
Lo confieso. No pensaba hacerlo, pero cuando vi que algunos medios de comunicación estaban transmitiendo en directo la ceremonia de proclamación de Donald John Trump como nuevo presidente de Estados Unidos, me enganché al que no comentaba nada. Sólo imágenes y sonido ambiente. Aquel era un salón no demasiado amplio que prometía estrecheces, como así fue. Pero fue la alternativa decidida ante los muchos grados bajo cero que había en el exterior del Capitolio.
Lo primero que vi fue la posición estratégica que consiguieron algunos cabecillas de la revolución tecnológica entre los que distinguí a Jeff Bezos, de Amazon; a Sundar Pichai, CEO de Google, y, cómo no, al omnipresente y nueva bestia de la burocracia wokista, Elon Musk. Cualquier cosa. Gente que ha hecho, que ha inventado, que ha desarrollado, que han enriquecido la vida y la sociedad, que ha cambiado el mundo con sus productos y servicios. Inevitablemente, pensé: ¿Hay algún social-comunista o separatista e incluso centroderechista que haya hecho algo así?
Luego presencié la entrada de muchas fuerzas vivas del Estado USA, seguro que muchas del Estado "profundo" y muchas más del Estado "superficie". Pero me impresionó ver entrar al recinto a los expresidentes y ex vicepresidentes vivos de Estados Unidos. Allí llegó Bill Clinton y su señora, la que llamó "deplorables" a los votantes de Trump, que le ganó las elecciones en 2016. ¿Cómo no pensar en cómo llaman los sanchistas a los votantes de la derecha? Fascistas, ultras, carcas, asesinos, corruptos (¡ellos!)…cuando menos.
Pero no hagan caso de las apariencias. Estaba repasando el libro de memorias de Melania Trump, cuyo sombrero casi cordobés la defendió del protocolario beso de su esposo, cuando encontré la prueba de que sí, que engañan. Cuando se bautizó Barron Trump hace ya casi 20 años, en la fiesta organizada por el patriarca estuvieron Bill e Hillary Clinton, la misma para la que pidió una ovación cuando fue proclamado presidente en 2016, tras derrotarla.
Un sonriente, aunque algo nebuloso, George Bush, hizo su entrada después y finalmente Barack Obama, compuesto y sin esposa, que dicen que odia tanto a Trump que ni su presencia soporta. ¿O será lo del amorío veterano de su marido con una actriz? Sólo faltaban Kamala Harris y su cónyuge. Con una cara de póker como una Fiscalía, llegó, con los dientes apretados y la cara a media altura. Por si fuera poco, los miembros de la Corte Suprema, de por vida e intocables, salvo renuncia o Impeachment, no podían faltar.
Cuando entró Trump, ya estaban todos, como es natural, el todo nuevo mundo político, económico e institucional de Estados Unidos y su oposición política, reconocida y presente. Eso es lo que caracteriza a una nación sin adjetivos. Todos son nación y cada uno tiene el deber de defender su visión de cómo mejorarla. Pero la nación está por encima y sobrevivirá a unos y a otros.
Fue entonces, con el pescado casi vendido a la espera de las primeras medidas del nuevo presidente, cuando me di un garbeo por las televisiones nacionales y por la prensa patria. Comprendí la diferencia existente entre ser una nación con 50 estados y un distrito federal y ser casi una veintena de Estados autonómicos sin nación, algo que es previo y que da sentido a cualquier Estado.
Además, está lo del nivel. Mientras en Estados Unidos se está pensando en el planeta, en los intereses reales, en las guerras vivas, en el futuro científico y tecnológico, en la educación, en las nuevas relaciones de poder y colaboración, en la batalla cultural, aquí estamos a otros lópeces. Casi me caigo de la silla cuando vi al señorito de la izquierda comunista y bolivariana, Íñigo Errejón, explicándole a un juez, que no, que no se la había sacado de la bragueta para "agredir" a su entonces amiga, y a su presunta víctima y examiga inexplicando cómo fue la supuesta embestida machosexual.
De piedra me quedé cuando leí que Hacienda certificaba que el hermano orquesta del UNO Sánchez era padre de un hijo, desconociendo si contribuye o no a su manutención. Marmolíneo me volví al saber que habían robado un ordenador "sensible" en el despacho de los abogados del novio de Isabel Díaz Ayuso. Rolé a salicílico tras conocer el no dinero de las cuentas de Begoña, sí, ésa, y el ataque del "puto amo", su marido, a la tecnocasta tras haber invadido, él y sin anestesia, a nuestras tecnológicas, Telefónica e Indra. Y así hasta las arcadas finales con los móviles del aún no ex Fiscal General del Estado, en estado vomitivo insuperable. Y más, y más, y más decadencia moral insoportable.
Las comparaciones son odiosas pero algunas son necesarias. A pesar de todo, de las luchas políticas, de las opciones ideológicas, de las administraciones, lo que se vio en el Capitolio era la expresión de una nación que quiere tener futuro, serlo, dirigirlo, defenderlo. Lo que se ve en España es otra cosa: rateros, mediocres, chulánganos, sicarios y perdonavidas, casi todos anti-Trump, agrupados en bandas e imponiéndose, por acción u omisión, a la nación que destruyen. Para llorar.