
Del aluvión de propuestas estúpidas que intentan acabar con el cambio climático a base de estropear la vida a los hombres, por fin ha emergido una que merece toda mi consideración. Se trata de la tesis de Matthew Liao "ingeniería humana para frenar el cambio climático", expuesta en un artículo del libro The Next Step: Exponential Life. Su propuesta estrella es modificar genéticamente a los humanos para conseguir que desarrollen intolerancia a la carne, y así reducir la ganadería, que en opinión de los calentólogos es la madre de todas las contaminaciones.
A Matthew Liao le honra reconocer que nunca debe ser una modificación genética "obligatoria o forzosa", sino voluntaria e impulsada por "beneficios fiscales o ayudas a la asistencia sanitaria". Agradezco al filósofo estadounidense que nos libre de este trance forzoso. En su opinión, este plan debería aplicarse a quienes creen que el hombre tiene algo que decir sobre la temperatura de la tierra, y a activistas que estén dispuestos a sacrificarse de verdad por la causa. Esto se pone en interesante.
Es la primera vez que alguien propone una medida para mitigar el cambio climático que afecta solo a quienes se han vuelto locos con la propaganda comunista de los ambientalistas, y no a mí; si bien, a nadie se le escapa que, aunque no te modifiquen genéticamente, los tratamientos necesarios para algo así acabarán saliendo de tu bolsillo, no esperes ni por un segundo que los activistas pongan un duro para que un equipo de médicos expertos en droga dura te generen de la noche a la mañana una intolerancia a la carne tan perfecta que te salgan ronchas solo de ver en televisión a los Looney Tunes. Por otra parte, tipos como Matthew Liao dan la idea, y los gobiernos totalitarios la recogen y aplican a su gusto.
En su célebre clasificación de las sectas, el sacerdote Manuel Guerra explica que una secta es "la clave existencial, teórica y práctica, de los que pertenecen a un grupo autónomo, no cristiano, fanáticamente proselitista, exaltador del esfuerzo personal y expectante de un cambio maravilloso, ya colectivo –de la humanidad-, ya individual". Guerra contrapone la participación individual en el cristianismo, en donde el individuo aporta un pequeño esfuerzo que se ve completado por la acción divina de la gracia, con la implicación total de la secta, donde "todo es obra del esfuerzo de los adeptos con la ayuda del grupo".
El esfuerzo climático, como imaginas, ya lo estás haciendo: financiando ruinosos proyectos de energías renovables, pagando una millonada por la energía, prescindiendo de objetos que antaño eran de plástico, apagando la calefacción en invierno para no provocar el apocalipsis climático, o montándote en una bicicleta para ir a trabajar y llegar con el traje completamente sudado.
A la luz de esta definición, el ambientalismo, en fin, es una secta. Y, como señala Guerra, cuando "el líder pierde la cabeza", "todos enloquecen y pueden precipitarse en los horrores del suicidio colectivo o ritual". Y todos los líderes de esta secta ya han perdido la cabeza por completo. Desconozco si el señor Matthew Liao pertenece a la secta climática, lo único seguro es que ha sido capaz de calibrar su esencia, porque sabe que solo un colectivo muy loco podría tragar con una propuesta alucinógena de modificación genética de humanos para mitigar el calentamiento global. Es decir, si hay un grupo de locos que podría aceptar algo así, es el mismo colectivo que tiene de líder mundial a alguien como Greta Thunberg.
Pero si crees que el filósofo ya ha traspasado todos los límites es porque desconoces la segunda parte de su propuesta (he tenido que frotarme los ojos varias veces y medirme el nivel de alcohol en sangre): "hacer humanos más pequeños" para que consumamos menos comida y recursos. ¡Cielo santo, ha descubierto Liliput! En la célebre novela de Jonathan Swift, esta nación estaba habitada por individuos diminutos. Este es el plan de Liao: "una posibilidad es usar el diagnóstico genético preimplantación (DGP), que se emplea en clínicas de fertilidad", "también se podría usar el DGP para seleccionar niños de menor estatura". No estoy seguro de si puedo reírme de todo esto, o si más bien deberíamos rezar para que venga pronto un meteorito, y a ser posible le caiga a Liao en la cresta, y libere a los pobres embriones de estatura normal de ser arrojados al cubo de la basura.
Otras de sus alocadas propuestas incluyen "reducir los índices de natalidad" -¡justo lo que necesita Occidente- o inducir farmacológicamente el altruismo climático: "Hay indicios de que el altruismo y la empatía tienen una base biológica susceptible de ser alterada mediante fármacos". Esto último es el sueño del narcisismo sanchista: ¡que te entren ganas de votar al PSOE con solo tomar una pastilla!
Si bien todo esto parece una aberración –más aún cuando la iniciativa de publicar toda esta basura en abierto parte de la "obra social" de una gran banco-, tal vez haya algo de esperanza. Si pueden hacer una pastilla para volverte más ecologista, o intolerante a las sabrosas hamburguesas de vacuno, tal vez a mí podrían diseñarme una para volverme totalmente intolerante con los idiotas. La necesito como el contaminar.
