
La campaña de los Fortes contra Ayuso a cuenta del quinto aniversario de la pandemia ha vuelto a recordarnos lo muy exitosa que es la propaganda machacona de la izquierda. Gracias a ella sabemos que en las residencias madrileñas murieron 7.291 personas, ni una más ni una menos, gracias a la maldad de la presidenta de la Comunidad de Madrid, que aprobó un protocolo que condenó a todos esos abuelos y abuelas a muerte, pues todos y cada uno de ellos se habría salvado si lo hubieran llevado a un hospital, donde hubiera recibido una atención propia de la mejor sanidad del mundo mundial, habría tenido cama y un respirador en caso de haberlo necesitado y en todo caso habría estado acompañado de los suyos en vez de sufrir la enfermedad encerrado en un lugar insalubre y frío como son las residencias, sitios más propios de una novela de Dickens que de una nación desarrollada en pleno siglo XXI.
Lo cierto es que no tenemos ni idea de cuántos ancianos murieron por culpa del covid en las residencias madrileñas, pero sí sabemos que el protocolo no se aplicó nunca porque muchos de ellos sí fueron trasladados con desigual fortuna, que los hospitales estaban completamente colapsados, que no había respiradores, pruebas diagnósticas, mascarillas ni ningún otro tipo de material necesario durante aquellas primeras semanas y que quienes fallecieron allí lo hicieron tan aislados y en soledad como quienes murieron en las residencias, si no más. Porque la pandemia nos azotó sin estar preparados, pese a que, como está ya más que documentado, desde comienzos de febrero el Gobierno ya sabía de la gravedad del asunto.
Muchos de ellos, quizá no los mismos, pero muchos en número igualmente, habrían muerto aun sin la inacción del Gobierno de Pedro Sánchez. Pero muchos otros no habrían enfermado, o lo habrían hecho más tarde, cuando disponíamos ya de más camas, más medios materiales y más conocimiento sobre el covid, de no ser por la fatídica decisión del Gobierno de Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Salvador Illa y Pedro Simón de no hacer absolutamente nada mientras los contagios se disparaban.
Los mismos que señalan a Ayuso excusan al Gobierno que sí podría haber hecho algo porque "no se podía saber", mientras la malvada derecha, en los medios y redes sociales, en los Gobiernos de Madrid y País Vasco, sabía lo que se nos venía encima por el sofisticadísimo método de mirar lo que estaba pasando en Italia. Ahora se les habrá olvidado, pero en los últimos días de febrero y primeros de marzo todos dábamos por sentado que Sánchez tomaría medidas a partir del 9 de marzo de 2020, el día siguiente de unas manifestaciones del 8M en las que socialistas y podemitas se disputaban la primacía del movimiento feminista. Lo grave no es que se permitieran e incentivaran los contagios durante aquellas movilizaciones, que es el clavo ardiendo al que se agarran quienes defienden a este Gobierno haga lo que haga porque al menos no gobierna la derecha. No, lo grave es que para poder celebrar el 8M, el Gobierno no hizo nada, no restringió el transporte público, ni impidió que se celebrara la jornada de Liga ni prohibió, en definitiva, las aglomeraciones que pudieran provocar un incremento salvaje de los contagios.
Nunca sabremos cuántas vidas se perdieron por aquella decisión, como nunca sabremos cuántos ancianos murieron por covid en las residencias madrileñas o del resto de España; no sólo era difícil determinarlo sin pruebas o diferenciar entre quienes murieron por el virus y quienes murieron con el virus, pero de otra cosa. Resulta especialmente complicado con los más mayores, cuya salud es siempre más frágil. Un estudio calculó que habrían fallecido unos 23.000 españoles menos de haber tomado medidas una semana antes. Cifra sin duda inexacta, probablemente excesiva, pero mucho más ajustada a las responsabilidades políticas reales del Gobierno del si quieren ayuda, que la pidan.
Los gobernantes no son asesinos por tomar malas decisiones. Pero si vamos a jugar a eso, el Gobierno más asesino de la historia de la España democrática es el dirigido por Pedro Sánchez. Con muchos cuerpos de ventaja sobre cualquier otro. Así que cuando repartan culpas, Xabier Fortes y los suyos no deberían mirar a Ayuso. Deberían mirarse al espejo.
