¿Considera Pedro Sánchez que sus votantes son estúpidos?
Las formas y las respuestas esgrimidas por el presidente en su comparecencia en el Senado son un insulto a su propio electorado.
"Lo primero, me va a permitir que agradezca la imparcialidad del presidente de esta Comisión… Es un sarcasmo". Esta frase fue pronunciada por Pedro Sánchez en el comienzo de su intervención en la Comisión de Investigación del "caso Koldo" durante el 30 de octubre en el Senado y es una metáfora perfecta de la opinión que él mismo tiene sobre los españoles en general y de sus votantes en particular.
El dirigente socialista intentaba evitar responder a la pregunta que María Caballero, la senadora de UPN, le formulaba una y otra vez sobre si había recibido pagos en efectivo y, ante su insistencia en irse por las ramas y en no contestar a lo que se le estaba preguntando, el presidente de la comisión intervino y le invitó a responder. Fue entonces cuando soltó ese exabrupto, en el cual le traicionó el subconsciente al pensar que los españoles no iban a entender un sarcasmo tan evidente.
Puede que sea por eso por lo que dijo lo que dijo y con las formas en las que lo dijo. Al margen del contenido, su actitud fue absolutamente deplorable: chulesca, desafiante, como si le estuviera perdonando la vida a todo el mundo, cuando lo cierto es que estaba ahí por haber seleccionado a dos secretarios de organización consecutivos que presuntamente son unos corruptos redomados.
Luego está la cuestión de las gafas, que directamente es un insulto a la inteligencia de cualquiera. Sánchez apareció con unas gafas que nunca le habíamos visto en las que hubo momentos en los que mágicamente no las necesitaba y no las usaba para leer. Curiosamente, horas después entrevistaron en la Cadena Ser al vendedor que supuestamente se las había vendido, afirmando que Su Ilustrísima Sanchidad es un dechado de virtudes. A la par de esto, teníamos a todo el equipo de opinión sincronizada afirmando sin el menor recato que este tema había eclipsado por completo el resto de asuntos.
Por otra parte, si vamos al contenido, sólo un líder político que tiene una opinión nefasta sobre sus propios feligreses puede dar determinadas respuestas cuando pesan sobre su gobierno acusaciones tan graves de corrupción.
En primer lugar, por las mentiras. Sánchez tuvo varias fácilmente contrastables, como cuando dijo que no sabía que Begoña Gómez estaba imputada cuando se tomo cinco días de reflexión –se le notificó el 22 de abril, días antes de su carta–, cuando afirmó que él no conocía a Víctor de Aldama –tienen una fotografía juntos en el año 2019–, cuando precisó que su relación con Koldo era anecdótica –fue el que custodió sus avales en las primarias del PSOE– o cuando afirmó que no sabía que Delcy Rodríguez no podía entrar en España –fue aprobado por su propio gobierno en 2018–.
Por otro lado, que se pueda atrever a afirmar que no sabe si los negocios de su suegro sirvieron para financiar sus campañas o que no echó a Ábalos como ministro por sus corruptelas sino por "cuestiones políticas", me hace pensar que realmente cree que aquellos que cogen la papeleta socialista están cerca de la indigencia intelectual.
O quizá es que yo esté equivocado y no sea una cuestión de inteligencia, sino de sectarismo. Quizá crea que, como lleva durante años fomentando el enfrentamiento y la confrontación entre españoles, puede decir cualquier cosa y que eso no tendrá el menor coste electoral porque los votantes del PSOE tragarán con cualquier cosa con tal de que no gobierne la derecha. De modo que tal vez Sánchez no crea que sus votantes sean estúpidos, tal vez simplemente confía en que, pase lo que pase, preferirán seguir engañados antes de reconocer que los han tomado por tontos.
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