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Javier Somalo

Trumputín y los mártires del totalitarismo

Que Donald Trump converja con Vladimir Putin y que en el club de fans del noviazgo esté Vox todavía es una aparente contradicción para muchos. Tan raro como que Rusia y Alemania invadieran conjuntamente Polonia en 1939.

Donald Trump y Vladimir Putin, juntos en Helsinki | LD/Agencias

Sólo un tipo que aparece firmando órdenes ejecutivas junto a un extravagante socio multimillonario que lleva a su hijo con nombre de algoritmo sobre los hombros puede llevarse bien con el yudoca, ex KGB, que cabalgaba semidesnudo por Siberia.

Que Donald Trump converja con Vladimir Putin y que en el club de fans del noviazgo esté Vox todavía es una aparente contradicción para muchos. Tan raro como que Rusia y Alemania invadieran conjuntamente Polonia en 1939 materializando un pacto, el Molotov-Ribbentrop, que más que un acuerdo de no-agresión mutua era toda una violación grupal.

No fue poca cosa. Murieron muchos polacos en esos 21 meses en los que los genocidas, "el del bigote grande y el de bigote pequeño" (Martin Amis, Koba el Temible) aprendieron lo peor de cada uno para seguir después ensangrentando Polonia a escala industrial y extendiendo el terror a la Europa central, esas desgraciadas tierras atenazadas por los imperios ruso y alemán. Las idas y venidas del estalinismo y el nazismo segaron hasta la roca esas Tierras de Sangre que dan título al sobrecogedor libro de Timothy Snyder. Luego a Rusia se le hizo la vista gorda como aliada y se le prestó el patio oriental alemán para seguir construyendo su proyecto totalitario.

Como es sabido y casi siempre despreciado, los episodios que se esconden tienden a repetirse. Para que existieran Auschwitz, Sobibor o Treblinka (1941-1942) fue necesario —y previo, en 1940— el bosque de Katyn donde Stalin ordenó fusilar a 22.000 oficiales polacos. Cuando se descubrió la fosa común (1943) Rusia ya no era amiga de Hitler el invasor. Estados Unidos y Gran Bretaña miraron hacia otro lado porque quedaba mucha guerra por delante.

Las décadas de los años 20, 30 y 40 del siglo pasado dejaron el peor rastro del ser humano, de su crueldad sin límite y de la infinita cobardía que impidió combatirlo antes. Pero los Estados Unidos de América cumplieron el papel que les colocó como principal defensor de las libertades en el mundo. Pese a los olvidos pactados sobre el horror soviético, en la segunda mitad del siglo XX, con la guerra fría y la escalada nuclear encima del tablero, la lucha contra el comunismo expansionista fue denodada, eficaz y sincera.

EEUU, con muchos errores y no menos matices, era una garantía para Europa, para la estabilidad y, en definitiva, para la causa de la libertad. Hoy parece que esa sensación se nos esfuma. Y la Bella Durmiente, acostumbrada al cobijo trasatlántico y sin una Thatcher o un Wojtyla —ni un Reagan de referencia al otro lado— empieza a mostrar al mundo entero la enorme debilidad y desunión que la caracteriza. Invertiremos todos más en defensa, que está muy bien, pero jamás nos pondremos de acuerdo en cómo, cuándo o por qué emplear esos medios. Desgraciadamente Europa no sabe bien qué hacer salvo empedrar de buenas intenciones el camino al infierno y jugar a la ruleta con las idas y venidas de populismos ultras que acaban siempre en el lado más peligroso de balancín.

Donald Trump, quizá delante de un espejo, ha tachado al presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, de corrupto y comediante, le ha acusado de comenzar la guerra y está a punto —si no lo ha hecho ya— de clasificarlo como nazi, convirtiéndose así en el agente pelirrojo del KGB.

Trump continúa su escalada verbal: "Zelenski más vale que se mueva rápido o se quedará sin país"

El lenguaje oficial estadounidense empieza a parecerse a las amenazas del ministro de Defensa ruso, Serguei Lavrov, que en marzo de 2022 agitó el miedo esgrimiendo una "tercera guerra mundial" que desencadenaría "un conflicto nuclear devastador". Como si copiara un párrafo suelto de la guerra fría en plena crisis de los misiles de Cuba. Lo cierto es que la temible Rusia de Putin no lo es tanto y la prueba es que ha caído ya en varios e importantes campos de batalla ante una Ucrania más ágil y, sobre todo, más motivada. Era el momento de compensar y lanzar un mensaje de fuerza. Pero nada, a Trump se le cruzó el cable por alguna previsión de negocio o por el vuelco doctrinal que nos trajo la pandemia.

Cayetana Álvarez de Toledo vuelve a acertar superponiendo frases tan sencillas como amargas:

Volodimir Zelensky y María Corina Machado
Dos héroes abandonados
Qué victoria para los enemigos de la libertad
Qué vergüenza para Occidente
Y qué amenaza para la democracia

Cayetana Álvarez de Toledo retrata a Trump en cinco líneas: "¡Qué vergüenza para Occidente!"

Como lo esencial no cambia, las razones de ese abandono militante son las mismas, las de la popular sentencia de Edmund Burke:

Para que triunfe el mal sólo se necesita que los hombres buenos no hagan nada.

Eso y que muera mucha gente. No sólo en las guerras abiertas sino en el camino que conduce hacia ellas, una paz artificial y burocrática sembrada de asesinatos que apenas conmueven y que Europa jamás denuncia. Muertes que provienen de todas las Helicoides del mundo y también de las fulminantes tazas de té ruso. El comunismo sigue matando y Europa sigue tan inmóvil como atónita con la novedad de que ahora Trump, o sea, Estados Unidos, se erige en cómplice de la historia negra de Putin, el desenterrador de la URSS, enterrador de tantas vidas ajenas. La mayoría son anónimas, pero la firma de Trump podría aparecer hoy asociada a la de Putin en los asesinatos de tantos disidentes…

Alexandr Litvinenko, el que fuera teniente coronel del FSB, antiguo KGB, murió en Londres el 23 de noviembre de 2006 tras sufrir envenenamiento con Polonio 210. Anna Politkovskaya murió asesinada a tiros en Moscú, el 7 de octubre de 2006, después de sobrevivir a varios intentos incluido el té ruso de la muerte. Su Novaya Gazeta era insoportable para Putin. Boris Nemtsov, viceprimer ministro de Rusia entre 1997 y 1998, fue asesinado a tiros el 27 de febrero de 2015 en el puente de Moscú, como si quisieran que el Kremlin fuera su último decorado. Boris Berezovski apareció ahorcado en su apartamento de Londres el 23 de mayo de 2013. Putin dejó caer que lo mismo fueron los servicios secretos que un suicidio, porque negar un asesinato no produce el mismo efecto que deslizar su autoría con absoluta indiferencia. Es peor la burla añadida, claro. Alexéi Navalni estuvo confinado en Siberia, el Gulag que nunca ha dejado de existir y murió "repentinamente", que es como mueren siempre los asesinados, el 16 de febrero de 2024.

La lista es interminable. Los hay que cayeron envenenados con Talio bajo la apariencia de una reacción alérgica. Otros se precipitaron sin causa aparente desde la ventana de un hospital o desde un edificio de apartamentos. Y hasta hay víctimas de "accidentes" aéreos como fue el caso de Yevgeny Prigozhin, jefe del Grupo Wagner, pretendida fuerza de élite rusa que acabó apuntando más bien a la cabeza del jinete yudoca y se estrelló en agosto de 2023 en un vuelo Moscú-San Petersburgo. Todos los casos son distintos pero todos tenían en común su oposición a Putin. Si ahora hay que añadir el aval de Donald Trump, el borrón es histórico y desastroso no sólo para Europa sino para los propios Estados Unidos que exhiben su complicidad. Y China toma nota de todo, claro.

Daños colaterales del covid

Abandonar a Ucrania es como invocar a los fantasmas de hace 100 años. Los 20, 30 y 40 del presente siglo no pueden traernos de nuevo el horror y poner encima a EEUU en el lado incorrecto. Hay que impedirlo a toda costa.

Del Gobierno español, si sigue en manos de Pedro Sánchez, se puede esperar poco porque su único estímulo es el odio a Trump. Pero adora a Nicolás Maduro, anhela a Xi Jinping, detesta a Israel y le da lo mismo Ucrania… que el siguiente en caer. En la oposición no hay una postura unida y lógica porque Vox ha preferido enaltecer al Putin macho defensor de las tradiciones, el que considera invasión extranjera hasta una vacuna.

El covid cambió a Vox por completo. Partieron de una verdad, la del abuso del estado de alarma por parte de la izquierda, y acabaron enloqueciendo con un discurso identitario incompatible con la libertad. En eso se parecen Orban, Abascal, Trump y Putin. Esperemos que sepa huir a tiempo Javier Milei. Lo cierto es que la pandemia —con indiscutible origen en China— fue el mejor laboratorio contra la libertad y ahora nos llegan los otros efectos.

¿Hemos de confiar entonces en la Francia del apaciguamiento eterno? ¿En la cambiante y tan a menudo fracasada Alemania? ¿En el desconcertante y egoísta Reino Unido quizá? Rusia ya había quedado en evidencia con un armamento desfasado, tropas completamente desmotivadas y una improvisación digna del iluminado Putin. Era el momento de volver a parar al comunismo más populista en todo el mundo. Era el mejor momento.

Trumputín es ahora mismo la peor amenaza del mundo libre. Nunca han faltado ocasiones para alfombrar el regreso del totalitarismo más sangriento, pero no contábamos con que, en el momento más delicado, el Tío Sam fuera a beber tanto vodka.

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