Acaba de saberse oficialmente lo que ya sabíamos todos, esto es, que los alumnos que acuden a clase en colegios e institutos de España cada año que pasa saben menos. Así, según los resultados del informe TIMSS, una evaluación comparativa internacional de los conocimientos matemáticos y científicos de los escolares, los jóvenes residentes en nuestro país todavía saben menos de tales materias que hace doce meses, cuando ya se situaban en el furgón de cola de la OCDE, solo por delante de Macedonia del Norte, de Montenegro y de ese definitivo desastre multicultural y multiétnico que todavía se llama Francia.
Los educandos que habitan en España, pues, figuran hoy entre los más ignorantes de la parte del planeta donde hay semáforos y aceras. Pero incluso entre los más ignorantes de los ignorantes siguen existiendo clases. Así, de la lectura de ese documento se extrae que los niños y adolescentes que calientan sillas en los centros docentes catalanes ocupan, a su vez, los peores puestos entre los que hacen lo mismo en el resto de las autonomías españolas. A los de Andalucía, Canarias y Baleares también les luce el pelo en esa liga, por cierto.
Bien, somos una de las naciones que más dinero gasta en su sistema educativo y el resultado de ese enorme esfuerzo colectivo es que de las aulas salen legiones y legiones de semianalfabetos funcionales para pagar las pensiones de los boomers que estamos a punto de jubilarnos. Aparte de Madrid, un territorio que para bien o para mal cada vez se parece menos a España en todo, solo se salvan de la vergüenza y el bochorno aireado en ese papel dos tipos de regiones: las que no tienen mar ni inmigración (Castilla y León); y las que, amén de tampoco recibir migración significativa, sí poseen mar pero es como si no lo tuvieran, ya que llueve y el agua está fría (Galicia). Y es que, mientras queramos seguir siendo lo que hoy somos, un país de bares de playa atendidos por hijos de inmigrantes que cambian los libros por una bandeja, el bochorno seguirá.