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La inconsistencia de Trump

Lo que importa no es tanto si Trump es o no agente de Moscú. El problema es que se comporta como tal.

Lo que importa no es tanto si Trump es o no agente de Moscú. El problema es que se comporta como tal.
Donald Trump | LD/Agencias

Existen hoy en la prensa de derechas, incluida la española, algunos esfuerzos por convencernos de que, nos guste o no, la posición de Trump respecto de la guerra de Ucrania es coherente con una determinada política. Se nos dice que Ucrania carece de la capacidad para expulsar de su territorio a los invasores rusos; que la disposición de Trump a entenderse con Putin no es más que hacer a las claras lo que ya hicieron a escondidas Obama o Biden, Merkel o Schröeder; que ya que no se le puede ganar, reclutemos a Putin para combatir a China, que es el verdadero enemigo; que es normal que Rusia se haya terminado revelando contra una OTAN que pretende estrechar el cerco sobre ella; que la mera existencia del conflicto conlleva el peligro de una Tercera Guerra Mundial que hay que evitar a toda costa; que abandonar a Ucrania no es más de lo que Occidente hizo con Georgia en situación similar en 2008, y que muchos otros líderes europeos, como Sánchez, sólo ayudan de boquilla.

Muchos de estos argumentos son fácilmente rebatibles y otros, no tanto. Pero, en cualquier caso, no son la cuestión. Trump puede defender la necesidad de alcanzar un acuerdo partiendo del status quo, pero para eso no hay necesidad de cederlo todo antes de que Putin se haya comprometido siquiera a un alto el fuego; ni hay por qué pretender, si se le va a permitir a Rusia anexionarse un territorio que no es suyo, que Estados Unidos haga lo mismo en Groenlandia o Canadá; ni hay ninguna necesidad de votar en las Naciones Unidas con Corea del Norte e Irán el rechazo a una resolución que reconoce lo obvio, que Rusia invadió Ucrania; y mucho menos apoyar otra del Consejo de Seguridad de la misma institución clamando por el final del conflicto sin mencionar la responsabilidad de quien lo provocó; como tampoco la hay de insultar a los aliados europeos, que quizá sean necesarios en el futuro.

Pero, donde más inconsistencia hay en la política de Trump es en la exigencia de que los otros miembros de la OTAN gasten proporcionalmente tanto como los Estados Unidos en Defensa si luego piensa retirarse de la alianza y de los compromisos que ésta conlleva. Washington manifiesta de una manera más o menos explícita que le trae al fresco lo que pase aquí y nos acusa de constituir para los estadounidenses un peligro más grave que el que representa la misma Rusia. A partir de ese momento, que gastemos más o menos en defendernos será cosa más nuestra que suya. Como no tiene ningún sentido denunciar, para justificar su deserción, supuestos ataques a la libertad de expresión en Europa, para luego entenderse, no ya con Putin, sino con Bukele o Maduro y votar con Daniel Ortega, Díaz-Canel y Kim Jong-un, notables represores de aquél y otros derechos.

Todo lo cual hace resucitar las sospechas de que quizá Trump sea un agente ruso. No lo será, pues si lo fuera ya se habría ocupado la Administración Biden de probarlo, pero lo que importa no es tanto si Trump es o no agente de Moscú. El problema es que se comporta como tal y la única forma de que su política adquiera coherencia es partiendo de ese hecho, que por otra parte es con toda probabilidad falso. Como siempre, al final es peor un tonto que un malo

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