Estos días se anda haciendo mucho ruido en la prensa, tanto en la biempensante de izquierdas como en la poco pensante de derechas, con un papelito de unos profesores de la Complutense de Madrid en cuyo texto se pretende dotar de legitimidad científica a la disparatada majadería de que España pierde decenas de miles de millones al año por culpa del racismo congénito de sus empresarios. Pues, al parecer, nuestros empresarios no sólo son racistas sino que, por encima de cualquier otra consideración cognitiva o moral, resultan ser ontológicamente imbéciles. Tan rematadamente imbéciles lucen los empresarios españoles que, pudiendo apropiarse de todos esos miles de millones de euros cada año por el sencillísimo método de contratar a inmigrantes carentes de cualificación laboral alguna, prefieren renunciar de grado a todo ese inmenso lucro cesante por culpa de su enfermiza patología xenófoba.
Cuando yo estudiaba Economía en la Universidad, en los manuales introductorios se decía que el móvil de los empresarios consiste en maximizar su beneficio personal. Pero ahora nos acaban de descubrir esos sabios de la Complutense que su verdadero afán oculto remite a maximizar el número de inmigrantes no contratados por sus empresas. Al parecer, los empresarios, al menos los españoles, experimentan un supremo placer extático dejando de ganar dinero a chorros a cambio de que todos sus asalariados luzcan bien blanquitos y, en caso de resultar posible, también bien rubitos.
Huelga decir que los afortunados autores del papelín en cuestión fueron estimulados para llevar a cabo su brillante esfuerzo científico con un buen chorro de ayudas a la "investigación" procedente de la Unión Europea. En la Academia sueca ya deben estar buscando en Google sus nombres para presentarlos al Nobel de 2025. Estoy viendo ya la portada del New York Times: "Pareja de profes españoles refuta a todos los grandes economistas de la Historia, desde Karl Marx hasta Milton Friedman y desde Adam Smith a Joe Stiglitz". El difunto Amando de Miguel escribió en los setenta un libro titulado Universidad, fábrica de parados. Hubiera sido mejor ponerles a las nuevas reediciones Universidad, fábrica de idiotas.