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Las verdades que nos dijo Sánchez

Sánchez decidió seguir la misma estrategia, aunque esta vez sin carta: él en realidad también es víctima, y además mucho más víctima que el resto.

Sánchez decidió seguir la misma estrategia, aunque esta vez sin carta: él en realidad también es víctima, y además mucho más víctima que el resto.
El presidente del Gobierno y líder del PSOE, Pedro Sánchez. | EFE

A cada nuevo escándalo, y van unos cuantos, los periodistas seguimos cometiendo el error de lanzar hipótesis sobre el presidente como si cupiera esperar de él una reacción normal. Aunque a estas horas parezca increíble, hubo cábalas en la redacción sobre la fecha de un hipotético adelanto electoral ante un informe que por lo abultado y por lo grosero de las grabaciones parecía llamado a poner en especiales apuros a un Sánchez que acumula la imputación de su mujer, de su hermano, de otro secretario de Organización y el reciente show Leire. El presidente "profundamente enamorado" que desconcertó a un partido y un país entero cuando los escándalos comenzaban a aflorar decidió seguir la misma estrategia, aunque esta vez sin carta: él en realidad también es víctima, y además mucho más víctima que el resto (se ocupó de recordar que él conocía a Santos Cerdán desde 2014 para hacer ver la importancia de la supuesta traición). Su petición de "perdón", repetida una y otra vez en cada hueco del discurso, parecía querer llevar a quien le escuchara a responder 'tranquilo, ya está, suficiente llevas, no podías saberlo'.

El enfado ciudadano y los amagos de indignación entre los suyos, parecía decir Sánchez, son más que compartidos. Es más: él sería el principal perjudicado. En este relato delirante, su promesa de una auditoría en el PSOE(diciendo a la vez que no hay nada que revisar, según el Tribunal de Cuentas) y cambios en la dirección (imprescindibles tras la marcha de Cerdán) parecían pura magnanimidad del presidente: gestos, concesiones de quien se presenta como el más traicionado por las revelaciones.

A falta de ver quién le compra este incomprable discurso, sí hay que prestar atención a algunos mensajes lanzados por el hipersobreactuado Sánchez. El presidente, incómodo de escuchar por lo excesivo del tono y la forma (la mirada, la amenaza de las lágrimas, la constante apelación al sentimiento, el luto casi en la corbata) tuvo algún fogonazo de sinceridad en dos o tres instantes.

Uno de esos momentos fue la mención a que se había enterado del contenido del informe de la UCO esa misma mañana: el dolido presidente dejó entrever su enfado por no poseer ese informe que se vio leer ávidamente a Santos Cerdán desde su escaño, cuyo contenido había comenzado a filtrarse un día antes y que según reveló la SER sin querer, María Jesús Montero pedía desesperadamente. A Sánchez no le gusta que le sorprendan.

Los otros momentos tuvieron que ver con su mención al futuro: si bien el presidente ya lo ha dicho en más ocasiones también hubo destellos del presidente real en esa mención expresa y especialmente tajante a una legislatura que durará "hasta 2027" tras unas horas en que algunos supuestos afines estaban hablando de fin de ciclo y los socialistas críticos habituales pedían elecciones. Ni todo lo anterior, que tumbaría a cualquier gobierno, ni esto, ni lo que venga lo hará marchar, dio a entender. También hubo un aviso sincero en la mención, continuada, de su mandato como un "proyecto político" que le trasciende: posible mensaje a los socios que lo hacen posible, a la oposición contra la que está diseñado, a los ciudadanos a los que parece apelar para estar junto a él ante quien ose rebatirle. No me iré: esto no basta, nos dijo el presidente.

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