
El separatismo ha caído muy bajo. Las protestas contra la presencia de la Familia Real en Cataluña fueron una auténtico fracaso y la sentada a las puertas del denominado Museu Nacional d'Art de Catalunya (MNAC) para protestar contra el traslado de las pinturas murales del Monasterio de Sijena no congregó a más de veinte personas entre diputados de Junts y mandamases de la Assemblea Nacional Catalana (ANC(, con la presencia estelar de la condenada por corrupción Laura Borràs.
Proliferan los sectores críticos y se suceden las dimisiones en bloque. El Consell de la República de Puigdemont es otra estafa, un simple artefacto recaudatorio para explotar la buena fe de los catalanes que se creen de verdad todas esas monsergas de la represión y el exilio. Los responsables de las cajas de solidaridad para pagar fianzas y abogados a los líderes independentistas se hacen los locos respecto al dinero sobrante tras la amnistía. Es imposible devolver toda esa pasta porque los donantes eran anónimos y porque quién sabe si ese dinero se necesitará en el futuro, aducen con el mismo aplomo que un vendedor de preferentes, de Gescartera o del Fórum Filatélico.
El movimiento que la década pasada enardecía a masas norcoreanas está ahora hecho unos zorros. La gente que acudía a cada convocatoria de la ANC con un entusiasmo desbordante se ha esfumado. Decenas de miles de catalanes han pasado de hablar de política a todas horas a no hablar de política jamás. Se comprende perfectamente. Hablamos de personas con exitosas carreras profesionales, felices vidas familiares, propietarios de segundas y terceras residencias que fueron completamente engañados por Artur Mas, Oriol Junqueras y Carles Puigdemont –entre otros– incluso después de que Jordi Pujol confesara ser un impostor.
Toda esa gente prefiere no pensar que bastó con un par de pelotones policiales para disipar la asonada y que en ninguna de las infinitas fotos de aquel día aparecen un Mas, un Junqueras o algún preboste de la CUP encarándose con un agente del orden y la ley. Hubo factores más relevantes aún que el brillante desempeño del coronel de la Guardia Civil Diego Pérez de los Cobos. El discurso del Rey y la oposición de los catalanes que habían sido silenciados desde mucho antes del comienzo del Procés y que protagonizaron dos manifestaciones históricas en aquel octubre del 17.
Sin embargo, que el activismo separatista haya tocado fondo y no cuente con el inconsciente fervor popular de antaño no significa que haya desaparecido. Todo ese sordo resentimiento que ahora se dirige contra los líderes políticos del separatismo –que son los mismos que antes– puede rotar en dirección contraria en cualquier momento. Por ejemplo, ante un eventual gobierno del PP con Vox o sin Vox. Junqueras y Puigdemont no tienen quien les defienda en el universo independentista, pero tienen mucho más peso político ahora que cuando se dedicaban a hacer el imbécil en calidad de presidente y vicepresidente de la Generalidad.
En la Cataluña que en este momento no quiere hablar de política, la amnistía y el cupo catalán son contaminación acústica, ruido de fondo de las noticias. No se valora el hecho incontestable de que la hacienda y el control de fronteras son verdaderas competencias de Estado que les podrían ser muy útiles en caso de que lo vuelvan a intentar. La decepción fue tan monumental que no se repetirán esas multitudinarias manifestaciones de los once de septiembre. Ya se ha constatado que ese camino no conduce a la independencia. Hay otros.
Como todo es opinable, hay quien sostiene que el Procés ha muerto y quien piensa todo lo contrario. Lo cierto es que Pérez de los Cobos fue represaliado por el Gobierno del PSOE y que Puigdemont sigue en Waterloo porque hay jueces que no le tienen miedo al sanchismo.
