
La imagen del fiscal general del Estado quitándose la toga para sentarse en el banquillo, burlándose así de la igualdad de los españoles ante la Ley y del propio Tribunal Supremo, que permitió ese baile de disfraces, ha quedado como la síntesis del golpe de Estado de Sánchez, en lo que a la Justicia se refiere. Lo ha sido por su indudable impacto estético y por su aparente novedad ética, ya que nadie, se nos ha dicho y repetido, se había vestido de abogado antes de declarar como imputado. ¿Nadie, nunca?
El precedente de Felipe González
Ha pasado mucho tiempo y la gente, sobre todo en el periodismo, se olvida de casi todo; y si perjudica al PSOE, más. Felipe González también se puso la toga al declarar por los crímenes del GAL. El juicio fue a puerta cerrada, pero la astucia del fotógrafo de El Mundo desveló cómo alguien con el título de abogado, pero sin más experiencia que unos meses como laboralista, dejó claro a los jueces que él no era un ciudadano o justiciable cualquiera. La puesta en escena intimidatoria fue idéntica e idéntico el fin.
Lo distinto es que, esta vez, el juicio no ha sido a puerta cerrada, y que la principal acusación ha sido la del Colegio de Abogados de Madrid. Nada que ver, pues, con la malhadada sesión que evocábamos de Mister X. Aquí, el togado Ortiz se enfrentaba a la denuncia del Colegio de las Togas, amén del rechazo de todas las asociaciones judiciales, también las fiscales, que le pidieron que dimitiera antes de dar un espectáculo más propio de una dictadura bananera que de un régimen democrático de la Unión Europea.
Le dio exactamente igual, Ortiz montó el número y dejó la imagen de la fiscalía, de la Abogacía del Estado y la propia administración de Justicia muy por debajo del betún que, entre desechos, puebla las alcantarillas. En rigor, lo que ha quedado como desecho inservible es el Estado de Derecho. Y no solamente por mantenerse en el cargo y portarse como un macarra, al estilo de su jefe, en sus declaraciones, sino porque el argumento al que han reducido la defensa ha sido puramente político y contrario a la legalidad: si el Supremo condena a Ortiz cometerá una injusticia clamorosa, porque es inocente, tal y como declaró el presidente del Gobierno al diario El País, "y mucho más tras lo que hemos oído y visto en el juicio", añadió, jupiterino.
Haga lo que haga el Supremo, mal
De este modo, si el Supremo declara culpable a Ortiz cometerá una atroz injusticia, y si lo declara inocente o suaviza la sentencia con una salsa corporativista como la unánime condena por sedición y no rebelión a los golpistas catalanes, condenarán a los instructores y todo el sistema judicial. Es decir, que el Gobierno no se ha preparado la defensa ante una previsible condena del máximo representante del Ministerio Público, sino que, antes de la sentencia, ya ha pasado al ataque contra los jueces, que o prevarican ahora o prevarican como siempre. En ese descaro conceptual, típicamente golpista, encaja perfectamente el gesto del quitaipón de la toga. Aun pudo mejorarlo si, tras pasar por el estrado y el banquillo, se va tras la mesa del tribunal, coge a Martínez Arrieta por el cuello de la toga, lo alza, lo echa, se sienta en su sillón y proclama: "Desde ahora, aquí hace justicia el pueblo".
Y eso es lo que nos espera desde ahora hasta el final de la legislatura: un Gobierno convertido en régimen, con juicios paralelos televisados, con el equipo de opinión sincronizada tronando a todas las horas del día y de la noche, con los hechos reducidos a materia simplemente opinable y con una ciudadanía fatalmente partida en dos. Vamos a una situación política en la que todo dependerá de las necesidades del Déspota, y para atenderlas, se habilitará esa realidad paralela, dentro o fuera de los tribunales, donde los jueces serán sustituidos por garzones y Tezanos publicará las sentencias.
Hasta Jabois respalda a los periodistas de saldo
Otro elemento grotesco del juicio a García Ortiz, pero con mucha más trascendencia, ha sido el de acopiar a unos cuantos periodistas de los medios cercanos al Gobierno para tratar de desmentir que el fiscal general hubiera filtrado o dado orden de filtrar la noticia de los impuestos del novio de Ayuso, y así tapar, ese mismo día, la imputación de Begoña Gómez. Lo declarado por la segunda, insultada en términos de un machismo de sauna por García Ortiz, se quiso desmentir con el testimonio de esos periodistas, que juraron que tenían esa noticia mucho antes de salir, pero no la habían publicado ni podían decir quién se la dio, aunque demostrara la inocencia del FGE "para no revelar sus fuentes" y "por un problema de conciencia".
Yo creí que lo de esos periodistas, ninguno brillante alguno con una cosecha de expulsiones de diversos medios, era sólo una prueba más de la desesperación de la defensa de García Ortiz, hasta que oí, y después vi, porque quise verlo para creerlo, a Manuel Jabois, sí, Jabois, en el programa de Aimar Bretos, haciendo suya semejante piltrafa argumental y añadiendo que los que nos reíamos del argumento, de esa cofradía de la conciencia, desconocíamos lo que realmente pasa en el mundo periodístico, en el que muchas veces, en el periodismo de investigación, hay exclusivas para cuya publicación sólo falta el permiso de la fuente, y la fuente, por lo que sea, se retrasa, llega alguien y se adelanta. La explicación natural era que habían mentido para ayudar al Gobierno. Y va el letrista del Himno de la Décima, y se pregunta retóricamente "pero, ¿cómo se van a jugar su credibilidad profesional unos periodistas con tantos años de experiencia, para ayudar a un fiscal general del Estado que hoy está y mañana no está?". Y se quedó tan fresco, tan ancho, y, duele decirlo, tan total y absolutamente ridículo.
Malos tiempos para la épica blanca
Si alguien que, en la idolatría madridista, tenemos por bueno, hace suyas ideas tan estúpidas, es que la leva de opinadores está completa, y en los meses venideros vamos a tropezar no sólo con los alardes de los zotes previsibles, sino con los chascos de los que nunca pensamos que cederían al partidismo o al gremialismo vil. Si Jabois insiste en el yerro, olvidando que se juzga la revelación de secretos por alguien que debía guardarlos, no si era verdad lo revelado, por eso mismo secreto, merece que la toga que se quitó García Ortiz se la envíe dedicada, con un escudo del Frente Atlético.

