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Los polacos y el catalán

Se usa más el catalán a estas horas en los despachos de la burocracia de Bruselas que en las calles de Barcelona.

Se usa más el catalán a estas horas en los despachos de la burocracia de Bruselas que en las calles de Barcelona.
EFE

Aunque suene a chiste malo, acaba de trascender que los polacos, precisamente los polacos, van a ser los encargados de poner en marcha los trámites pertinentes orientados a que el catalán alcance algún rango de lengua oficial dentro de la Unión Europea. Y es que lo del catalán en Europa —y en el UHF— viene siendo un sonajero muy útil para calmar a Puigdemont cuando le da la pataleta y se empieza a poner pesado. Por lo demás, el asunto no tendrá mayor importancia más allá de la emoción romántica que suscite entre los nacionalistas letraheridos, que resultan ser todos. Así, la cosa se saldará con cuatro papeles de Bruselas traducidos al lemosín —y para que nadie los lea— que pagaremos a escote entre los contribuyentes con cargo al Presupuesto. Un apaño simbólico y todos contentos. Otra nadería intrascendente, vaya.

El tema del catalán es algo tan definitivamente pesado, repetitivo y tedioso que acaba idiotizando a cuantos se obsesionan con él, tanto a los partidarios como a los detractores. Por eso yo procuro evitarlo siempre que puedo. Aunque a veces resulta inevitable referirse a él; como ahora mismo, por ejemplo. Y no por esa anécdota baladí de lo de Europa, sino porque el idioma catalán está entrando en un ciclo de decadencia acelerada como nunca antes se había visto. A mí no deja de asombrarme en mis visitas a Barcelona que allí se hable mucho menos la lengua autóctona que en pleno franquismo.

Pero lo cierto es que se habla menos, mucho menos. Algo inaudito, su regresión evidente, cuando se piensa que, excepción hecha de la recuperación del hebreo tras la fundación del Estado de Israel, en ningún otro rincón del mundo se hizo un esfuerzo institucional tan enorme para implantar el uso social de una lengua durante la época contemporánea. Y el resultado de esa epopeya administrativa ahí lo tienen: se usa más el catalán a estas horas en los despachos de la burocracia de Bruselas que en las calles de Barcelona. La inmigración extracomunitaria ha consumado el exterminio. Y en apenas un cuarto de siglo.

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