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Telebasura pública y de calidad

Si por mí fuera dinamitaría Torrespaña, como los americanos con la esvástica gigante de Núremberg tras el final de la Segunda Guerra Mundial.

Si por mí fuera dinamitaría Torrespaña, como los americanos con la esvástica gigante de Núremberg tras el final de la Segunda Guerra Mundial.
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Es curioso cómo funciona la memoria. En mi cabeza los meses de julio y agosto de 2010 están separados por un abismo cronológico que hace que pertenezcan a épocas completamente diferentes. Sospecho que tiene algo que ver con que tres semanas después del gol de Iniesta a mi hijo mayor le diera por nacer, ya campeón del mundo desde la cuna. Como cualquier padre novato y, en mi caso, torpe, me familiaricé como pude con biberones y pañales, incorporando a mi vocabulario exóticas palabras venidas de regiones hasta entonces vetadas para mí, como meconios o sacaleches. El caso es que aquel verano vi mucho la tele, fundamentalmente porque no tenía nada mejor que hacer mientras bailoteaba a saltitos breves por la habitación cantándole nanas para dormir al bebé que me echaba el regüeldo en el hombro. Vi muchas cosas; el hallazgo con vida de los mineros chilenos, a Nadal ganar el Abierto de Estados Unidos, atacar naves en llamas más allá de Orión y rayos C brillar junto a la puerta de Tanhäuser, pero sobre todo vi Sálvame.

La ventaja del programa de Jorge Javier Vázquez sobre cualquiera otra de las opciones disponibles en la parrilla es que no era soporífera, como las telenovelas o la enésima reposición de "Madre sidosa pierde hija en secta" del Cine de Tarde de Antena 3, ni tampoco exigía el uso de funciones cerebrales superiores, como Cifras y Letras o los documentales de la 2. El público objetivo de Sálvame era mayoritariamente femenino porque los varones heterosexuales ya tenemos El Chiringuito de Jugones, pero cuando uno tiene tres kilos largos de bolita peluda y comestible en brazos que requiere de movimientos suaves pero constantes para permanecer en la fase REM del sueño, le vale cualquier cosa. Lo que sea menos que el niño se despierte y convierta el salón en una reproducción sonora de las sirenas antiaéreas de Dresde una mañana mala de 1945.

No recuerdo absolutamente nada de aquellas docenas de tardes de baja de paternidad mirando cómo Belén Esteban y Lydia Lozano se gritaban cosas. De hecho ni siquiera recuerdo si estaban en el programa, pero en mi cabeza es así. No tengo claro tampoco si aquello de "Andreíta, cómete el pollo" es de aquella época o anterior. Probablemente los pollos que se metían en aquel programa eran de otro tipo. Sí que recuerdo cierto debate sobre la telebasura, y también las narices arrugadas en un mohín de disgusto de periodistas y gentes de la cultura, que por algún motivo absolutamente incognoscible se sentían mejores que el zumbado de Jorge Javier y su 20% de audiencia diaria de lunes a viernes. Un año antes, de hecho, le habían otorgado el premio Ondas al mejor presentador, y Àngels Barceló y Carles Francino, muy dignos ellos, se habían negado a mancillar sus delicadas manos de aguerridos informadores entregándole el premio al badaloní. A ver si se iba a creer que era igual que ellos.

Sálvame se emite ahora en Televisión Española, con otro nombre pero el mismo espíritu, aunque con una importante rebaja en la mala leche y la bilis que caracterizaban al histriónico Jorge Javier. Los defensores de la tele pública proclaman que TVE no tiene que preocuparse por las audiencias sino de ofrecer un producto diferencial y arriesgado, sin el corsé de tener que tomar decisiones basándose en cosas tan mundanas como que alguien lo vea. Si es por eso, el Sálvame Público y de Calidad está siendo un éxito, con porcentajes de audiencia equiparables a la teletienda y en descenso meteórico hacia la Carta de Ajuste. Pero no es esa la razón por la cual también están cosechando fortísimas críticas de sus compañeros de informativos de RTVE, claro. El reproche es por cubrir acontecimientos informativos como la elección de León XIV (otro papa sin rima para los cánticos, y van tres seguidos) en el mismo tono frívolo e insustancial del resto del programa. Por intrusismo, vamos.

Es curioso lo que moviliza a los periodistas, pero especialmente lo que no les moviliza. Paloma del Río, casi 40 años en El Ente y Premio Ondas como Jorge Javier pero una década después, se quejaba recientemente de lo maltratadísimo que está el deporte femenino en la tele pública. Y ahí estaba, tan ufana, narrando en directo el desfile con el que el Sálvame pagado con tus impuestos se presentó en sociedad. Al parecer no ve la relación obvia entre los millones que cuestan Belén Esteban y compañía y la ausencia de dineros para, yo qué sé, la hípica subacuática femenina. Los ceñudos profesionales del Consejo de Informativos de RTVE han decidido ir a la guerra contra la dirección del Ente por un quítame allá esos micros, pero permanecieron en un silencio piadoso y sepulcral cuando, con el país en shock por la catástrofe en Valencia, el gobierno decidió que lo verdaderamente urgente no era enviar al ejército allí sino enchufar en el Consejo de RTVE a una galería de personajes absolutamente abominables, entre otras, la directora de El Plural, ese panfleto para deficientes mentales que únicamente difunde los bulos más inverosímiles de la factoría PSOE

En realidad a mi el Sálvame Público y De Calidad me da bastante igual. Mucho más basurientas y demagogas son las entrevistas-felpudo de la activista Silvia Intxaurrondo, que dejan a Alfredo Urdaci al borde de ganar tres premios Pulitzer consecutivos, como las Champions de Zidane. Jesús Cintora tiene todavía menos audiencia que María Patiño, y también es un ventilador dedicado en exclusiva a distribuir las heces del gobierno. Si por mí fuera dinamitaría Torrespaña, como los americanos con la esvástica gigante de Núremberg tras el final de la Segunda Guerra Mundial. O al menos lo convertiría en un restaurante con las mejores vistas de Madrid. Porque salvo la misa de los domingos y los programas de auténtico servicio público, esos que no ve prácticamente nadie porque se emiten de seis a diez de la mañana en La 2, el resto es más telebasura que la propia telebasura. Eso sí: pública y de calidad.

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