Veo la foto de Pilar y veo, ahora que con el 25 aniversario todos hemos hecho el esfuerzo de echar la vista atrás, la redacción de Conde de Aranda y el sitio donde ella se sentaba: en el turno de tarde, junto a Javier Somalo (era su mano derecha), en una época en la que lo que más pesaba era ser más rápidos que nadie en contar lo que ocurría en "versión LD". Ahí brillaba ella: rapidísima en esas sesiones de control en que se subía la noticia antes de que el rifirrafe de turno hubiera terminado, agudísima en titulares que aún recordamos. Fue cuando la conocí y me atrevo a decir que después de tantos años trabajando disfrutó especialmente de aquellos momentos, aunque en esa época yo apenas cruzara palabra con ella y hoy, como tantas cosas, eso haya quedado por decir.
Dos décadas después Pili seguía titulando así, sin ocurrírsele callarse nada, en cada línea de sus revistas de prensa que, en años y años de desnudar sin piedad portadas y columnistas, habían generado fans en ambientes insospechados. También seguía siendo una apisonadora, dispuesta a echarse cualquier trabajo encima y con una cualidad que quizás fuese la que yo más admirase cuando hace veinte años la veía trabajar, a ella y al resto de la vieja guardia del periódico: la sangre fría cuando pasaba algo importante y había que contarlo rápido, muy rápido, sin dudas, sin (demasiado) agobio.
No sé (o mejor dicho, sí sé) si a Pilar le gustaría mucho que la llenáramos de elogios ahora, pero sí creo que toca recordarla (aunque probablemente no quisiera) como alguien para quien este periódico fue su casa, su familia y en el que fue una figura esencial. Y en veinte años en que lo profesional y personal se entrelazan inevitablemente, ella fue esa persona dispuesta siempre a echar una mano en todo y alguien con la que compartí mucho más de lo que permitían augurar esas tardes en la primera redacción de Libertad Digital. Qué alegría conocerte, Pili, y que me dejaras estar cerca.
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