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Una hilera de pabilos

entendemos civilización como el estadio histórico en que los hombres pueden hablar en público sin jugarse el cuello. Al menos la cosa parecía así hasta este jueves

Este jueves fue 11 de septiembre. El 11 de septiembre es una de esas fechas de las que todo el mundo tiene recuerdo. Hace exactamente 24 años, por ejemplo, yo tenía 24 años menos. Estaba en la habitación de mis hermanas cuando entró el pequeño de la casa para decirnos que las torres gemelas se estaban cayendo. En realidad no puedo saber si la secuencia ocurrió así, si yo estaba tumbado o sentado delante del ordenador que compartíamos, si bebía un colacao con grumos o si me lamentaba en alto por la inminente vuelta al colegio. Pero sí que dijo eso, que las torres se estaban "cayendo". Y que así es como esa secuencia se encuentra fijada, de momento, en mi memoria. También que este jueves fue 11 de septiembre, lo que significa que hace exactamente 24 años yo ya estaba atemorizado. Por aquel entonces para mí el mundo era un exterior selvático en el que lo único seguro era la muerte. Y la muerte no era más que la forma en la que se materializaba el miedo. Creía todavía en que el tiempo era cíclico e incluso en algo así como el destino. Pero entiendo que aquella era una creencia difusa porque también creía en la libertad. Sin duda creía en Dios. Y en toda una retahíla de ideas que había leído o escuchado y que me explicaban el mundo con una certeza sólo ténuemente tambaleante. Hoy hablo de días y de años, y cuento 24 para atrás, pero en el fondo intuyo que esta mañana en la que escribo tiene tan poca relación con la del día exacto en que cayeron las torres gemelas como con la de este último 10 de septiembre en el que Charlie Kirk ha sido asesinado.

De ambas noticias podemos decir que vienen de la primera potencia del mundo y que extienden su sombra tras ella igual que una amenaza. Entonces, el 11 de septiembre nos advirtió que también en Estados Unidos podían sentirse vulnerables a los ataques externos. Esta semana que ni siquiera allí están exentos de sufrir internos, al estilo de los que hasta hace nada atribuíamos exclusivamente a las sociedades atrasadas.

Todavía usamos esa palabra. Definimos el atraso como el momento previo a lo que consideramos civilización. Y entendemos civilización como el estadio histórico en que los hombres pueden hablar en público sin jugarse el cuello. Al menos la cosa parecía así hasta este jueves, que ha pasado como tantos otros. Después de antes de ayer, hoy mismo, 12 de septiembre, la "civilización" es una discusión en redes y mensajes que funcionan como titulares y que matizan, cuando no celebran, que en un lugar como Utah puedan matar a un hombre que decía cosas que activaban un temor irracional en muchos. Hoy ser civilizado es compatible con ceder ante el miedo con la inconsciencia animal del hombre incivilizado. Y hay fechas que funcionan como muescas que marcan el camino, dándonos la falsa sensación de que la historia es un circuito recorrido innumerables veces.

Lo cierto es que no lo es. El tiempo es un hilo que se extiende y sobre el que caminamos. Una hilera de pabilos humeantes que se apagan cuando los sobrepasamos. Yo cuento 24 años para atrás pese a intuir que esta mañana en la que escribo tiene tan poca relación con la del día exacto en que cayeron las torres gemelas como con la de este último 10 de septiembre en el que Charlie Kirk ha sido asesinado. Por no tener, no tiene relación ni con ella misma, pero vivida a otra hora y en otro extremo del mundo. Y lo que quiero decir con esto es que nada de lo que creemos cierto está jamás garantizado. Ni siquiera que las velas que iluminan nuestro progreso puedan volver a encenderse alguna vez, una vez apagadas. El futuro es un camino de una sola dirección. Y allí, no hay nada escrito.

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