
Cuatro formaban la banda del Peugeot: Sánchez, Cerdán, Koldo y Ábalos. Eran los mosquepedros, el equivalente de los mosqueteros de Dumas pero en el reverso cutre del socialismo. Han caído tres por sospechas de corrupción, pero el principal, fiel a su manual de resistencia, se mantiene contra viento y marea, contra los jueces y la UCO. Con un puñado de votos golpistas por banda, corrupción en popa, a toda vela, no corta el mar sino vuela el bajel pirata que llaman, por su sectarismo mafioso, PSOE. Sánchez un genio del mal, sin duda, pero hay que admirar su descaro, su control de su grey, su capacidad de seducción, su innata inmunidad solo comparable a la de Jack el Destripador. Si Scotland Yard no pudo con el asesino de prostitutas en Londres, cabe la sospecha que la Guardia Civil no conseguirá detener al asesino de la democracia en España. Pedía perdón compungido el jefe de los mosquepedros y nos podemos imaginar a sus mercenarios mediáticos, de Gonzalo Miró a Silvia Intxaurrondo pasando por Esther Palomera, haciendo pucheros y musitando «pobretico, qué delgao está».
Sin embargo, quedan otros mosquepedros, igualmente viles pero más sutiles e insidiosos. Antes de la rueda de prensa consultaría con el gurú en propaganda electoral Iván Redondo o algún experto similar en sofismas y falacias para manipular a las masas. Redondo escribía «La izquierda, primero, no debe pedir perdón por existir.». Cuyo corolario es que la izquierda no debe pedir perdón por la corrupción que protagoniza y, de ahí, que si es condenada, ella misma se autoindulta. Pero, dirá usted, Sánchez ha pedido perdón. La verdad es que no, ya que en Sánchez todo es falso, hasta algo en principio tan noble como pedir perdón. Porque para pedir perdón auténticamente hace falta cumplir una serie de condiciones: el reconocimiento del daño causado, la sinceridad emocional, la intención de cambio, la reparación del daño y, sobre todo, la responsabilidad plena. Es inimaginable que alguien como Sánchez, un campeón de la mentira abyecta elevada a obra de arte del cinismo, asuma la responsabilidad plena que pasaría por su dimisión como secretario general del PSOE, aunque está en la tradición de este partido ser dirigido fundamentalmente por enfermos de la tríada tenebrosa, y como presidente del gobierno, asumiendo un adelanto electoral para que la nación política y el estado de Derecho no se viese más contaminado por la conducta tóxica de las distintas bandas de los mosquepedros que nos asolan.
Las condiciones para un perdón de verdad se basan en principios psicológicos y éticos que Sánchez ha demostrado hasta la saciedad que no posee. En su lugar, el paripé en la sede del PSOE no ha sido sino una cortina de humo más de la campaña electoral permanente en la que está inmerso Sánchez desde que se subió al Peugeot junto a Ábalos, Cerdán y Koldo. Como demuestran los ascensos de la esposa y el hermano a la vera de la influencia del presidente, la falta de autenticidad de Sánchez convierte la disculpa en un desvergonzado espaldarazo a sí mismo, a la perspectiva de la persona causante de todo este desvarío político, de este guirigay de corruptelas económicas y, lo que es más grave, de la deconstrucción del imperio de la ley y la separación de poderes que están llevando a cabo los mosquepedros Marlaska, Bolaños y Conde Pumpido, al lado de los cuales la presunta corrupción económica de los otros es casi el chocolate del loro.
Decía que Sánchez es un enfermo de la tríada tenebrosa: narcisismo, psicopatía y maquiavelismo. Asesorado por sus maquiavelitos de la Moncloa no saldrá del palacio presidencial a menos que se lo lleve escoltado la UCO, a la que teme tanto como a los jueces, o tras unas elecciones en las que no primen los votos de la ultraizquierda y los golpistas. Recordemos, por tanto, a Maquiavelo: «la experiencia de nuestros días nos muestra que haciendo varios príncipes poco caso de la buena fe, y sabiendo con la astucia, volver a su voluntad el espíritu de los hombres, obraron grandes cosas y acabaron triunfando de los que tenían por base de su conducta la lealtad»