
El Madrid de Xavi Alonso ha confirmado la rendición del club más laureado de la historia a las nuevas tácticas del fútbol actual, la presión alta, sofocante, sobre el equipo contrario. No dejarle respirar para no dejarle pensar. Acosar, robar, recuperar y desarbolar la pizarra del adversario.
Ya no basta la calidad futbolística. La habilidad, velocidad, el instinto, el desborde, la precisión en el pase o la eficacia frente a la portería contraria siguen siendo virtudes necesarias, pero ya no suficientes. Hoy todos los deportistas son atletas, también los futbolistas. No basta con ser más habilidoso e inteligente, es imprescindible ser un atleta capaz de contrarrestar el virtuosismo del equipo contrario y así hacer valer lo que siempre es una ventaja, la calidad. Si la tienes.
Los tiempos de Di Stefano, Pelé, Maradona han pasado. Hoy un equipo de figuras sin capacidad torácica, muscular y espíritu de sacrificio no serían equipos ganadores. El mejor ejemplo, el último año del Madrid de Ancelotti donde sus estrellas no participaban en la presión, frente al Barça de Hansi Flick, o al PSG de Luis Enrique capaces de poner al servicio de la presión a todo el equipo, incluidas sus estrellas. Dembelé o Raphinha son dos modelos: estrellas, atletas y meros gregarios al servicio de sus compañeros cuando las circunstancias lo requieren. Contrasten con Vinícius y Mbappé de la liga pasada. Y reparen en el cambio esperanzador de este inicio de temporada. Todo el equipo con un único propósito, ahogar al contrario para sacar ventaja de las oportunidades que da no dejarle pensar ni contragolpear. Si en el pasado se trataba de jugar bonito, ahora da la sensación que se trata de no dejar jugar para hacerlo en exclusividad.
Arda Güller podría ser el nuevo modelo que encarna al futbolista actual. Su clase recuerda a los mejores de la historia: una izquierda de seda, visión de juego, desplazamiento a los compañeros mejor situados, inteligencia, habilidad, imprevisibilidad, ojos para ver espacios sin amodorrarse en los pies, un disparo siempre bien dirigido y una capacidad de gol propia de un delantero sin serlo. Pero con un defecto que le impidió triunfar con Ancelotti, deambulaba por el campo, flotaba, no ponía garra ni defendía. Exactamente lo contrario de lo que Xavi Alonso espera de él, ordenar el juego de su equipo e impedir jugar al contrario. Bien es cierto que Ancelotti pretendió, antes de darle más galones, convertir su cuerpo de adolescente en un jugador físicamente cuajado, pero lo cierto es que es ahora, con Xavi, cuando tendrá la oportunidad de demostrar esa versatilidad entre habilidad y fuerza.
Hay dos jugadores en la liga española que me apasionan por las misma razones, Arda Güller y Lamine Yamal. Los dos juegan sin esfuerzo, como si no fuera fruto del aprendizaje, sino del instinto, como si les saliera natural. Lo hacen tan sencillo, que parece fácil, pero esa naturalidad solo está al alcance de los virtuosos. Lamine ya ha alcanzado la gloria, seguramente por la oportunidad que le dio la crisis económica y deportiva del Barça; Arda Guller pronto será alguien que nos asombrará con diabluras improvisadas. Los dos tienen la oportunidad de ser estrellas, esperemos que sin esos comportamientos de nuevos ricos y dejes de macarra que la fama y el dinero hacen estragos en los más jóvenes. Y no lo digo por decir, Vini ya ha entrado en ese club de jugadores conflictivos y horteras. El proceso siempre es el mismo, una irrupción humilde y sensata cuando las portadas aún no han excitado sus egos, y desplantes, joyería y endiosamiento tras el primer contrato millonario. Lamine Yamal ya ha apuntado maneras tras el aniversario de su mayoría de edad. Con lo simpático y sensato que apareció en el europeo de naciones junto a Nico Williams. La condición humana.
