
"Dios no juega a los dados". La frase es de Albert Einstein, el padre de la teoría de la relatividad y el responsable de incorporar la cuarta dimensión del tiempo a las tres dimensiones espaciales de la física. Einstein pasó su vida buscando una "teoría del todo" que unificara todas las leyes de la física. No la encontró. El pobre no cayó en lo que todos sabemos: Dios no juega a los dados, pero el Estado, a veces sí.
Rompe el corazón ver a todos los damnificados por los incendios, presuntamente beneficiados por las declaraciones gubernamentales de zona catastrófica. Digo presuntamente porque una cosa es anunciar ayudas y otra es darlas. Las ayudas que no llegan, o que no llegan a tiempo, no son ayudas, son escarnio. Lo sabe bien mucha gente afectada por toda clase de desastres previos en este país. También los presidentes de las comunidades a las que se exige atender a una avalancha de menas sin darles recursos para ello. Sin ni siquiera poner controles en la frontera para que no lleguen más, por lo menos hasta que acomodemos decentemente a los que ya han llegado.
Hasta Einstein se daría cuenta de que la cosa es simple: si no hay dinero para prevenir, difícilmente sale, o sale a tiempo, para curar. La lentitud, pesadez a inutilidad de una carísima burocracia es la tragedia administrativa y social de nuestro tiempo. La verdad es que, para quedarnos tranquilos, las ayudas las tendría que prometer el ministerio de Hacienda, el único que tiene la caja registradora afilada y rápida. Por desgracia, sólo para cobrar.
Cuando veas las barbas de Francia pelar, pon las tuyas a remojar. La cuna de la Revolución que dio origen a la democracia y al Estado social tal y como modernamente nos gusta entenderlo, ¿será también su tumba? No sé cuántos primeros ministros caídos en combate y en mociones de desconfianza llevan ya. El último dice que hay que apretarse el cinturón de los servicios y subir los impuestos. A los más ricos, asegura. Siempre aseguran eso. Y luego sólo se los suben a la clase media y a los autónomos, que es lo más fácil, porque son contribuyentes cautivos. Y desarmados.
Lo que de verdad tendrían que hacer es meter un buen corte al gasto público que no sirve para nada, excepto para mantener y perpetuar una casta funcionarial que ya no se sostiene. Ni allí, ni aquí. Pero a eso no se atreven, porque las clases pasivas enchufadas a la Administración son infinitamente poderosas. Mucho más que aquellos que las mantienen y pagan sus enchufes. Para luego quedarse tirados si hay una inundación o un incendio.
En Barcelona ya vamos camino de imitar a París. No tenemos Torre Eiffel, pero volveremos a tener Distrito 11, no para ayudar a Sarajevo esta vez, sino a "Palestina". Lo pongo entre comillas porque en este contexto, "Palestina" es sólo un eufemismo de Hamás, la ONG del terror que lleva años trincando todas las ayudas para engrasar su maquinaria corrupta y asesina. 400 millones de euros se van a llevar limpios de polvo y paja del consistorio barcelonés. Eso mientras el número de homeless en la ciudad ha pasado en un tiempo récord de 2.000 a 4.000 y el alquiler está por las nubes. No será porque en Barcelona no se pague una burrada de impuestos. ¿En qué se lo gastan? Pues en esto.
Seguramente los damnificados por los incendios cobrarían antes y mejor si cuelgan banderitas palestinas de los árboles quemados. Es triste pero es así. Dicho lo cual: los malos gobernantes sólo pueden serlo porque les sale gratis. El alcalde barcelonés, Jaume Collboni, no se equivoca. Le va a dar más votos cada euro malgastado con Hamás que cualquiera que se destine a mejorar la vida de un solo habitante de la ciudad que gobierna. Piénsenlo cuando vuelvan a encontrarse delante de una urna. Dios no juega a los dados, pero a veces parece que nosotros sí. Con un dinero que parece de nadie, pero es nuestro. Hasta que se acabe.
