
Una de las discusiones más curiosas que podían sostenerse durante el tiempo que duró el clímax de Podemos giraba en torno al comunismo. Concretamente, la cuestión consistía en dirimir si la formación lo era o no, cosa ciertamente extraña teniendo en cuenta que sus miembros se reivindicaban como tal, hablaban como tal, proponían de vez en cuando "soluciones" tales y celebraban los aniversarios de los asesinos comunistas más populares de la historia. Pese a todo, todavía en el colectivo más paternalista del planeta –más paternalista que el de los padres–, el de los analistas políticos, asomaban no pocas cabezas que sentían la necesidad de aclarar el escaso comunismo que encerraba verdaderamente el programa de aquellos niños traviesos de la complu que aspiraban a tomar el cielo por asalto pero en broma, debe ser. Lo que les pasaba a los pobres es que no sabían hacerse entender.
A mí siempre me resultaron llamativos esos ajenos esfuerzos de justificación. Sobre todo porque, puestos a repensar mi voto, menos confianza todavía que un genocida me genera quien lo reivindica sin serlo porque piensa que en el genocidio debe existir algún morboso reclamo electoral. Y esto es algo que se extiende a sus justificadores. Al fin y al cabo, es muchísimo más comprensible –y respetable– quien simpatiza con quien promete reventar el sistema desde dentro porque desea que el sistema sea reventado desde dentro que quien lo hace no se sabe muy bien por qué, pero seguramente por la única razón de que no gobiernen nunca los fantoches del PP.
Curiosidades de la vida, han pasado los años y la misma sensación extraña me asalta ahora de repente con colegas de otras latitudes ideológicas. Son aquellos que llevan meses tratando de explicarme que Trump no es un nacionalista populista al uso, sino más bien un liberal heterodoxo, un adalid de la democracia típicamente norteamericano, animal diferente fruto de otra rama, pero igualmente comprometido con los valores que sostienen este Estado de derecho amenazado desde hace décadas por la ponzoñosa ideología woke. Si uno les preguntaba qué diferencia existe entre los ataques a la judicatura de Sánchez y los de Trump recibía como respuesta que en América sí que hay lawfare. Si recordaba, ante los lamentos que sugieren que el presidente español jamás cederá el poder, el asalto al Capitolio en 2021; si rescataba los arrebatos expansionistas del estadounidense, sus poco ocultas afinidades con Putin, su proteccionismo arancelario, sus métodos mafiosos de negociación internacional… escuchaba un sinfín de justificaciones que podrían resumirse, si yo las entendía bien, en que todo lo que dice y buena parte de lo que hace responde a una estrategia ambigua pero mucho más benévola. A saber, mantener a la izquierda antidemócrata alejada del poder.
Como además de tonto soy una persona bastante vaga, y como hace tiempo que acabé agotado de tener que ponderar cada uno de los sutilísimos matices que se extienden como espigas en cualquier discusión ideológica, he decidido abandonarme a la literalidad. Para mí, si se dicen comunistas, hablan como comunistas y celebran a comunistas, debe ser que son comunistas. Si parece nacionalista, defiende posturas típicamente nacionalistas y actúa como un nacionalista, deber ser que es nacionalista. Ni unos ni otro se me presentan demasiado compatibles con la democracia liberal. De ahí que me resulte mucho más gratificante escuchar a quienes sí que los defienden porque demócratas, lo que es demócratas, tampoco es que se digan ser.
