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La cobardía de Trump pone a Europa contra las cuerdas

Su rendición ante Putin es, además de una vergüenza histórica, un factor de inestabilidad que Europa tendrá que lamentar más pronto que tarde.

El anuncio de la apertura de negociaciones entre Washington y Moscú para poner fin a la guerra de Ucrania es un mazazo en toda regla a las esperanzas de la población ucraniana de alcanzar una paz justa y duradera. El mero hecho de negociar con el invasor de otro país sin la participación de la víctima es un insulto a los miles de ucranianos masacrados por las tropas rusas y un despropósito estratégico que eternizará el conflicto. Por si eso fuera poco, el pacto de Trump y Putin deja intencionadamente a la UE fuera del tablero donde se pretende diseñar el futuro europeo, lo que, sin duda, contribuirá a perpetuar la inestabilidad de la frontera oriental de Europa, sometida a las tensiones imperialistas del autócrata del Kremlin.

Donald Trump ha traicionado el imperativo geoestratégico iniciado por Ronald Reagan, que consolidó a los Estados Unidos como el principal garante de la libertad y la democracia en todo el mundo. La caída del imperio soviético fue obra principalmente de los EEUU, que supieron frenar la expansión del comunismo en grandes áreas del planeta y llevaron al Gobierno soviético a un camino sin retorno armamentístico hasta que acabó derrumbándose estrepitosamente, con el derribo del Muro de Berlín como el icono de la victoria de la libertad sobre la tiranía. Todo ese legado estadounidense como el principal baluarte de la libertad salta por los aires con Trump, que ha decidido premiar al tirano que amenaza el futuro de Europa con unas negociaciones en las que los afectados no van a tener la menor parte.

El principal mandatario ucraniano, Zelenski, ha quedado al margen de unas conversaciones que le atañen directamente como víctima de un conflicto iniciado por Rusia como país invasor de un Estado soberano. Peor aún es el papel de la Unión Europea y de la OTAN, que ni siquiera aparecen como actores lejanos en una función en la que Trump y Putin decidirán qué va a ser de Ucrania a partir de ahora.

El mero hecho de negociar en exclusiva con el Kremlin viene a legitimar el derecho de conquista de territorios de otros países, un hecho insólito en la política internacional desde la II Guerra Mundial. Además, Trump rehabilita con su decisión a Vladimir Putin, un autócrata convencido que, de golpe y porrazo, se ha convertido en uno de los grandes árbitros de la política mundial.

Trump pretende presentarse como el gran pacificador de los conflictos internacionales, pero su gestión de la crisis ucraniana es de una cobardía que contradice diametralmente su pretensión de convertir a EEUU en la principal potencia planetaria, garante de la paz y la libertad. Su rendición ante Putin es, además de una vergüenza histórica, un factor de inestabilidad que Europa, convidada de piedra en esta operación, tendrá que lamentar más pronto que tarde.

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