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El Papa, la Iglesia en Cataluña y Omella

En eso de elegir a un nuevo Papa, el nacionalismo catalán no tiene la más mínima importancia, a diferencia de lo que ocurre con el peso de Puigdemont y Junqueras en España.

En eso de elegir a un nuevo Papa, el nacionalismo catalán no tiene la más mínima importancia, a diferencia de lo que ocurre con el peso de Puigdemont y Junqueras en España.
Juan José Omella, en una imagen de archivo. | Cordon Press

Sería un tanto injusto comparar a la Iglesia en Cataluña con el Palmar de Troya, pero la abadía benedictina de Montserrat, que celebra en la actualidad el milenario de su fundación, es un lugar donde pasan cosas tan o más extrañas que en el templo de Nuestra Señora del Palmar Coronada, sede de la iglesia cristiana palmariana de los carmelitas de la Santa Faz. Iglesia y nacionalismo catalán son indiscernibles y Montserrat es para los nacionalistas catalanes el auténtico Vaticano, creencia que está en el origen de no pocas desgracias.

Pero eso no quita para que se muestren muy consternados por el fallecimiento del Papa Francisco, a quien consideran un líder espiritual a la altura de Gandhi, el Dalai Lama o el abad de Montserrat. Al menos es lo que se desprende de sus comentarios en la red social de Elon Musk. Puigdemont, por ejemplo, se ha despedido de Francisco con estas sentidas palabras: "El cristianismo pierde un hombre de bondad y de paz, inteligente y valiente, que supo entender los desafíos de la Iglesia en el mundo que se avecina. Descansa en paz, Papa Francisco".

Un vaticanólogo aún más reputado que Puigdemont, su "amigo" Oriol Junqueras, se ha puesto solemne en el mismo vertedero y ha proclamado urbi et orbe que "hoy, lunes de Pascua, nos deja el papa Francisco, el jefe de la iglesia que ha luchado contra los abusos, que ha hecho realidad el Evangelio y que ha construido una Iglesia al servicio de la justicia y la paz. Admiramos con orgullo su legado". El uso de las capitulares es cosa del propio Junqueras o de quien le teclee los mensajes.

Ni Puigdemont ni Junqueras han podido mostrar una foto con el Papa. No es el caso de otro político catalán, el presidente de la Generalidad, Salvador Illa, que en su elogio fúnebre tuitero exhibe una instantánea con el pontífice a la que acompaña un texto en el que dice que conocer a Francisco fue un "momento muy especial".

Hasta Ada Colau hablaba bien del Papa y habría escrito un emotivo obituario en X si no se hubiera ido cuando aún era Twitter. Y en el recuerdo de todos están aquellas estampas de la vicepresidenta Yolanda Díaz con el Santo Padre, Su Santidad y el obispo de Roma, uno y trino. Un hombre extraño este Bergoglio. Tan parecido a un Papa como Donald Trump a un presidente de los Estados Unidos.

De Cataluña se informaba a través de la religiosa argentina sor Lucía Caram, una fanática de Messi, el Barça y la república catalana de la que se podría decir que tiene un camerino en TV3 con su nombre en la puerta. Ni tan mal para una vocación de dominica contemplativa. La monja presumía y presume de una enorme cercanía con el fallecido Papa. Puede que no exagere.

El hombre de Francisco en la región era Juan José Omella, el cardenal arzobispo de Barcelona, uno de los dos "catalanes" en el inminente cónclave. El otro es el cardenal de Rabat, Cristóbal López Romero, natural de Almería, ordenado en Barcelona y que presume de un catalán aún más pulcro que el de Omella, turolense de Cretas.

El arzobispo de la Ciudad Condal no sale en las quinielas. Con 79 años cumplidos este mismo Lunes de Pascua, fecha del traspaso de Bergoglio, parece descartado por su edad y por el grosor de los aspirantes italianos, de Filipinas y Estados Unidos, entre otros países. En eso de elegir a un nuevo Papa, el nacionalismo catalán no tiene la más mínima importancia, a diferencia de lo que ocurre con el peso de Puigdemont y Junqueras en España.

Además, Omella no es del gusto de los nacionalistas a pesar de sus denodados esfuerzos por ser de su agrado. Todo viene del día en el que se refirió a Carles Puigdemont como "presidente de la autonomía". Sucedió en el funeral por las víctimas de los atentados terroristas de Barcelona y Cambrils, el 17 de agosto de 2017, semanas antes del golpe. Y delante de los Reyes de España, de Rajoy, sus ministros, alcaldes y cónsules y embajadores de todo el mundo. La bronca que Puigdemont le metió a Omella después de la misa fue de campeonato.

Claro que todo depende del Espíritu Santo y lo único que está claro al respecto es su predilección por varones cardenales de menos de 80 años.

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