
Claramente Mario Vargas Llosa no ha muerto. Lo ha hecho en cuerpo, pero lo que deja no es sólo un universo literario que nos permitió a muchos peruanos conocer mejor nuestro país, sino que además, siempre mostró su admirable devoción en su lucha por la libertad y la democracia.
Cuando mi compañero de trabajo, pero sobre todo amigo, Dieter Brandau me llamó a Lima el 7 de octubre de 2010 cuando era para mí cerca de las 6 de la mañana, sabía que lo hacía por alguna razón poderosa. Durante todos los meses de octubre, desde que llegué a Libertad Digital en el año 2000, Dieter tuvo que aguantar, entre silbidos, mi esperanza de escuchar el apellido Vargas Llosa en boca del portavoz de la academia sueca. Durante esos 10 años no ocurrió pero tenía yo que dejar Madrid y volver a Lima, mi ciudad natal, para que finalmente ocurriera.
En ese momento, cuando Dieter me lo dijo, todo lo que había mencionado durante años en la redacción de Conde de Aranda cobraba sentido: ¡Por fin Vargas Llosa era Nobel! Yo lo celebré a mi manera, releyendo algunas de sus novelas, mis favoritas. También pensé en todo lo que teníamos que celebrar. Pensé en que al menos ese día se había hecho justicia y que por fin el Perú podía gritar al mundo que existía. ¡Tenemos un Nobel! El primero, y el primero tenía que ser él.
Hoy, cuando Vargas Llosa ya no está entre nosotros, puedo decir que probablemente es uno de los máximos orgullos que hemos tenido en el Perú. Mario nos puso en el mapa literario del mundo pero también en el mapa de lo intelectual y sin duda del liberalismo, de aquella lucha por la libertad y democracia que todos abrazamos a nuestra manera.
Nadie es profeta en su tierra, dicen… Vargas Llosa experimentó esto durante décadas en Perú sobre todo cuando se atrevió en el año 1987 a levantarse contra los desvaríos de un joven inexperto Alan García que pretendía nacionalizar los bancos en el Perú. Es ahí cuando se colocó como una figura política, en un ámbito del que no era ajeno. Y eso no significa que estuviéramos siempre de acuerdo en todo lo que dijera a través de sus columnas o entrevistas. Pero eso, al menos, nos hacía reflexionar, algo que claramente nos hace falta en el Perú.
Como peruano, Vargas Llosa fue (y seguirá siendo) un referente para todos los que queremos la libertad pero sobre todo para los que crecimos amando su prosa y sus obras que finalmente nos dieron cierta identidad en el mundo contemporáneo.
Nadie puede dudar de su importancia y su relevancia para dar a conocer al Perú alrededor del mundo e inscribir su nombre como el único peruano ganador de un Nobel, momento que muchos -como yo- recuerdan con inmenso orgullo.
Adiós, Varguitas, y eso, gracias eternas…