Si bien con distintos grados de emoción, la mayoría de los catalanes recuerda el año 2017 como el de la proclamación de la efímera Republiqueta de los siete segundos. Pero en el año diecisiete del siglo XXI aconteció otro hecho en la demarcación de mucha mayor trascendencia histórica que aquella ruidosa charanga a la que convenimos entre todos llamar el procés. Y sin embargo, en medio de la algarabía tumultuaria de cuando entonces, poco se reparó en él.
Y es que, por primera vez en la Historia de España, algo que ya suena a palabras mayores, en el ejercicio de 2017, Madrid, el vetusto escenario de esas novelas costumbristas de Galdós siempre llenas de funcionarios ociosos e ineptos que vegetaban parasitando a un Estado tan inane como ellos mismos, resulta que adelantó a Cataluña en su porcentaje de aportación al PIB. Porque en 2017, sí, se vino abajo la quimera de que bastaría con desearlo mucho para que España, una de las naciones más antiguas del mundo, fuese humillada, derrotada y finalmente desmantelada por el independentismo. Pero lo que también se vino abajo en aquel mismo diecisiete, y con toda certeza para siempre, resultó ser el prejuicio germinal sobre el que se sostiene el núcleo profundo que informa a la ideología catalanista.
Una raíz doctrinal construida sobre la dicotomía maniquea entre una Cataluña rica, próspera, creativa, emprendedora, moderna, cosmopolita y ligada a la Europa del crecimiento y el desarrollo, por un lado, frente a la Castilla inane, atrasada, castiza, arcaizante, siempre aferrada a las ubres del Estado, ineficiente por norma y tibetana por vocación espiritual, por otro. Ese sobado cliché noventayochista fue uno de los argumentos movilizadores a los que apelaron los sediciosos de la Generalitat para lanzar a su gente a las calles durante las jornadas de octubre. Y sin embargo, ya por entonces Madrid había superado a Barcelona en la liga del PIB. "Madrid se refuerza como el motor de la economía española por delante de Catalunya", titulaba ayer, y con dolor, La Vanguardia. En fin, siempre les quedará esa "y" griega.