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Bochorno nacional

Sufrimos a un tipo que es bochornoso, no sólo ya para muchos españoles, tal vez la mayoría absoluta, sino para unos europeos que no salen de su asombro

Sufrimos a un tipo que es bochornoso, no sólo ya para muchos españoles, tal vez la mayoría absoluta, sino para unos europeos que no salen de su asombro
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Europa Press

Hemos sufrido un verdadero bochorno nacional. Qué palabra esa, bochorno, que dice el María Moliner que deriva de vulturno. En realidad, alude al viento del Este, el maldito levante que hornea nuestra mitad occidental y buena parte del resto. Este fin de semana hemos hervido hasta en Cádiz donde han llegado a los 38 grados y eso son palabras mayores. Así que, puestos a lidiar con el bochorno, un grupo familiar nos hemos ido a Badajoz, otra boca del infierno.

Pero bochorno no es sólo calor sofocante que se origina en el Mediterráneo, tal vez desde ese viento en popa a toda vela de Espronceda. También se refiere a una corriente de vergüenza interior que nos sonroja cuando comprobamos que sufrimos una sofoquina espiritual por no haber podido impedir un comportamiento que humilla, desbarata la compostura y nos sume en el ridículo cuando no en el deshonor.

Paseando por el centro histórico de esa ciudad siempre olvidada por todos, en la línea que va de Madrid a Lisboa, nos indigna que no tenga ni un tren de alta velocidad que se precie. Entren en las páginas web de Renfe o en la Inteligencia Artificial que quieran y comprobarán que viajar en tren desde la capital de España a la capital de Portugal, unos 500 kilómetros, exige sacrificar, más de 10 horas, las posaderas en un vagón.

Con todo, no es el bochorno principal que se acalorina en las venas cuando se deambula por Badajoz. Dejando a la estatua del Godoy al margen, si se sube desde la catedral a la plaza Alta para llegar a la Alcazaba, la más grande de toda Europa, se comprueba cómo todo ese centro histórico ha sido prácticamente abandonado inexplicablemente. Las calles que ascienden a la fortaleza de origen árabe tienen la inmensa mayoría de los negocios y tiendas cerrados. ¿Razón? No son seguros por el dominio invisible de la marginalidad.

Pero hay más. ¿Cómo no ir a esa ciudad militarizada que es Elvas la portuguesa desde la ciudad del Guadiana? Sí, a esa Elvas, siempre raya fronteriza y siempre objeto de deseo de españoles y portugueses que pelearon y murieron en ella tantas veces. El bochorno se hizo infernal cuando en la Plaza de la República se descubre que el palacete del danzarín de las chirimoyas está a tres minutos andando.

Fue allí, en esa plaza donde reina la Iglesia catedral de Nuestra Señora de la Asunción, manuelina y una de las glorias de la azulejería, justo allí donde un obispo se hizo un balcón para ver bien las corridas de toros, cuando uno comprende que el bochorno nacional ya es insoportable y que la desconsideración hacia España está traspasando las fronteras y los límites. ¿Cómo se atreve a hablar de límites la señora Pilar Alegría mientras se tragó la matraca del "atentado" de un ex agente de la UCO, vinculado decía, cómo no, a la señora Díaz Ayuso?

En esa Badajoz, en la que hasta las cigüeñas sufren de bochorno agudo cuando comentan entre ellas cómo un ex presidente de la Diputación y amigo del hermanísimo David Sánchez ha desalojado de sus trabajos y de su continuidad vital cuando menos a cinco personas para refugiarse en el aforamiento de la manera más vergonzosa que recuerdan los siglos, ¿quién puede atreverse a hablar de límites?

Naturalmente, se repasan mentalmente los límites calcinados en el bochorno nacional que sufrimos desde que Pedro Sánchez llegó al gobierno. Hasta el socialista Tomás Gómez recordaba, cómo no, después de la putada que le hizo, que el ahora presidente del gobierno metía votos irregulares en una urna escondida al principio de su carrera hacia la nada.

Claro que sí. Sufrimos a un tipo que es bochornoso, no sólo ya para muchos españoles, tal vez la mayoría absoluta, sino para unos europeos que no salen de su asombro: atacan a los jueces, manejan a los fiscales, no pagan lo que deben, se niegan a pensar sobre las pensiones, están hasta cejas de corrupción al por mayor, con la familia incluida, usan cualquier mala arte mafiosas para casi todo… Del resto del mundo ni hablamos.

Y con todo ese sofoco, no se nos ocurre nada. Bueno, sí, a la oposición política sólo se le ocurre invitarnos a otra manifestación, esta vez el 8 de junio. Sin siglas ni banderas, dice el PP convocante que, como es costumbre, no cuenta con nadie porque sigue empeñado en ser el único partido de la derecha, que no lo es ni lo va a ser porque él se encargó de destruirlo. ¿No se acuerdan de Rajoy? Claro, Vox ya ha dicho que no va.

Pero es que Feijóo, cuando algún asesor le recuerde que el 8 de junio es la culminación de la romería de la Virgen del Rocío, que tiene a media España en vilo, sentirá una vertiginosa sensación de ridículo. Moción de censura, no, claro. Pero convocar un día grande de España para centenares de miles de sus votantes, eso sí. Joder, qué bochorno de gobierno, pero que oposición más bochornosa.

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