
Esta semana, el portavoz de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián, nos dejaba patidifusos a todos expresando su preocupación por la seguridad en los barrios y los flujos migratorios como un reto real. El mismo Rufián que durante años ridiculizó cualquier intento de debatir seriamente sobre estas cuestiones, ahora se coloca ahora frente al micrófono instando a la izquierda a hablar de seguridad e inmigración "aunque incomode".
De igual forma, la Ertzaintza publicaba los datos sobre delincuencia en el País Vasco distinguiendo por primera vez entre "nacidos fuera de España" y "nacidos en España". Los resultados son escalofriantes: a pesar de que suponen sólo el 14,8% de la población vasca, el 64% de los arrestados y el 42,8% de los investigados tienen origen extranjero, con los magrebíes liderando las estadísticas en prácticamente todos los delitos. Que se hayan publicado estos datos no es casual y responde a una estrategia del PNV por empezar a abordar también estas cuestiones.
Es curioso que toda esta gente se haya caído de repente del guindo construido sobre la atalaya moral en la que estaban instalados. Sobre todo, teniendo en cuenta que durante muchos años nos llamaban peligrosos fascistas a todos aquellos que osábamos evidenciar que la inmigración ilegal y descontrolada, unida a unas leyes que no castigan la reincidencia y que permiten que proliferen miles de individuos en nuestras calles que acumulan cientos de delitos, eran un caldo de cultivo perfecto para minar uno de los principales aprestos con los que cuenta nuestro país: la seguridad.
Lo más triste de todo es que no han hecho este viaje por convicción ni porque realmente crean en ello, sino que su única motivación es la supervivencia. Como consecuencia de hablar frecuentemente con amigos que tienen posiciones ideológicas en la izquierda, me he podido percatar de cómo su postura sobre la inmigración iba cambiando en los últimos tiempos, sobre todo motivada por experiencias personales que les había tocado vivir en sus propias carnes. En la actualidad, puedo afirmar que la mayoría de ellos tienen posiciones ideológicas en lo que a esta cuestión se refiere más cercanas al PP o a Vox que al propio Partido Socialista.
Y es por eso por lo que tanto ERC como el PNV han dado este cambio tan brusco: unos, porque temen que Alianza Catalana les levante barrios obreros enteros; otros, porque necesitan diferenciarse de Bildu para no desaparecer bajo su sombra. No hay reflexión, no hay convicción, sólo hay miedo, y de este nunca salen buenas políticas.
El problema es que quien se mueve por pánico sólo ofrece gestos: palabras huecas, parches cosméticos y una retórica de preocupación que no soluciona nada. En España no necesitamos más declaraciones solemnes, sino una política migratoria seria con reglas claras para acoger, mecanismos eficaces para expulsar y un Gobierno que no trate a los ciudadanos como a menores de edad incapaces de asumir la verdad.
Pero nada de eso vendrá de quienes han descubierto la inseguridad el día que sus propios votantes empezaron a quejarse, porque quien niega los problemas durante años no puede gestionar sus soluciones.
