La verdad es que no sabía que ese era el lema de Libertad Digital cuando nació un 8 de marzo del año 2000. No estuve en los comienzos ni pertenezco al grupo de pioneros, aunque mi trayectoria vital es parecida al de sus fundadores. Todo ello quedó bien reflejado en el libro de Javier Somalo y Mario Noya Por qué dejé de ser de izquierdas, en el que el primero me invitó generosamente a participar junto a personas de mucha mayor envergadura biográfica que la mía.
Compartir páginas con Javier Rubio, Federico Jiménez Losantos, Amando de Miguel, Pío Moa, Carlos Semprún, Horacio Vázquez-Rial, Juan Carlos Girauta, José María Marco, Cristina Losada, Pepe García Domínguez y César Vidal, fue algo imprevisto, inmerecido y, lo que es extraordinario, agradecido incluso por los autores que lo inspiraron. En aquel momento, ya llevaba algún tiempo, desde el 1 de enero de 2008, colaborando con Libertad Digital. Han pasado 17 años largos.
Comencé desarrollando una narración sistemática y fundamentada –de hecho jamás triunfó querella alguna sobre el contenido de las informaciones que se apuntalaban documentalmente—, del resultado de la larga investigación desarrollada por mí mismo, con la ayuda de Antonio Barreda en los orígenes, acerca de la tela de araña andaluza tejida por el PSOE para perpetuarse en el poder regional durante 36 años. Ahora sabemos que aquello fue el ensayo general de lo que se quiere imponer en toda España.
Combiné estas entregas con artículos de opinión acerca de la desmembración de la democracia y las libertades en España desde una visión genéricamente liberal porque, como es sabido aunque muchos no lo creen, el liberalismo se dice de muchas maneras. Precisamente la demostración de que uno es, piensa y actúa como liberal, es la no exclusión de otros del debate acerca de la mejor manera de combinar libertad, autoridad, ética e instituciones. Tener ideas diversas enriquece, si se es honrado y no mercenario a sueldo, a todos los demás si estos están dispuestos a escuchar, claro.
Finalmente, desde hace años, traté de adentrarme en el periodismo cultural, a veces de investigación, a veces de divulgación bajo la batuta de Nuria Richard y últimamente en el tratamiento de temas filosóficos y políticos en el Club Libertad Digital con la muy apreciada comprensión de Luis Herrero Goldáraz y la compañía de plumas brillantes como las ya mencionadas más arriba o las de Agapito Maestre, hasta hace poco Gabriel Albiac, y tantas otras de las que aprendí y aprendo tanto.
Durante estos 17 años largos me he sentido muy libre para escribir lo que he querido y como lo he querido. Seguramente, y así lo espero, no todos en esta casa comparten todos y cada uno de mis puntos de vista sobre todos los temas. Yo tampoco estoy de acuerdo con todo lo que se escribe ni, a veces, con el tono con que se escribe.
Tampoco a veces entiendo algunas decisiones pero los años me han hecho comprender que la pervivencia de una empresa necesaria y arriesgada como esta, rodeada de enemigos muy poderosos, exige a veces privilegiar la salvación del barco por encima de todo, por dolorosos que sean los sacrificios siempre que no afecten esencialmente al rumbo fundacional.
Porque, ¿qué caracteriza al periodismo de inspiración liberal? ¿La unanimidad o la aceptación, cultivo incluso, de puntos de vista distintos y enriquecedores en aras al discernimiento de la realidad —algo nada fácil debido al secuestro intencionado de la información relevante y a la procacidad de la propaganda blanca y negra— y a la elaboración de juicios acerca de qué caminos son los mejores, más rectos, más directos y más eficaces para el desarrollo de la libertad, que no es el único valor moral de los que contribuyen a la convivencia?
Por eso, el lema fundacional, "que nadie opine por ti, ni siquiera nosotros", cobra su verdadera importancia en un tiempo como el que vivimos de claroscuros y sombras con pocos precedentes. No hay dogmas ni debe haberlos en un proyecto liberal. Debe haber diálogo, que incluye tanto exponer las propias reflexiones como escuchar atentamente las de los demás sin presuponer a nadie mala voluntad o deseo de dañar.
Trump, Putin, Ucrania, Europa, China, el futuro de una España unida y la Hispanidad, el valor de la libertad, la crisis de la democracia ocupada por partidos, el auge de la guerra como sustituto de la política, el incremento de la amoralidad, el arrinconamiento de una justicia autónoma de los demás poderes, la ruina de la educación… ¿Hay alguien que tenga los datos veraces suficientes como para creerse en posesión de la única opinión aceptable, no digamos ya imponible, en todas y cada una de las cuestiones?
Por eso, la vigencia del lema fundante es excepcionalmente provechosa. Exijamos razón y veracidad a los hechos que sustentan nuestras opiniones pero que nadie opine por nosotros. Muchas felicidades por este XXV aniversario y muchas gracias por haberme acogido en este valeroso empeño.