieza que se te viene a la cabeza sin más consideración que la inmediata pasión por dominar y devorar el arsenal del adversario. Ejemplo. Sabido es que la famosa partida La Inmortal, entre Adolf Anderssen (blancas) y Lionel Kieseritzky (negras) en la ciudad de Londres el 21 de junio de 1851, demostró cómo puede perderse capturando a casi todo el ejército del otro jugador. Cuestión de inteligencia y sagacidad estratégica. Y de paciencia.
Después del "aldamazo", esa declaración judicial que, unida a los antecedentes y hechos ya instruidos, hubiera hecho dimitir a mil presidentes demócratas serios y dignos, yo mismo he estado tentado de mover pieza instintivamente y pedir la dimisión de todo el gobierno, de exigir una moción de censura –lo hice ya en su día—, de hacer llamamientos a quien quede en el PSOE con vergüenza y a todo al que tenga un átomo no corrompido de corazón político en el mundo mundial.
Cuando uno observa la trayectoria de este forajido de la política española, desde la falsedad de su tesis académica y sus votos fraudulentos en un congreso de su propio partido hasta este fangal de mentiras en el que, gracias sobre todo a él, vivimos, lo instintivo, lo primario, lo impulsivo es pedir su cese, su renuncia, su jaque mate inmediato. Pero, cuando el que se tiene enfrente no es un demócrata, ni un ciudadano digno; cuando se tiene como enemigo a un partido subyugado que aplaude el cinismo del tirano al que idolatra, entonces hay que recordar qué es el ajedrez y su comprensión de la batalla.
Nuestro tablero es España, esa España que ha sido puesta en peligro de muerte cierta desde 2004, primero con las infamias cien del gobierno socialista del vil amigo de dictadores y dólares, José Luis Rodríguez Zapatero a las infamias del gobierno monstruoso y anti-nacional de Pedro Sánchez. ¿Queremos recuperar esa España de la transición que, generosamente, se metamorfoseó en una democracia desde una dictadura con problemas pero sin anatemas, salvo el asesinato y el juego sucio contra la nación?
Pues entonces, señoras y señores, hagamos que siga Pedro Sánchez cuanto más tiempo mejor, porque la continuidad de este cenagal moral, ideológico y político, conduce a su fondo barroso al propio PSOE, corresponsable de la cochambre ética del caso. Pero además, va a conducir al descrédito perpetuo a toda esa cuadrilla de bandoleros socios que se pelean entre ellos por un pedazo de asadura fiscal y vital de los demás españoles, atónitos ante el espectáculo de tanta mezquindad y cinismo amoral.
Que estemos viendo a un Podemos, que va de coherencia de bolcheviques de chalé, ayudando al pirata y a su tesorera; que veamos a Sumar, devota antes, blasfema ahora, de su miembro Errejón sabiendo lo que sabían, genuflexa ante la violencia corrupta del sátrapa; que veamos a todo el separatismo catalán y vasco, derecha e izquierda, cómplice de la asquerosidad política más grosera de un déspota; que veamos cómo calla Izquierda Unida ante la inmundicia —ah, Julio Anguita, qué tiempos aquellos cuando se podía intentar ser comunista, imposible, desde luego, teniendo vergüenza moral—, es un signo de esperanza.
Cuánto más tiempo siga este violador de la convivencia democrática en La Moncloa; cuanto más lo coreen los esbirros que lo sostienen; cuánto más silencio guarden quienes deberían combatirlo, mejor para España y su regeneración democrática. Hay que dejar que su porquería se cueza en su propia pócima de modo que su sofrito de mentiras, de fango y de desprecio a los demócratas de bien de esta Nación, no les permita levantar la cabeza nunca más. A todos ellos, no sólo a su autócrata Pedro Sánchez. Se trata de derruir todo su templo, sí, pero además de acabar con todos los filisteos.
De ahí el ajedrez: saber qué, cómo y cuándo. No, nada de tablas. Se trata de ganar la partida nacional. Por ello, Pedro, tú sigue. España, la patria común del futuro de la gente de buena voluntad te necesita porque eres la losa que caerá para siempre jamás sobre todos los que te han ayudado. Amén.
