
En las dos elecciones generales que se celebraron en España a finales de 2015 y mediados de 2016 se dilucidaba quién iba a ser presidente, como siempre, pero había otra cuestión en juego que a largo plazo podía ser incluso más importante: cuál sería el partido dominante de la izquierda, si un PSOE agotadísimo y con un candidato débil, el Pedro Sánchez de entonces, o un Podemos que subía como la espuma y tenía de cabeza de cartel a la sensación política del momento, Pablo Iglesias.
En el primer envite electoral el PSOE aguantó por los pelos: un paupérrimo 22% del voto –el peor resultado de su historia– pero 21 diputados más que Podemos, pese a que la diferencia de votos no era de más que 350.000. En la repetición de seis meses después y con IU –que había tenido en diciembre más de 900.000 votos– dentro del bloque podemita la suerte de los socialistas parecía echada: los iban a barrer, Podemos se iba a convertir en la fuerza preponderante de la izquierda y, más antes que después, ellos y no Pedro Sánchez se harían con el poder.
La decepción fue mayúscula: Podemos no tuvo más votos sino menos, el PSOE logró mantener el margen de 350.000 y, aunque Sánchez tuvo de nuevo el peor resultado de la historia de su partido, siguió siendo la referencia de la izquierda y, moción de censura mediante, llegó a Moncloa sólo dos años después. El resto es historia.
Y una historia que para Podemos sólo ha sido una cuesta abajo cada vez más empinada: en las siguientes elecciones perdió más de un millón de votos y casi 30 diputados y en las posteriores todavía más, aunque les diese para llegar a un pacto con el PSOE y entrar en el Gobierno.
La reinvención yolandista
A partir de ahí Podemos estaba tan de capa caída que había que reinventarlo: se creó Sumar, se puso al frente a Yolanda Díaz y el partido de Iglesias quedó reducido a una parte no demasiado grande del nuevo conglomerado: cinco diputados que después fueron cuatro por la marcha de Lilith Verstrynge.
Yolanda Díaz era la nueva estrella de la extrema izquierda más allá de la izquierda extrema del PSOE y la carambola electoral de Sánchez y los pactos con el separatismo le permitieron seguir con su ministerio de Trabajo y su vicepresidencia.
¿Para qué? Eso ya es más difícil de dilucidar pues en poco más de año y medio Díaz ha perdido todo el impulso, su coalición parece a punto de estallar, su crédito político personal está bajo mínimos y las encuestas van del descalabro a la catástrofe total: en números redondos Sumar podría perder la mitad de su electorado.
Un panorama muy complicado
Lo peor de todo para Yolanda Díaz es que el curso previsible de la actualidad no parece que vaya a favorecerles. Para empezar está el aumento del gasto en defensa, que va a ser uno de los temas fundamentales de los próximos meses, es un tema a largo plazo y ni la OTAN ni, sobre todo, la Unión Europea se van a conformar con medidas cosméticas o con un compromiso que no se cumpla.
La posición de Sumar es extremadamente complicada en este tema: para sus bases el aumento del gasto militar es un tema tabú y la tradición de la extrema izquierda española se distingue, precisamente, por el rechazo a la OTAN y a alinearse militarmente con Occidente. Un pacifismo lleno de contradicciones, sí, pero que es como decimos una de las señas de identidad de la izquierda: hasta el PSOE se oponía en su día a la entrada en la OTAN.
La situación sería menos grave si Sumar no fuese, al fin y al cabo, una coalición heterogénea de partidos y, sobre todo, si Podemos no pudiese hacer de este asunto su gran caballo de batalla: en parte por convicción, en parte por razones espurias y en muy buena parte porque saben que es la herramienta perfecta para desgastar tanto a PSOE como a los de Yolanda Díaz: el partido morado va a intentar machacar a sus dos rivales, haciéndolos aparecer como una izquierda falsa rendida a los intereses militaristas y a Trump. Y puede ser una estrategia efectiva, al menos en el caso de Sumar.
Un papel imposible
Los ataques de Podemos, además, complican la situación de Yolanda Díaz dentro del Gobierno, donde tiene que intentar jugar un papel imposible de cierta oposición pero sin oponerse realmente.
Una solución sería abandonar el Ejecutivo, lo que le permitiría congraciarse con su electorado al menos en esta cuestión capital. Sin embargo, dejar el Gobierno es –además de una muy dolorosa separación de la poltrona– dejar también las únicas palancas electorales de las que Sumar puede disponer: la presencia mediática que suponen los ministerios y la posibilidad de capitalizar leyes "sociales" como la subida del SMI y de transmitir, en suma, la idea de ser un partido útil.
Sin embargo, las tensiones en el Gobierno de coalición y los múltiples problemas que arrastra hace que no siempre se puedan rentabilizar esas medidas de cara a la opinión pública: el mejor ejemplo de esto es, precisamente, la subida del SMI.
Una coalición que se dispersa
Todo se complica por tres problemas congénitos de Sumar que es casi imposible solucionar: por un lado el hecho de que es casi más un diseño de laboratorio que un partido, formado con retazos territoriales y con formaciones como Más País –que también sufre su propia crisis– o Izquierda Unida. Es muy difícil, casi imposible con la llegada de las vacas flacas, que ese conglomerado tenga una dirección y una estrategia comunes.
Las fricciones pueden ser más o menos programáticas y, sobre todo, surgen con virulencia en periodos preelectorales y a la hora de confeccionar las listas. Y se harán mayores al ser muchos menos los cargos a repartir.
Por otro lado: Sumar no tiene ninguna presencia territorial real, de hecho probablemente el único partido de la coalición que la tiene es Izquierda Unida y algunos en regiones concretas: Más País en Madrid, Compromís en la Comunidad Valenciana, En Comú en Cataluña. Y ese es un factor de desgaste importante, por ejemplo, al afrontar elecciones autonómicas como las que habrá en Castilla y León y Andalucía el año que viene, como muy tarde, de las que Sumar saldrá, previsiblemente, muy mal parado.
Finalmente, el tercer gran problema es la propia Yolanda Díaz: cuya capacidad de liderazgo se ha mostrado completamente insuficiente, fallando en dos aspectos fundamentales como son el diseño de una estrategia política a medio y largo plazo y la elección del equipo, de lo que el ascenso y caída de Íñigo Errejón es el mejor ejemplo, pero no el único.
Y un PSOE al acecho
Para colmo de males, Sumar no se puede fiar lo más mínimo de su socio de Gobierno: Pedro Sánchez fue fundamental en la creación de la coalición como medio para quitarse de encima a Podemos, pero del mismo modo podría apostar por otra reconfiguración de la izquierda a su izquierda si el desgaste de Díaz y los suyos lo aconseja.
La preocupación socialista es evidente, la forma en la que Sánchez trata de mantener a Sumar con respiración asistida también, pero esa dependencia puede ser letal a la hora de la verdad, porque lo que es un hecho es que si la izquierda llega a unas elecciones dividida en tres partidos como está ahora las opciones de mantenerse en el poder son mínimas, por no decir nulas.
Llegados a este punto podría decirse que hay tres posibilidades para la futura relación entre el PSOE y Sumar o, en su caso, algo parecido a Sumar: la primera una reconfiguración, sacar de la chistera una nueva coalición con otro nombre y otro candidato que convenza a todas las fuerzas de la extrema izquierda a ser parte de una única candidatura. A día de hoy, parece imposible porque Podemos sólo entrará en ese juego si tiene todas las de ganar y la cabeza del cartel, algo que el PSOE no consentirá.
La segunda sería una OPA amistosa de los socialistas, alguna forma de integración para que los dos partidos de la coalición lleguen más o menos juntos a las urnas. De hecho, según un buen conocedor de ese ámbito, Luca Costantini, ya se habría pactado que Sumar sólo se presentase en algunas provincias para que en las que reparten menos escaños el voto de la izquierda se concentrase en el PSOE.
Que este pacto tenga un resultado positivo está por ver: el único antecedente similar –el acuerdo entre el PSOE e IU en las generales del 2000– tuvo como consecuencia la mayoría absoluta de Aznar y el mensaje que Sumar lanzaría sobre sí mismo con este acuerdo sería dramático, dejando un flanco muy evidente a sus enemigos.
La última opción es que un PSOE desesperado se lance a por los votos de Sumar para, dadas por perdidas las elecciones, asegurarse al menos una masa crítica para una oposición frontal a un gobierno de Feijóo que casi seguro será en minoría.
¿Podría Yolanda Díaz resistir un ataque así mientras Podemos les acuchilla desde el otro lado? Por lo que hemos visto de ella hasta ahora, la respuesta es un contundente no.
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