
Para examinar hacia dónde se dirige la industria de Defensa y dónde se encuentran los nichos más significativos de crecimiento debemos comenzar analizando qué nos dicen los analistas financieros de las tendencias del mercado de la Defensa. Durante la mayor parte de su historia, la principal especialización de la industria de Defensa fue el trabajo del metal. Solo unas pocas empresas en el mundo podían construir enormes acorazados, bombarderos y carros de combate e integrar sistemas relativamente sencillos, una situación que se extendió hasta los años noventa.
Sin embargo, en este sector, como en el resto del mundo, el valor cada vez va menos hacia quienes forjan el acero y más hacia quienes proporcionan la inteligencia que va dentro de esos sistemas. La electrónica de defensa, la Inteligencia Artificial y la ciberseguridad representan una parte cada vez mayor del portfolio de prácticamente todas las grandes empresas. Es ahí donde actualmente se están destinando muchas de las inversiones internas de las compañías, alejándose de la industria tradicional. Si analizamos las recomendaciones de los distintos analistas norteamericanos, las empresas sobre las que aconsejan invertir no son del TOP 50, sino sobre aquellas más disruptivas y más centradas en las nuevas tecnologías que supondrán el corazón de la defensa del futuro.
¿La invasión rusa de Ucrania y las crisis latentes en medio mundo van a tener un impacto positivo en el crecimiento del sector a medio plazo? La experiencia nos muestra que las acciones del sector Defensa tienden a subir al inicio de un nuevo conflicto, pero rara vez mantienen esas ganancias. Los inversores deben entender que los proyectos de Defensa suelen tener plazos de varios años, lo que impide un rápido aumento de beneficios, incluso cuando la demanda crece.
Los grandes contratistas de Defensa generan márgenes mayores con la investigación y desarrollo (I+D) de nuevos sistemas de armamento avanzado que con la venta puntual de misiles o municiones. Si los gobiernos optan por la producción en masa más que por el I+D, las empresas sufrirán recortes en los contratos más lucrativos, la disrupción de la cadena de suministro elevará los costes sin que exista una seguridad de repercutirlos en los precios, y transcurridos un plazo máximo de cinco años, una súbita contracción se llevará por delante a muchas empresas que han realizado inversiones billonarias previendo una guerra de larga duración en Europa. El desarme posterior a 1945 y 1991 se llevó a centenares de empresas a la quiebra o su venta.
El plan de rearme europeo y el anuncio del mayor presupuesto de Defensa de Estados Unidos anunciado por el presidente Trump en febrero pasado dispararon las cotizaciones de las empresas de Defensa. Así, Rheinmetall pasó de una cotización bursátil de 932 a 1.796 euros e Indra de 16,53 a 48,68 euros, Bae Systems de 1284 a 1829 libras, mientras las norteamericanas tuvieron crecimientos más moderados pero igualmente significativos. Es decir el mercado está descontando un largo periodo de inversiones en Defensa, a pesar de las enormes incertidumbres sobre cómo será el escenario europeo en apenas dos años vista.
Pero a pesar del esfuerzo ya iniciado en Europa, el presupuesto de inversiones e I+D de Estados Unidos ascenderá a 310.000 millones de dólares en 2026 de un gasto total en defensa de un billón de dólares, tres veces más que la Unión Europea, lo que acentuará el gap en los próximos años. Solo en sistemas autónomos, ciberseguridad e Inteligencia Artificial el Departamento de Defensa gastará 30.000 millones de dólares en 2026 y en programas clasificados de espacio 7.000 millones de dólares, unas cifras que desbordan ampliamente a todas las iniciativas europeas sumadas.
La dimensión europea
Europa lleva décadas debatiendo sobre los movimientos empresariales en el sector de la Defensa. Los gobiernos, incapaces de ponerse de acuerdo para centralizar la demanda, han optado por impulsar un mercado de oferta más consolidado; sin embargo, la historia nos demuestra que conviven dos tendencias antagónicas, la de consolidar capacidades internacionales y la generación de otras nuevas en los países que disponen de industrias más pequeñas y que quedarán fuera de los grandes movimientos transnacionales, para poder generar en la economía local un impacto económico muy significativo a consecuencia de las enormes inversiones.
Y esta generación de nuevas capacidades se basa en los conceptos más tradicionales de offset, líneas finales de ensamblaje, o búsqueda de tecnólogos que siguen siendo dueños de la tecnología, algo que el mercado ya había desechado por ineficiente en los años noventa. Es decir, vamos a una mayor fragmentación y a menos soberanía tecnológica para la supervivencia del estado-nación como núcleo de la defensa europea. El caso del programa de modernización español es una muestra de esta nacionalización de la Defensa aludiendo a intereses esenciales de la seguridad nacional para comprar un avión turco.
El principal problema de Europa frente a Estados Unidos es que hemos desperdiciado los últimos quince años. Solo basta ver el diferencial de Formación Bruta de Capital entre las dos orillas para darse cuenta de que Europa ha perdido el tren de la disrupción tecnológica y de la supremacía industrial, y la razón se llama estado de bienestar. Si hasta el año 2008, la inversión bruta de capital de Europa y Norteamérica marchaba paralela, desde ese año la brecha no ha cesado de aumentar. Desde 2020, Estados Unidos ha invertido 8 billones de dólares más que Europa, cinco veces el PIB de España, lo que supone el mayor diferencial histórico, una tendencia que sin un cambio radical de políticas europeas seguirá creciendo en el futuro.
En el caso de la Defensa, basta mirar el diferencial de inversión en Defensa entre Estados Unidos y Europa en los últimos quince años. El Viejo Continente con sus veintisiete países ha invertido menos de un tercio que Estados Unidos, lo que nos da un diferencial acumulado de billones de euros. El esfuerzo para igualar este gap implicará enormes sacrificios en las políticas de bienestar de Europa que absorben más del 80 por ciento de los presupuestos públicos, incluyendo los costes financieros de la deuda.
Otro aspecto que dificulta la consolidación y la competitividad de la industria europea de Defensa es la participación estatal en el capital de muchas de las grandes empresas europeas, lo que conduce a decisiones políticas nacionales y a situaciones de mayor ineficiencia. La salida del capital público de la industria europea de defensa es un paso irrenunciable para comenzar a reducir el gap y avanzar en la consolidación europea y transatlántica superando los intereses nacionales.
A pesar de las declaraciones oficiales de los líderes europeos, el esfuerzo en el gasto militar no es tan evidente como se quiere hacer creer, si exceptuamos a Alemania que gastará en defensa el 2,8 por ciento del PIB y Polonia que se situará en el 4,8 por ciento del PIB del 2026. España, con el presupuesto prorrogado y suponiendo una partida igual a la de 2025 de 10.471 millones de euros, se quedará en un gasto en defensa de 21.660 millones de euros, un 1,3 por ciento del PIB previsto para 2026.
Reino Unido y Francia se moverán en el 2 por ciento del PIB, alrededor de los 63.000 millones de euros, mientras que Italia con 32.000 millones de euros no llegará al 1,5 por ciento del PIB. La diferencia entre el gasto en defensa y el gasto OTAN, se encuentra en las pensiones de personal militar retirado y en algunas partidas de fuerzas paramilitares con clara vocación de combate, lo que no supone más de dos o tres décimas de PIB en el caso español, por citar un caso más cercano.
Las debilidades económicas y políticas en la inmensa mayoría de los países europeos, harán imposible que se alcancen las cifras que se manejan en la OTAN del 5 por ciento del PIB, es más, difícilmente superarán el 2 por ciento de media. Un acuerdo de paz en Ucrania terminaría con este crecimiento exponencial de los últimos dos años; por eso cualquier plan industrial que contemple una amortización de las inversiones superior a cinco años, contiene unos riesgos que hay que considerar con prudencia.
El mercado español: deseos frente a realidades
El mercado español presenta varios datos adicionales que generan cierta preocupación. El gasto de Defensa aprobado en los presupuestos de 2022 y que será prorrogado para 2026, asciende a 13.203 millones de euros, es decir, para mantener el 2 por ciento del PIB el año que viene, será necesario alcanzar los 36.000 millones de euros; lo que significa que deberán efectuarse, como en 2025, transferencias de otras secciones del presupuesto para el gasto militar por un importe de 23.000 millones de euros, una tarea extraordinariamente compleja, ya que esta cifra supone un 10 por ciento del presupuesto total no financiero del estado.
De alcanzar esta meta depende la continuidad de los programas que se han lanzado a lo largo de este año, y esta incertidumbre tendrá graves repercusiones negativas sobre el sector que ya ha descontado que todos estos aumentos se producirán. El escenario de falta de una mayoría estable de gobierno y los procesos electorales anuncian un enorme cambio de tendencia política y apenas sabemos nada de los planes de la oposición sobre los programas, los presupuestos y la política industrial y esto añade más leña a la chimenea de la incertidumbre.
El programa de rearme tiene además un hándicap crítico; si no se produce un incremento, significativo del personal militar, sobre todo operativo y de especialistas, tendremos un enorme inmovilizado de equipamiento sin capacidad real para operarlo. Esta realidad llevará al gobierno a desviar una parte sustancial del incremento del gasto militar de los años futuros a incrementar los sueldos de los militares para conseguir revertir esta negativa tendencia que pone en jaque todo el esquema político industrial de Defensa, lo que llevará a incrementos de partidas operativas en detrimento de la modernización.
Las incertidumbres y la falta de unidad de acción entre los países europeos siguen siendo losas enormes que podrían echar por tierra todo el necesario esfuerzo de seguridad que debemos afrontar en los próximos años con consecuencias geoestratégicas impredecibles. En conclusión, el escenario europeo y español estará muy condicionado por la inestabilidad política y por la continuidad de la guerra de Ucrania. Por otro lado, el gap tecnológico con Estados Unidos continuará creciendo en los próximos años y por ende la dependencia tecnológica de Europa,
Los programas industriales están más focalizados en urgencias y en incrementar capacidades, mientras que los programas de nuevos desarrollos afrontan situaciones complicadas por la complejidad de la cooperación industrial y tecnológica entre diferentes capacidades como ocurre con el FCAS, donde España debería empezar a poner condiciones como socio en igualdad de condiciones. En definitiva, expectativas altas e incertidumbres palpables, una mala ecuación para ser optimistas sobre el futuro a largo plazo de la industria europea de Defensa y una llamada a la cautela.
