
En España, y cuando se trata de asesinatos o violaciones, hay víctimas de primera y víctimas de segunda. Lo que diferencia a unas de otras no es su raza, su origen, ni siquiera su sexo. Lo que las diferencia es de quién son víctimas.
Hace unos días un hombre de 20 años quemó viva a una chica de 17 en Las Palmas. Irene Montero, tan rauda siempre a la hora de placar con sus tuits cualquier agresión del terrorismo machista, ha preferido guardar silencio esta vez. ¿A qué se debe esta repentina contención de la dueña de Villa Tinaja en la verborrea condenatoria del patriarcado? A que el agresor es un marroquí. Concretamente un marroquí llegado ilegalmente hace un mes a las Canarias y que tenía pendiente una orden de expulsión. Tampoco la ministra de igualdad ha dicho esta boca es mía. Es más, ningún cargo socialista ha considerado digna de mención a la menor, tutelada por el gobierno canario, cuya vida pende de un hilo en la unidad de quemados. ¿Y desde la oposición de, ejem, derechas? Silencio radio. Feijoó, Tellado, Ayuso, nadie ha mencionado en ningún momento el crimen ni a su víctima. El único partido nacional que ha creído oportuno referirse a este asunto es, claro, Vox.
Las víctimas son víctimas en la medida en la que puedan ser utilizadas para un relato. Un relato que está escrito de antemano en el que las conclusiones son muy anteriores a los hechos. En 2024 murieron 35 niños a manos de alguno de sus progenitores, pero el Ministerio de Igualdad únicamente contabilizó nueve: los que fueron asesinados por sus padres. Los niños no son víctimas por sí solos, necesitan que el victimario sea su padre para merecer siquiera un hueco en las estadísticas. Los niños son sólo extensiones de la mujer, hasta el punto de que cuando es ella la que los asesina, se habla de "suicidio ampliado", como si los hijos fueran parte integrante de la madre y no individuos independientes. Como escribió Juan Soto Ivars, lo sentimos: si no te mató tu padre, no existes.
Del caso de la manada de Pamplona se emitieron cientos de horas de televisión y radio y se publicaron miles, o decenas de miles de noticias en prensa escrita y en línea. Hasta se rodó un documental y se aprobó una ley ad hoc que luego resultó ser un fracaso por la estupidez de sus redactores y la estulticia de los partidos que la aprobaron, entre ellos Ciudadanos. El número de manadas desde aquel verano hasta hoy se cuenta literalmente por centenares, pero el impacto mediático jamás ha alcanzado una fracción de una fracción de aquellos sucesos. En buena parte porque el perfil de los agresores en manada responde mayoritariamente a varias casuísticas: extranjeros (nacionalizados o no), menores y gitanos. Y hay conclusiones que es mejor no sacar.
En septiembre de 2021 un joven gay de Chueca se inventó una agresión para no tener que confesarle a su pareja una infidelidad. Según la denuncia, un grupo de nazis le habían tatuado la palabra "maricón" en el culo. Durante tres días el gobierno disparó con toda su inmensa potencia de fuego contra el PP y Vox. Todos los medios de comunicación se sumaron furiosos a la cacería. Según el relato, la causa de una atrocidad como esa eran "los discursos de odio de la extrema derecha". La denuncia olía mal para cualquiera con un mínimo de sentido común: ¿Un grupo de siete u ocho nazis paseándose por Chueca a plena luz del día? A quién le importa. El relato es el relato. Cuando el caso se demostró falso sorprendentemente las conclusiones no cambiaron. "Lo que importa es que es verosímil", dejó tuiteado Bob Pop, resumiendo perfectamente la estrategia mediática de la izquierda. Los hechos son irrelevantes. Las conclusiones son anteriores a los sucesos. Las agresiones homófobas sólo importan si los agresores son españoles, preferiblemente de derechas. Cuando son marroquíes, cosa que sucede unas cuantas veces al año, no hay ninguna conclusión que extraer, ningún argumento que desarrollar.
Una noticia reciente: un grupo de jóvenes persiguió a varios inmigrantes norteafricanos con intención de lincharlos, tras un par de incidentes en el pueblo. Los inmigrantes acabaron protegidos por la policía en el ayuntamiento del pueblo. ¿Torre Pacheco? No, Hernani. ¿Por qué Irene Montero, volviendo a la Marquesa de Galapagar, no le ha dedicado un solo tuit a esos hechos, cuando los sucesos de Murcia han merecido al menos una docena? No puede culparse al "discurso de la ultraderecha" de una agresión xenófoba cuando los linchadores wannabe persiguen a los extranjeros al grito de Gora ETA Militarra. Por lo tanto, esa agresión no existe. Y lo que no existe, no puede ser condenado. Ni las víctimas pueden recibir solidaridad alguna. Porque sus agresores no eran los adecuados para que la merecieran.
