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'Aquel trueno, vestido de nazareno'

Él que se ha llenado la boca calificando de genocidio lo que no lo es, se ha negado a llamar dictadura a la cubana, que lo es de forma flagrante.

Él que se ha llenado la boca calificando de genocidio lo que no lo es, se ha negado a llamar dictadura a la cubana, que lo es de forma flagrante.
Pedro Sánchez en la Universidad de Columbia. | EFE/Pool Moncloa/Borja Puig de la Bellacasa

En Columbia, Sánchez ha interpretado un canto a la libertad admitiendo que su éxito se basa en políticas consistentes en, por ejemplo, subir el Salario Mínimo. Es una bonita paradoja porque, allí, en el paraíso de la libertad, precisamente por serlo, tal institución no existe. Y ha añadido que se mantiene en el poder gracias a eso, es decir, a la compra de votos. También se ha presentado como adalid de la libertad de expresión. Y lo ha hecho adornando su oda con la prohibición expresa a los asistentes de hacer preguntas, pues él, como gran demócrata que es, está acostumbrado a que sus auditorios se limiten a decir "amén".

Pero no hay materia en el que el farsante haya brillado más que cuando ha comparado el modo en el que Netanyahu combate el terrorismo de Hamás con la forma en que lo ha hecho España. Aquí, ha dicho, se ha luchado con justicia y diplomacia. Olvidó contar el tardo discípulo de Tocqueville que, al principio, su PSOE decidió que no eran precisamente la justicia y la diplomacia las armas con las que enfrentar el terrorismo, sino que había que recurrir al terrorismo mismo. Por eso, los socialistas crearon desde el Gobierno una organización llamada GAL dedicada a secuestrar y asesinar etarras. Encima, esta banda gubernamental atentó contra personas que nada tenían que ver con los terroristas a los que se quería aniquilar. Seguro que a los estudiantes de Columbia les hubiera encantado conocer el episodio.

Tal vez Sánchez reniegue ahora de Felipe González, que ya podría decirlo a las claras si así fuera, pero no es el único hito de ilegalidad de su partido en la lucha antiterrorista. El 11-M, un atentado que Sánchez quiso recordar para atestiguar nuestra experiencia, fue utilizado por el PSOE para hacerse con el poder de forma irregular, lo que seguro que los universitarios estadounidenses consideran que no es muy respetuoso con la libertad y la democracia.

Con todo, lo gordo es lo que ha hecho el mismo Sánchez. Él que se ha llenado la boca calificando de genocidio lo que no lo es, se ha negado a llamar dictadura a la cubana, que lo es de forma flagrante. Calla, con complicidad culpable, ante los campos de concentración chinos donde los disidentes son reeducados. Colabora con la dictadura chavista para lavar ante la comunidad internacional los crímenes de Maduro, que asesina, tortura, encarcela y exilia a opositores que ningún delito han cometido. Y encima, se ocupa de convencer a la oposición venezolana para que participe de comparsa en los pucherazos de la autocracia caribeña. Y qué decir de los saharauis, a los que Sánchez no reconoce el derecho a un Estado que en cambio sí quiere para los palestinos. Muy al contrario, allí otorga a Marruecos el derecho a anexionarse el Sáhara Occidental, que es tanto como si respaldara el de Israel a anexionarse Gaza y Cisjordania. Y eso que, a diferencia de Palestina, donde no se nos ha perdido nada, en nuestra excolonia, España es la potencia responsable. Compra a los rusos más gas que nunca con el justo y diplomático argumento de que es muy barato. Y lo hace sin importarle que los miles de millones que le pagamos a Putin los dedica el dictador a matar ucranianos, que al parecer tienen menos derechos que los gazatíes. Aquel trueno, vestido de nazareno.

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