
Esta es mi carta a los Reyes Magos, esa festividad que alegra el corazón de millones de familias de todo el mundo, desde Filipinas a Argentina, pasando por Asia, África, Europa y América. Nada más que por haber sido la constructora de un grandioso espectáculo sentimental así, la religión cristiana, sobre todo católica, e incluso, y a pesar de todo y de sus jerarquías, merecerían una atención menos estúpida, sobre todo de sus enemigos. Pero, calma, ni Herodes se atrevió a asesinar a los Magos de Oriente.
¿Qué otra fe, incluso qué otras ideologías de salvación han sido capaces de articular una emoción compartida sobre la creencia en la inocencia y su derecho a la expresión civil de su alegría, aunque sea temporal o, precisamente, por serlo? Las izquierdas españolas, nacionalistas o no, han atacado siempre a la Navidad, en cuyas fiestas la cabalgata de los Reyes Magos es el postre popular. Vale que les molestase su aspecto religioso, pero, ¿cómo es que han sido incapaces de dar a luz un evento educativo y moral de una potencia similar?
Sí, sí. Destruir – incluso estampitas – es más fácil que construir. Recuérdese cómo el gobierno del satánico y cruel Companys, ídolo de la Esquerra, socio del gobierno Sánchez, condenó a muerte por fusilamiento a un alcalde de Lérida, Joan Rovira Roure, "abogado del Estado y político de la Liga Regionalista, de orientación catalanista y católica". ¿Su principal pecado? Permitir la celebración de la Cabalgata de Reyes en su ciudad, como desde siempre se había hecho en España. Fue asesinado el 27 de agosto de 1936.
Viene esto a cuento del Fiscal General del Estado, y he dicho asesinado porque el juicio aquel fue sumarísimo, protagonizado por un Tribunal "popular", o sea, no de jueces de carrera e incluso se le negó al pobre hombre el derecho a la defensa. Pero, claro, ya se sabe por la desmemoria histórica sanchista que sólo Franco fue quien permitió procedimientos sumarísimos. Todos fueron ángeles, menos él. Qué risa, tía Felisa.
Bueno, perdonen la digresión, y al grano. Le pido a los Reyes Magos que me perdone el Excelentísimo Señor Fiscal del Estado. Naturalmente, no porque el todavía presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, haya invitado absurda y cínicamente a todos los que han afeado el comportamiento infame de todo un Fiscal Supremo a pedirlo. Al contrario, le quiero pedir perdón al dependiente mayor del tugurio amoral de su puto amo, por no haber hecho lo suficiente por lograr su dimisión fulminante.
Sí, señor Fiscal, le pido perdón por no recordarle más y más agriamente que su misión constitucional es "promover la acción de la justicia en defensa de la legalidad, de los derechos de los ciudadanos y del interés público tutelado por la ley, de oficio o a petición de los interesados, así como velar por la independencia de los Tribunales y procurar ante éstos la satisfacción del interés social."
Le pido perdón por no haber difundido con mayor pasión y continuidad la trascendencia política y moral del presunto delito que se le atribuye por la sala de lo Penal del Tribunal Supremo que ha decidido imputarlo e investigarlo por unanimidad. Usted, máximo garante de la defensa de los derechos fundamentales de los ciudadanos, ha revelado, presuntamente, los secretos de uno de ellos sin su consentimiento y a sus espaldas para conseguir un fin político.
Le pido a los Reyes Magos que su Excelencia me perdone por no haberle exigido, gritado, vociferado e incluso disparado una palabra: Dimisión, desde el primer minuto que se conoció su imputación. ¿Cómo puede seguir siendo Fiscal General alguien que ha sido imputado por el máximo órgano judicial de España por ser supuesto autor de un delito contra los derechos fundamentales? ¿No ha calibrado el daño que ha hecho a su Ministerio? ¿No ha valorado la dimensión del descrédito que la Justicia tiene ya en este país? ¿Cómo se ha atrevido?
Le pido además a los Reyes Magos que su Excelencia me perdone por no haber proclamado que también debería ser imputado por un presunto delito de obstrucción a la justicia, de libro, y, sabido lo ya sabido, por otro presunto delito por su cada vez más evidente ejercicio de destrucción de pruebas. Repase los artículos 413 y 414 del Código Penal, entre otros. Y esto, por ahora, porque no se puede ser más torpe con el asunto el móvil.
Si le pido a sus Majestades que usted me perdone es porque quisiera que, antes de ser condenado, cosa que espero y ansío porque su responsabilidad es tan monumental como sus presuntos delitos, comprenda que he pretendido ser templado en la confianza de que su vacío moral no llegara a los extremos que ha llegado. Le da igual el prestigio de la Fiscalía, el del Estado, el de las instituciones judiciales , el de la democracia española y todo lo que no sea su sumisión ante el sátrapa del que depende. Pues ya está.
Perdóneme, pues, su Excelencia por no haber sido más duro con usted. Quizá si lo hubiera, si lo hubiéramos sido, usted ya habría dimitido y su dignidad personal no habría sido devorada por tamaña corrupción ética y estética. Perdóneme por no haber demandado su dimisión con más energía y contundencia. Si lo hubiera hecho, tal vez usted no estaría ahora en ese pozo sin fondo de iniquidad y perversión judicial que le conduce al infierno procesal y a la peor memoria histórica: ser, posiblemente, el primer Fiscal General condenado por el Tribunal Supremo.
Espero que Baltasar, mi Rey Mago de siempre, se lo explique mejor y logre de su Excelencia el perdón que le pido mediante esta carta. No, no he sido compasivo con Vuecencia. Atentamente.