
Cincuenta y cinco universidades españolas llaman a cambiar la gramática contra el "sexismo lingüístico". Por ejemplo, sustituir el genérico "hombre" por "ser humano". Decir "nadie ha aprobado" en lugar de "todos han suspendido". Nada de "alumnos": "alumnado". No brillan nuestras universidades en la élite del conocimiento universal, pero han puesto una pica en el Everest del lenguaje políticamente correcto aplicando la lógica delirante de Alicia en el país de las maravillas: si no gusta el reflejo de la realidad en el espejo, rompe el espejo.
Los "núcleos irradiadores" en la izquierda académica tratan de hacer del lenguaje un medio de propaganda, público e invisible a la vez. El objetivo último no es cambiar el lenguaje, mucho menos acabar con un sexismo lingüístico inexistente, sino dominar las mentes, hacer siervos a los hombres y zombis a los ciudadanos. Dada la consigna, arrasemos el idioma y comprobemos quiénes son los cenutrios, ¡y cenutrias! que se pliegan a las directrices de los rectores que imitan al gran filósofo Martin Heidegger, reconvertido por obra y gracia de Adolf Hitler en rector de Friburgo y que puso la universidad, el pensamiento y el lenguaje bajo el yugo de la espuria administración política.
Un clásico de las clases de lógica es el argumento –Sócrates es un hombre; todos los hombres son mortales; luego, Sócrates es mortal–. Gracias a las cincuenta y cinco universidades (pronto serán más, nunca hay que subestimar la idiocia y el borreguismo de un académico) sabemos ahora que es un argumento machista porque invisibiliza a las mujeres doblemente. Primero, oculta que las mujeres son mortales y, peor, ¿por qué se ha elegido a Sócrates en lugar de, yo qué sé, a Hipatia? Algo huele a podrido en la lógica occidental, concretamente el aroma a heteropatriarcado. No es extraño siendo su padre el misógino Aristóteles. Miles de mujeres abandonan su vocación filosófica porque los libros de Quine, Wittgenstein y Kripke están plagados de ejemplos exclusivamente masculinos sobre el calvo rey de Francia, el mentiroso cretense y, horror de horrores, el barbero que se afeita a sí mismo si y solo si no se afeita a sí mismo. Aunque también es verdad que sabemos gracias a Irene Montero que las mujeres nunca mienten, jamás ha existido una reina de Francia por derecho propio (ley Sálica mediante), calva o no, y no es exactamente lo mismo afeitarse que depilarse.
Con la guía del español políticamente correcto de las universidades españolas, estas incumplen dos de sus funciones fundamentales. En primer lugar, ser centros de enseñanza y pensamiento crítico en vez de lugares de reeducación ideológica. Por otro lado, ser instituciones donde se limpia, fija y da esplendor a la lengua española, la principal herramienta para un pensamiento claro, riguroso y distinto. Por el contrario, ahora tenemos docentes preocupados de hablar de acuerdo a las normas de los orwellianos Rectorado de la Verdad, Decanato del Feminismo, Departamento del Amor.
Lo que subyace a esta guía lingüísticamente correcta es el empeño de los totalitarios de toda laya y condición por prescribirnos un tipo de lenguaje con la esperanza de que haya un único pensamiento. El objetivo no es que diga usted "compañeros y compañeros", alumnado y otras cretineces, sino constatar que usted es un pobre hombre, una mujer parásita, que se amolda al dictamen del comisario político de turno sin rechistar, sin decir esta boca es mía ni mucho menos este cerebro me pertenece.
Lázaro Carreter explicaba que sus "dardos en las palabras" tenían como objetivo "criticar aquello que va contra los usos generales, bien por ignorancia, bien por pedantería, y priva a la lengua de matices, o la hace menos creadora consagrando automatismos". A la ignorancia y la pedantería han sumando cincuenta y cinco universidades españolas sectarismo y autoritarismo. Seguía don Lázaro señalando que su humilde misión era que el idioma se enseñe mejor, "lo cual ningún Ministerio ha permitido hasta ahora". Las universidades españolas se convierten así en sucedáneos de ministerio orwelliano, en lugar de ser, como debería ser su misión, trinchera de reflexión, atalaya de la verdad científica, dique contra Goebbels y Lysenkos. Pero qué se puede esperar de quienes son seguramente los que peor tratan el idioma en montañas de farragosidad oscurantista a las que llaman con mala pronunciación británica "papers". Pero no digamos que son todos son unos sinvergüenzas, sino que nadie tiene vergüenza. Ni la han conocido