
Cuando llegue el grupo de combate del portaaviones Gerald Ford, el despliegue militar de Trump en el Caribe sumará el diez por ciento de la armada de los Estados Unidos. Esta demostración de fuerza contrasta con el silencio de Moscú y Pekín. Rusia es un tradicional aliado de Venezuela y, en otras ocasiones, con menos motivos, ha reaccionado con la vehemencia que hoy brilla por su ausencia. El Kremlin no puede ignorar que la falta de apoyo a un aliado puede provocar que otros deserten. A China le debe Caracas quince mil millones de dólares que el Partido Comunista Chino espera recuperar en petróleo. El derrocamiento de Maduro, sin embargo, haría que la deuda sea incobrable y los chinos perderían una línea de suministro de crudo barato. ¿Por qué dejan ambos hacer a Trump? Puede que sepan o crean saber que el magnate va de farol. Puede que Rusia prefiera perder al aliado pasado a cambio de desembarazarse del competidor actual en el mercado negro del petróleo. Puede que China carezca de los medios y de la voluntad para ser una potencia global y se conforme por ahora con ser una tan solo regional. O puede que Trump esté reafirmando la doctrina Monroe y, como a partir de 1823 les sucedió a los europeos, Rusia y China no tengan hoy modo de impedir que Washington la imponga.
Sin embargo, la semana pasada, el Consejo de Seguridad de la ONU, con redacción dada por los Estados Unidos, aprobó una resolución que respaldaba por primera vez el plan de autonomía que Marruecos ha diseñado para la ex colonia española del Sáhara Occidental. Y lo ha podido hacer porque Rusia y China, que tienen derecho de veto, se abstuvieron. Marruecos no tiene nada que ver con la doctrina Monroe y no posee reservas de hidrocarburos. Es cierto que los Estados Unidos están comprometidos a respaldar el plan anexionista de Mohamed VI desde que Rabat firmó los acuerdos Abraham con Israel, pero es extraño que China y Rusia abandonen al Frente Polisario y sobre todo a Argelia, tradicional aliado de Moscú desde los tiempos de la Unión Soviética. Pues bien, en este caso, Rusia no solo ha callado, sino que ha dado su beneplácito con su abstención tras renunciar al veto, tan profusamente ejercido en otros asuntos aparentemente más distantes de sus intereses. ¿Qué reciben Moscú y Pekín a cambio? Algunos analistas sugieren que, simplemente empantanado en Ucrania, Putin no está para meterse en más problemas. Con el mismo argumento justificaron el abandono de otro aliado tradicional en Oriente Medio, el sirio Bashar al-Assad. Y el compromiso de China con Argelia, dicen, es mucho más débil que el de Rusia. Es cierto, pero no hay razón para darle a Estados Unidos una victoria en el Norte de África gratis et amore.
¿Y si tan flagrante permisividad no fuera más que el pago a la recíproca actitud pasiva que los Estados Unidos se podrían haber comprometido a mantener en Europa y en Extremo Oriente frente a las injerencias que deseen perpetrar las otras dos superpotencias? El destino de Taiwán puede que nos importe poco, aunque no debiera mientras de allí salga el sesenta por ciento de los semiconductores que se fabrican en el mundo. Pero lo que pase en Europa no puede sernos indiferente. Y acabar integrado en la esfera de influencia de Rusia, por las buenas o por las malas, no es el más sugerente de los destinos, como saben muy bien nuestros aliados del Este. A ver si vamos espabilando antes de que sea demasiado tarde.
