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Del apoyo a Hamás al apoyo al plan Trump

La faz urbana de Gaza está destruida, pero Hamás no lo está del todo. Y esto es un problema.

La faz urbana de Gaza está destruida, pero Hamás no lo está del todo. Y esto es un problema.
SHARM EL-SHEIJ (EGIPTO), 13/10/2025. | EFE

El acuerdo de paz para Gaza firmado en una cumbre internacional en Egipto tiene como interés anecdótico el que pudiera fraguar gracias a las artes negociadoras de lo que aquí llamaríamos tres tipos de la construcción, o más pomposamente, tres promotores curtidos en el sector inmobiliario de Nueva York, que debe ser cosa endiablada. Hablamos del presidente Donald Trump, de su amigo Witkoff y de su yerno, Jared Kushner, que tenía la experiencia de negociar los Acuerdos de Abraham. Un equipo no convencional, como se ha dicho diplomáticamente, pero eficaz. O eficaz justo por esa característica. El escenario de Oriente Medio, a fin de cuentas, no es el más convencional del mundo.

El acuerdo no hubiera sido posible sin la concurrencia de otros elementos. Egipto, Qatar y Turquía no habrían podido presionar a Hamás para que aceptara y cumpliera, al menos, la primera fase del acuerdo - la devolución de los rehenes israelíes vivos y de los cuerpos de los fallecidos - si la milicia terrorista no estuviera muy debilitada por la ofensiva de Israel, y su principal padrino, Irán, lo mismo. Antes, Hamás se pasó meses dando largas a un acuerdo, con la excusa de poner peros a las líneas de retirada del ejército israelí. Su táctica dilatoria tenía sentido en vista de que muchas democracias occidentales se pusieron a reconocer el inexistente Estado palestino y dieron a Hamás un triunfo político del que vanagloriarse: los reconocimientos demostraban, dijeron sus líderes, la utilidad de la masacre del 7 de octubre. No sólo le dieron un triunfo político; también la esperanza de que saldrían ganando si no cedían.

Donald Trump tuvo, a su vez, que presionar a Benjamin Netanyahu, que ha debido dar el sí al acuerdo sin haber cumplido los dos objetivos que se propuso, la liberación de los rehenes y la destrucción de Hamás. Librar una guerra urbana es complicado, pero librarla con una población civil que sirve de escudo humano es una carnicería. Sobre todo, cuando la bárbara milicia que controla el territorio no está por evacuar a la gente y además de tener sus instalaciones militares bajo estructuras civiles, pone trampas explosivas en edificios para acrecentar la destrucción si son atacados. La faz urbana de Gaza está destruida, pero Hamás no lo está del todo. Y esto es un problema. Lo es también para otras organizaciones palestinas que quieren que desaparezca de una vez. No es casualidad que en la cumbre en Sharm el-Sheikh haya estado el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abas.

Mahmud Abas es un centrista moderado al lado del Gobierno español, pero la presencia de Pedro Sánchez en la cumbre en Egipto, junto a una treintena de otros invitados, ha venido acompañada de un giro. De otro "cambio de opinión". Contra lo que ha dicho el ministro Albares, ni él ni su jefe han estado apoyando la paz desde el principio. Han estado apoyando a Hamás. De facto o más que de facto, pero eso han hecho. Le dieron oxígeno. Sólo al ver que lo de Donald Trump rulaba, han cambiado de carril para apuntarse al plan de su odiado. No sólo apuntarse: hablan como si fuera suyo. Hay motivo. Atizar las protestas contra Israel no les ha salido como esperaban. El CIS no es de fiar en sus proyecciones de voto, tan sesgadas que rozan lo cómico, pero en otras cuestiones, lo es más. En el último barómetro, la mayoría de los encuestados dicen no estar de acuerdo con la actuación del Gobierno en este asunto. Detalle significativo y clamoroso, los que más de acuerdo están con todo lo que ha hecho Pedro Sánchez contra la paz en Gaza son los votantes de Bildu. Normal. Ya cuadra.

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