
Los "whatsapp" entre el presidente del Gobierno y su entonces mano derecha tienen algo de la dialéctica del amo y el esclavo, aquello de Hegel, pero ante todo tienen una dialéctica trasnochada. Yo, por lo menos, no había oído llamar a alguien "petardo" desde que se lo escuchaba, hace mil años, a las niñas más redichas, pero ahí tenemos al "petardo" bien incrustado en el vocabulario privado de Sánchez. No tan privado, hay que decir, porque al otro lado de la línea no estaba su señora, sino un secretario de Organización y ministro, obediente y a la orden. Y detrás de Ábalos, su angelito de la guarda Koldo, que era el que conservaba este tesoro minimalista. Después cuentan que se rodean de los mejores.
Dice el PSOE que esta revelación no tiene ninguna importancia, pero también dice que es gravísimo que se haya violado la intimidad del presi. Vaya, hombre, igual que la de otros políticos, pillados, y cuando se difundió urbi et orbi aquel mensaje —un primitivo SMS— de Rajoy a Bárcenas, no se vio protestar a los socialistas por la violación de lo íntimo; al revés, lo utilizaron. Además, la intimidad de Sánchez es una extraña cosa desde que hizo pública una carta en la que se declaraba enamorado de su mujer. Los sentimientos amorosos de Pedro no tienen importancia pública y no deberían tenerla. Los mensajes de Sánchez para que ciertos presidentes autonómicos de su partido dejaran de "tocar los cojones", sí.
El tono macarra del presidente lleva con naturalidad a figurarse a un pequeño déspota que no soporta que alguien de su partido diga algo interpretable como una crítica. Pero, bien mirados el texto y el contexto, lo que reflejan más bien es una inseguridad total. Su ira es la ira del que está sobrepasado, recela de todos y ve conspiraciones a diestra y siniestra. Es ridículo que un presidente del Gobierno de España esté pendiente de lo que ponen un Lambán o un Fernández Vara en Twitter, pero así estaba Sánchez. Vigilaba los tuits de los "barones" socialistas, incluso cuando se encontraba en Nueva York para intervenir en la Asamblea de Naciones Unidas. 25 de septiembre de 2020: "llamad al petardo este (Lambán)"
A ningún dirigente van a gustarle las críticas de los suyos, pero cuando alguno tiene la suerte de llegar a Moncloa, lo que pase en la jaula de grillos deja de ser importante; es minucia. Continuar entonces obsesionado por el control total y castigar a los que se salen de la fila sólo muestran falta de confianza, primeramente, en uno mismo. Pero Sánchez no ha podido disciplinar al inseguro Pedro. Sigue necesitando que su partido sea un batallón de clones, donde todos dicen y hacen lo mismo, como puros autómatas. Su intervención en los liderazgos autonómicos ha sido para eliminar cualquier rastro de personalidad propia en quienes los ocupen. Sólo se admiten dos biotipos: el clon y el pelotillero. Más los noctívagos para el trabajo sucio.