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ZetaPepa y el destino de España

Sin Zapatero no estaríamos aquí. Sin Zapatero no existiría Sánchez.

Sin Zapatero no estaríamos aquí. Sin Zapatero no existiría Sánchez.
Rtve

El cómic del presidente del Gobierno se emitió por "televisión espantosa" —confesión espontánea de Rosa María Mateo— el 1 de septiembre, como cruel vuelta al cole. Pedro Sánchez, más parecido a una mezcla entre Jim Carrey y Willem Dafoe, se hundió en un sillón escondiendo los brazos contra su enjuto cuerpo, como si estuviera plegado en un cascarón de huevo de Tiranosánchez. Al otro lado, Pepa. Y el tormento.

Nos hemos acostumbrado a que casi todos los políticos lleven periodistas de cámara como escudos de usar y tirar. Son los que más aluden a los códigos éticos, a la verificación de la realidad y hasta al control de las noticias ajenas. Luego entrevistan a un presidente cuando el presidente lo pide y entonces todos los códigos y verificaciones se esfuman detrás de un gesto de asentimiento, de sumisión.

Pepaporfavor pasó de RNE a TVE, de ahí a la SER y luego a El País para volver al nido público tras un cabreo del franco armenio libanés Oughourlian. Lo que no preguntó la Bueno daría para una serie de cien capítulos.

"Los jueces hacen política y algunos políticos tratan de hacer justicia". No suena bien. Ni la primera parte de la frase ni la segunda, pese a que para el figurín disecado sean la enfermedad y el remedio. No hay financiación irregular del PSOE, creo en la inocencia de mi fiscal y en el cambio climático que está detenido en un calabozo de la Guardia Civil por pirómano. Los presupuestos son un instrumento, nunca un fin… luego el gasto público será pura propaganda, nunca una verdadera intención ante una necesidad.

El caso es que a Sánchez, revenido como la mojama bajo el sol, arrugado en su huevo monclovita frente a Pepa, se le empieza a traslucir, fantasmagóricamente, el rostro de Zapatero.

Sánchez es ZP, el que se inventó el final de ETA para salvar a la banda con la que colaboró objetivamente facilitando teléfonos de emergencia a los pistoleros por si se encontraban con la txakurrada (seguro que lo dijo así, como ellos, igual que pactó llamar "accidentes" a los atentados).

Sánchez es ZP, el que jaleó el independentismo catalán poniendo a su parlamento regional por encima de la Ley.

Sánchez es ZP, el que huyó de Irak para aterrizar en Irán, el embajador especial de Maduro, hombre de Xi Jinping y ahora siervo de Putin.

Pedro Sánchez puede ser tan maligno gracias al infinito mal que hizo Zapatero a España.

PAZ… PAZ… PAZ… se leía en las pequeñas pancartas contra la guerra de Irak que se exhibieron también entre el 11 y el 13 del peor marzo de España. Y cuando se juntaban unos cartelitos con otros, los unos rojos y los otros negros, se adivinaba un oculto pero cuidado mensaje: "ZP", logotipo del bambi de ojitos claros que pudre nuestros cimientos. ¿Conspiranoia? O demasiada ingenuidad que nos ha ido carcomiendo hasta dejarnos huecos.

El golpismo catalán, como el terrorismo de ETA, ya es respetable, dicen. Y el Estado se va a la clandestinidad a visitar en coche oficial a un fugado de la Justicia. Como hizo Carod Rovira con la ETA en Perpiñán para que no mataran cerca de su casa.

La visita genuflexa al fugado Carles Puigdemont será encargo de Sánchez y ejecución de Salvador Illa, pero sin duda lleva la autoría intelectual de Zapatero, el del 11-M. Otra cosa es lo hiriente que resulte recordar la gran promesa electoral de Sánchez en su debate electoral con Pablo Casado el 4 de diciembre de 2019:

A ustedes se les fugó Puigdemont y yo me comprometo hoy y aquí a traerlo de vuelta a España y que rinda cuentas ante la Justicia.

No, las hemerotecas ya no funcionan como antes. Una promesa incumplida es casi una medalla, como lo de cabalgar contradicciones.

ETA ya no mata y el golpismo no fue un delito sino una oportunidad. Hoy Cataluña ya encaja en España sin problemas de convivencia y los etarras pueden saludar a un guardia civil a las puertas de un Ministerio y hasta viceversa. Esto es lo que nos quieren inocular muchos políticos y no menos periodistas. Es como decir que nos hemos inventado casi mil muertos, 87 secuestros, muchos miles de amenazas de muerte y cerca de 200.000 exiliados que ya no pueden votar contra el separatismo asesino.

O que es mentira que hubo un asalto violento a varias instituciones el 1 de octubre de 2017 y una declaración ilegal de independencia como paso ejecutivo de una violación flagrante del parlamento regional de Cataluña que ha sido premiada con un insoportable trato de favor.

Y la culpa original de todo, la verdadera, es de Zapatero. Hay muchas otras antes y después pero no son tan determinantes. Sin Zapatero no estaríamos aquí. Sin Zapatero no existiría Sánchez.

El Año Judicial y las togas sucias de antaño

Álvaro García Ortiz no es más que la evolución, mejorada para el mal, de Cándido Conde Pumpido, el fiscal de Zapatero, el primero que se atrevió a ponerle una pistola en la sien a la jurisprudencia antiterrorista. Lo de "ensuciarse las togas con el polvo del camino" fue el segundo asesinato de todas las víctimas de ETA.

Si está García Ortiz y si sigue en su puesto pese a estar procesado esperando banquillo es por Pedro Sánchez, pero gracias a Zapatero. Y si Conde Pumpido guarda la puerta del delito en el Tribunal Constitucional que avala un golpe de Estado convirtiéndolo en régimen es, por descontado, gracias a Zapatero.

Este viernes se celebró la apertura del Año Judicial con el pecado original dentro, o sea, con Álvaro García Ortiz como presentador del acto. Ineludiblemente él mismo será hecho relevante del Año ya que podría ser condenado por un delito de revelación de secretos. De momento, lo que es seguro es que será juzgado por parte del público que le escuchaba en el solemne acto presidido por el Rey. Alberto Núñez Feijóo acertó al no asistir sin fingir agenda sino diciendo la verdad.

Además del fiscal, este Año Judicial puede tener también días de gloria para varios ministros y la propia familia del presidente del Gobierno.

Contra la Transición

ZP, o zetapé, fue el personaje que heredó a Felipe González tras los ocho años de José María Aznar y el fatídico 11-M. Fue el único que se atrevió a tocar la Transición y lo hizo para despedazar lo mejor de su legado, como quería Pablo Iglesias, el de Galapagar y Garibaldi. González y Aznar debieron cerrar el modelo con leyes que protegieran el sistema democrático, pero no lo hicieron, embriagados quizá por los vapores de las grandes mayorías y el reconocimiento internacional.

Muy poco después de un golpe de Estado (1981), y con el nacionalismo a salvo, llegó lo que muchos consideraban la prueba de fuego de que la Transición había sido un éxito: un gobierno socialista, el de 1982. Otros subieron la apuesta y fijaron el momento de no retorno positivo en la llegada posterior de un gobierno de derechas que consignara la madurez política de una nación, o sea, la victoria del PP en 1996.

Si después de 40 años de dictadura conseguía gobernar la izquierda y de nuevo la derecha sin problemas es porque la concordia había funcionado. Y así era.

Pero ni en 1982 ni en 1996 estaba resuelta la Transición porque simplemente había pasado tiempo. Tiempo sin todas las reformas necesarias. Las cesiones para salir del franquismo sin revolución, sobre todo a los nacionalistas, no estaban intactas sino que habían crecido, con la LOAPA que desarrollaba el artículo 155 de la Constitución y embridaba a los separatistas catalanes y vascos descartada por culpa de un acuerdo nunca suficientemente reconocido entre la UCD de Leopoldo Calvo Sotelo y el PSOE.

Además, con el tiempo quedó claro que el PNV y CiU rellenaban los vacíos electorales del bipartidismo. ¡Y a qué precio!

Por eso hay muchas culpas que repartir desde Felipe González —sobre todo— hasta Mariano Rajoy. Pero sus actos y omisiones tendrían remedio con un PSOE civilizado. Por culpa de González y Guerra no hay independencia judicial, pero ahora la reclaman. Por ellos, hay un Estatuto catalán que es prólogo evidente del golpe, pero ahora lo critican. Al menos cabría la duda de que sus destrozos pudieran ser reparados.

Con la llegada de Zapatero en 2004 se acabó cualquier esperanza. Ni la abultada mayoría absoluta de Mariano Rajoy consiguió diluir tanto ácido, tanta sed de venganza por haber elegido concordia en vez de revolución.

Un paseo grosero de los restos de Franco colgando de un helicóptero para redondear la faena y la concordia acabó definitivamente convertida en confrontación. Pedro Sánchez, incapaz de ganar unas elecciones, se ha hecho fuerte tras esos escombros perfectamente colocados por su antecesor. Qué tremenda irresponsabilidad.

Las pepas van y vienen, pero al final entre los "pseudomedios" que resistimos al golpismo las mantendremos a raya. Pero ZP es un mal que no se erradicó en su momento y ahora, cronificado, puede hundir del todo a España convirtiéndola en un satélite inane del nuevo orden que llega, desfilando en Pekín y derribando aviones desde Moscú.

Si hay una mayoría que lo quiere impedir debe empezar a demostrarlo.

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