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El voto de la desilusión

Ningún partido puede generar hoy otra ilusión que la de acabar con la desilusión que ha causado el que está en el Gobierno.

Ningún partido puede generar hoy otra ilusión que la de acabar con la desilusión que ha causado el que está en el Gobierno.
Alberto Núñez Feijóo. | Europa Press

La convocatoria adelantada del Congreso del Partido Popular ha puesto en marcha el reloj de las ilusiones. Quiero decir, la discusión sobre qué debe hacer —y qué no debe hacer— el partido de la oposición para ser una alternativa ilusionante. Es la discusión de los momentos en que un Gobierno no acaba de derrumbarse en las encuestas y su rival no termina de despuntar con la rotundidad que se espera en esas circunstancias. Más aún cuando todavía está fresca la sorpresa del 23-J de hace dos años. Entonces, se celebró aquello que vino a ser, de algún modo, el lema de campaña de Feijóo: "vamos a derogar el sanchismo", mientras que hoy se insiste en que no basta con echar a Sánchez y hay que hacer "propuestas en positivo".

Si la discusión va por ahí, resulta un tanto absurda. Aquello de derogar el sanchismo no era más que un ítem de comunicación y uno que tenía pegada, que es lo que se espera de estas cosas. Por otro lado, un partido en la oposición tiene siempre, como todos, un programa de "propuestas en positivo" y el interés que despiertan, por ser benévolos, es efímero, salvo que metan de matute algún producto de importación —recuérdese la "mochila austríaca"—. Los programas son un pestiño que pocos leen, y un partido que quiera publicitar propuestas en positivo, mejor que no las entierre en la aridez de esos documentos. Pero igual que de forma casi unánime se aplaudió lo de derogar el sanchismo, ahora se piden casi unánimemente un contenido en positivo y una renovación del ideario. La pregunta es para qué.

La pregunta desilusionante tiene sentido. El problema actual es que ningún partido puede generar hoy otra ilusión que la de acabar con la desilusión que ha causado el que está en el Gobierno. No es sólo un problema español, ahí está el entorno europeo para ejemplos, pero aquí lo vemos en vivo y en directo. Es un problema, claro, que no perciben los más cafeteros. En nuestro caso tiene que ver con las desilusiones acumuladas en una década, decepciones que se han ido reflejando puntualmente en el ocaso de partidos nuevos que en su momento ilusionaron. Algunas fueron ilusiones pésimamente orientadas y otras, no, pero de la experiencia —y el experimento— ha quedado un poso de apatía y decepción. Un poso que explica, en parte, que un partido que se porta como el de Sánchez no se haya descalabrado en intención de voto. Es el conformismo de "con tal de que no gobierne la derecha", que los socialistas y sus socios han sabido explotar.

La vía para salir del estancamiento desilusionado se encuentra, más que en las fórmulas de partido, en las formas de la persona. El barniz de la ilusión no lo van a dar los programas ni los idearios. Lo va a dar el carácter de un líder. Serán su persona y su personalidad los que infundan confianza. La ilusión posible es ésa. Más frente a lo que es Sánchez: cualquier cosa, menos fiable. ¿Quién le compraría un coche de segunda mano? ¡Con lo que ha salido de aquel Peugeot! Extrañamente, Feijóo que empezó acentuando rasgos personales, y acertaba en eso, después los ha desdibujado. Nada se pierde por hacer propuestas en positivo. Pero si se hacen, que sean para vertebrar un interés común, no para segmentar en mil y un grupitos. Y dejen la chequera para después. Prometió Feijóo una ayuda de 600 euros para los celíacos, y salió Sánchez con un cheque de 100 euros para gafas y lentillas. Si el juego va de chequera, el Gobierno gana siempre. Porque la tiene y porque no tiene reparo en usarla.

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