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Idiotas titulados

Los políticos de la democracia han invertido el proceso y ya no quieren estudiar para alcanzar el éxito sino al revés, buscan medrar en la política para no tener que hincar codos

Los políticos de la democracia han invertido el proceso y ya no quieren estudiar para alcanzar el éxito sino al revés, buscan medrar en la política para no tener que hincar codos
Noelia Núñez en el Congreso de los Diputados | Europa Press

Sánchez Ferlosio escribió que su deseo desde niño era convertirse en una persona inteligente, razón por la cual evitó cuidadosamente ir a la Universidad. Y siguió así hasta que decidió arriesgarse y sacarse una carrera con doctorado, porque para ser alguien "cuando entonces" era muy importante tener estudios superiores, un éxito que se vivía como un triunfo familiar. Muchos estudiantes trabajaban de día y acudían a clase por la noche debido a la situación económica de sus familias, que no podían asumir el coste de oportunidad de mantener a un hijo estudiando en edad de trabajar. El objetivo era obtener una titulación superior para alcanzar la excelencia en el ámbito laboral y emprender una carrera de éxito en la empresa privada o la Administración. Todo lo demás, vendría por añadidura.

Los políticos de la democracia han invertido el proceso y ya no quieren estudiar para alcanzar el éxito sino al revés, buscan medrar en la política para no tener que hincar codos, con el pretexto de que están trabajando para cambiar la sociedad. "Deje usted la sociedad como está y póngase a estudiar o a trabajar, vago", es el mejor consejo que se le podría dar a los jovenzuelos que tratan de trincar un sueldo público, con la perspectiva de llegar a la jubilación amorrados como koalas al presupuesto oficial. Pero ellos imitan a sus mayores, que han convertido las organizaciones juveniles de los partidos en clubes de prejubilados veinteañeros dispuestos a todo para trincar un sueldo público, en la convicción de que una vez tocas pelo democrático es difícil que te veas obligado a experimentar en algún momento la sensación que el diccionario describe con el verbo trabajar.

Pero la titulitis es el peaje que la vagancia paga a la virtud, de manera que hasta los políticos más ceporros tratan de adornar su currículum con una creatividad académica que, en el mejor de los casos, apenas llega a ser media verdad. Los más prudentes dicen que "realizaron estudios", señal evidente de que jamás los terminaron. Otros, más temerarios, se inventan el título y afirman haberlo conseguido en universidades que lo implantaron muchos años después, lo que dice mucho de su nivel intelectual. Pero de una u otra forma se trata de lo mismo, de simular que uno estudió cuando le tocaba por edad cuando, en realidad, se pasó la juventud pegando carteles, aplaudiendo en los mítines, viajando a congresos, montando juergas con sus colegas de las juventudes y haciendo la pelota a los dirigentes para subirse en un coche oficial. Son tan cretinos que, si les preguntas, aseguran que están sacrificando su juventud por la sociedad, un insulto a la inteligencia de los contribuyentes que debería acarrearle una lluvia de bofetadas al patán.

No hace falta estudiar para ser político. De hecho, es lo mejor, porque el cerebro permanece virgen para ocuparse de las intrigas palaciegas y evitar los navajazos que forman parte de la vida interior de los partidos. Pero es muy agradable que los que mienten en el currículum sean expulsados de la política con deshonor, si es que se puede considerar honorable semejante actividad. Y si no dimiten ni los sacan del cargo a gorrazos, por lo menos conoceremos sus nombres, una información muy útil cuando llegue el momento de votar.

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