
El 4 de mayo, a las 9:51 p.m., el ministro de Transportes y Movilidad Sostenible del Gobierno de España posteaba en la red social X un mensaje que empezaba así: "Hemos sufrido un acto de grave sabotaje en la línea de alta velocidad Madrid Sevilla". En aquel momento no había ningún indicio de que fuese un sabotaje el robo de cable de cobre que obligó a interrumpir la circulación de trenes, afectando a miles de pasajeros. No lo había, pero el ministro colocó la idea del sabotaje en cuanto supo de la incidencia. No era la primera vez que gritaba sabotaje tras algún suceso en la red ferroviaria. Aunque hablamos de Óscar Puente, conocido por su actividad desenfrenada y deslenguada en redes sociales, no lo hizo porque no se le ocurriera mejor palabra ni por ignorar qué significa sabotaje. Al contrario. El sabotaje era el mensaje político que deseaba difundir para culpar a una "mano negra", políticamente motivada, de provocar el incidente para dañar al Gobierno.
Las falsas acusaciones de sabotaje tienen una larga historia. En la época de Stalin fueron una de las herramientas propagandísticas que sirvieron para liquidar a los que denominaron "trostkistas", que eran todos aquellos a los que el dictador quería eliminar. Si las empresas iban mal, y resultaba que iban mal, decían que era por culpa de los saboteadores y éstos no podían ser otros que los señalados trotskistas, enemigos del pueblo. El comunismo soviético creó escuela y sus peculiares métodos para culpar de sus fracasos a supuestos boicoteadores, igual que sus procedimientos de purga y exterminio, encontraron discípulos en otros lugares del mundo. Entre los aprendices tardíos tenemos al régimen bolivariano de Venezuela, que tanto con Chávez como con Maduro ha achacado apagones y otras incidencias a sabotajes de la oposición. Ahora ya podemos decir, porque esto empieza a ser una pauta, que entre los discípulos de esas tácticas de guerra sucia propagandística que tenemos geográficamente más cercanos está el Gobierno de España.
Difundir sin prueba alguna que fue un sabotaje el robo de cable de cobre que afectó al AVE entre Madrid y Sevilla es un bulo como la copa de un pino. Un bulo descomunal que se permite, de nuevo, un Gobierno que dice tener como prioridad luchar contra los bulos. Precisamente. No hay posición más segura para lanzar bulos que ésa. Poco importa que, unas horas después, la Guardia Civil apunte a un robo de cobre como tantos que ha habido. Es indiferente que al cabo de unos días, el juzgado califique los hechos como un "robo con fuerza en las cosas". Nada de esto afecta al núcleo esencial de la propaganda. El efecto que se quería provocar se consiguió en el instante, las 9:51 p.m., en que el ministro voceó ¡sabotaje!. El bulo empieza entonces a circular como lo hacen los bulos, movido por su propia fuerza y con la ayuda gubernamental. Pilar Alegría, la ministra portavoz, volvió a darle cuerda tras el Consejo de Ministros. No dijo "sabotaje", pero sugirió sabotaje: "había una clara intención de hacer daño".
El bulo del sabotaje lo lanza el Gobierno para sembrar una sospecha cuyo detalle deja a la imaginación del votante-espectador, como si fuera un dibujo para colorear. Esto es mejor que lo de Stalin de cargárselo —y cargarse— a los "trostkistas". Así, los proclives se lo pueden endosar a quién quieran. Los fans del ministro ponían a Aznar entre los posibles jefes de los saboteadores. Pero esto es clave: si no encuentra disposición a abrazar el mensaje subyacente, un bulo no tiene recorrido. La parroquia del PSOE quiere creer que la derecha sabotea al "Gobierno legítimo" para no tener que creer que el Gobierno se sabotea a sí mismo con su panorámica incompetencia.