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Genuino realismo

Rusia quiere ser el hegemón de Europa: no posee la economía suficiente, pero tiene bombas atómicas de sobra.

Rusia quiere ser el hegemón de Europa: no posee la economía suficiente, pero tiene bombas atómicas de sobra.
El presidente de Rusia, Vladimir Putin. | EFE

A los muchos idealistas que en Europa quieren defender a Ucrania en base a los principios, aunque no dicen cómo, se oponen unos pocos realistas que creen que nunca se debió ampliar la OTAN, que Ucrania es parte de Rusia y que por tanto hay que satisfacer en alguna medida las exigencias de Putin. Los idealistas no se dan cuenta de que no es sólo una cuestión de principios. Pero lo de los realistas es peor porque están en Babia. ¿Quieren ser realistas? Seámoslo, pero de verdad, no con el complejo del lila del recreo siempre dispuesto a encontrar un pretexto para dejar que el matón le robe el bocadillo.

Putin no quiere sólo derrotar a Ucrania o anexionarse una parte de ella. Si quisiera eso solamente, se lo habríamos dado. De hecho, eso es lo que hicimos en 2014 con Crimea. Se la merendó y no dijimos ni pío. Aunque es verdad que los ucranianos no pudieron o no quisieron hacer nada entonces para impedirlo. El problema es que Rusia quiere ser reconocida como la gran potencia que fue la URSS. El caso es que eso también podemos dárselo. De hecho, lo intentamos cuando quisimos integrarla en el G7, que pasó a llamarse G8, sin atesorar la riqueza exigida para pertenecer a tan selecto club. Pero hubo que echarla porque no respetaba las reglas.

La conclusión es evidente. Rusia no quiere ser una gran potencia más, ya sea la segunda o la tercera o la que sea. Quiere ser el hegemón de Europa como Estados Unidos lo es de América o China quiere serlo de Asia. No posee la economía suficiente, pero tiene bombas atómicas de sobra. Y las tiene porque se cometió con ella el mismo error en el que se cayó con Alemania. Cuando ésta perdió la Primera Guerra Mundial, se firmó un tratado de paz, no una rendición, y aunque se hizo lo suficiente para humillarla imponiéndole unas reparaciones de guerra colosales, que por cierto nunca pagó, no se hizo lo bastante para evitar que se recuperara e intentara vengar la afrenta sufrida. Con Rusia, pasó lo mismo. Fue derrotada y humillada, pero se le permitió conservar su arsenal nuclear con el que amenazar a sus viejos enemigos cuando se sintiera lo suficientemente recuperada. Y lo primero que quiere hacer es someter a las viejas repúblicas soviéticas. En 2008 metió en cintura a Georgia, a la que habíamos prometido integrar en la OTAN, y no rechistamos. En 2014, hizo lo propio con Ucrania, con la que también nos habíamos comprometido, y tampoco dijimos esta boca es mía. Pero como quiera que Kiev, a diferencia de Tiflis, aun con parte de su territorio arrancado y una guerra civil localizada, siguió yendo por libre, llegó la invasión de 2022. Entonces sí ayudamos a los ucranianos a resistir, pero sólo porque antes demostraron estar dispuestos a los mayores sacrificios. Y, con todo, les dimos lo justo para no ser derrotados, pero no lo necesario para vencer. ¿Por qué no se lo damos? Porque tenemos miedo a que, puesto en trance de ser derrotado, Putin recurra al arma nuclear.

Al final, con Alemania, hubo que derrotarla hasta que se rindiera incondicionalmente y, salvo que los rusos cambien, que no tienen pinta de hacerlo, habrá que hacer con ellos lo mismo. Eso o dejarnos caer bajo su esfera de influencia, que será más o menos laxa dependiendo de la proximidad geográfica. Si queremos evitar ese resultado, necesitamos tantas bombas atómicas como las que tiene Putin para disuadirle de utilizarlas y que tenga que aceptar la derrota que seamos capaces de infligirle con armas convencionales. Si es que al final lo somos.

¿Queremos creer que cuando le hayamos vendido el Dombás al Kremlin, todo habrá acabado y podremos volver a comprar gas barato y a hacer negocios con los simpáticos oligarcas rusos? Creámoslo. Pero sólo servirá para retrasar el enfrentamiento, hacerlo más costoso en vidas y hacienda y facilitar a Estados Unidos que se desentienda de nuestros problemas. No está en juego Jarkov. Ni siquiera Kiev. Ni Varsovia. Está en juego Europa. Y Estados Unidos ya no está dispuesto a arriesgar una andanada nuclear rusa por sacarnos las castañas del fuego. Es más, precisamente porque ya no lo está, es por lo que nos está amenazando Rusia. ¿Quieren realismo? Pues ahí tienen tres tazas.

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