
El músico David Sánchez vivía en San Petersburgo, la ciudad imperial que vio nacer y morir a Tchaikovsky, tratando de que las musas lo arrebataran a él también pero sin una ocupación conocida, un capricho que no está al alcance de todos los aspirantes a director de orquesta. Tal vez por ello, David decidió volverse a España coincidiendo con la llegada de su hermano mayor a la secretaría general del PSOE, para que su apoyo fraternal no tuviera que sufrir los rigores de la distancia. Una vez aquí, y sin que su Pedro estuviera al tanto de nada, nuestro compositor en ciernes abrió una mañana, como todo el mundo, el Boletín Oficial de la Diputación de Badajoz y descubrió una oferta laboral que parecía diseñada a su medida. Entonces se levantó de la mesa, ¡Vaya si se levantó! Y corrió a cumplimentar los formularios para presentar su candidatura, con el feliz resultado de que la plaza convocada en solitario se le adjudicó sin más trámite, un éxito meteórico al alcance también de muy pocos aspirantes a funcionario.
La cuestión es que la plaza se creó de forma apresurada y sin que hubiera una necesidad real, como ha quedado demostrado durante la instrucción de la causa judicial abierta en Badajoz a tal efecto. Tan innecesaria era la plaza y tan inútil el ocupante que nadie sabe a qué se dedicó su titular durante los años que estuvo trincando el sueldo asignado y sus correspondientes complementos, 4.500 € mensuales en 14 pagas, cifra que tampoco es muy habitual en la Administración Pública española.
Sobre esta circunstancia merece la pena escuchar los siete minutos que la jueza Beatriz Biedma dedicó a explicar a un aturdido David Sánchez los motivos por los que estaba siendo investigado. Ahí están todas las claves de un asunto que atufa a nepotismo sociata hasta San Petersburgo, cuya instrucción ha validado punto por punto la Audiencia Provincial en un auto, conocido ayer, en el que rechaza todos los recursos presentados para que la Justicia deje al hermano de Pedro Sánchez en paz. También el de la fiscalía, cómo no, que entre defender el interés general y el uso escrupuloso de los recursos públicos o el honor de la familia Sánchez ha optado por lo segundo, para no desmerecer a una institución presidida por el también próximo inquilino del banquillo de los acusados, García Ortiz.
David Sánchez no acertó a explicar en el juzgado a qué se dedicó durante los años que estuvo ocupando esa plaza pública, dónde estaba su despacho o quienes eran sus subordinados. Sus balbuceos delante de la jueza ponen de manifiesto que el hermanísimo compareció ante la Justicia convencido de que iba a cumplimentar un mero trámite formal, sin más consecuencias, o que en realidad no es muy despabilado, hipótesis alternativa que no deberíamos descartar a priori.
Sea como fuere, su única aportación al arte sinfónico y al noble pueblo pacense para compensar los 63.000 euros que se levantaba cada año fue una composición orquestal con un título que dice mucho también sobre el personaje y su circunstancia: La danza de las chirimoyas. Escuchados los primeros minutos, uno estaría dispuesto a firmar la petición de indulto si lo condenan, a cambio de que no vuelva a escribir una nota jamás.

