Llamarle Don Álvaro al todavía, parece mentira, Fiscal General del Estado es imposible. El tratamiento de "Don" supone, y exige, cierta dignidad, esto es, el valor en sí y reconocido por muchos de una persona, de su nombre, y respeto a una función pública. Cuando uno repasa la biografía de este personaje resulta imposible anteponerle un "Don" a su nombre. Es más, es que incluso llamarle Álvaro, sin esbozar una sonrisa irónica o mordaz o lastimera resulta imposible. Hasta la fontanera Leyre Díez lo desprecia en sus insidias.
En su tesis sobre Azaña, José María Marco cuenta cosas de un tal Alvarito, un personaje insignificante, entre terrorífico y grotesco, dice, (o sea, no tan de medio pelo me parece a mí), que, en realidad, resulta tan liviano que ni siquiera alcanza a ocupar un lugar protagonista en el relato. Me quedé perplejo y lo busqué. El tal Alvarito aparece en un cuento que Manuel Azaña, con el seudónimo de Salvador Rodrigo, publicó en la revista literaria Gente Vieja el 30 de enero de 1902.
Verdaderamente, lo de "insignificante" sale de la pluma de Azaña. Y más cosas: "Con cara de sacristán o mandadero de monjas". Y ahí sí que encontré un parecido veraz, porque la cara de Alvarito García Ortiz tiene algo de eso, de un tal que parece inofensivo aunque, como el Alvarito del cuento En el ventorro del "Tuerto", al que nos referimos, luego fuese capaz de sufrir por hacerse con un tesoro escondido y ser casi atrapado por el fantasma de su Amo.
En nuestro caso, Alvarito, el todavía Fiscal, ha descendido a un infierno por defender un condesijo que tampoco es suyo, sino de otro porque disfraza la verdadera cara de un Pedro Sánchez, que le ha impedido y le impide contar lo que realmente pasa y pasó y cómo, motivo por el cual puede quedar aprisionado en una cripta político-moral de por vida.
No se me olvide que también en el cuento de Azaña tiene la Guardia Civil un papel relevante porque, enterada de la existencia de ese caudal de gran valor que amparaba el Amo, se hizo con el "mirario" (antiguamente algo digno de verse) y pretendía descubrir la verdad de su origen encontrando su contenido, continente y contenedor. ¿Cómo resistirse a exclamar "Ay, Alvarito García/ llama a la Guardia Civil". Pero no, ahora, como en el cuento, Alvarito no llamó ni colaboró con ella.
Azaña, ante el fracaso de Alvarito en su empeño por quedarse con el secreto oculto, hace que la ventera le preguntara que qué sacaba él de todo aquello. Sin respuesta, aludía al fantasma del realmente culpable de todo el embrollo. Por no saber ni sabía cuánto pesaba o pesaría el bien oculto por el que había sufrido, así que la ventera le espetó: "¡Que tío Pánfilo!". Manuel Azaña, menos caritativo, le largó un "Don Álvaro, o la fuerza del vino". O sea, que sí, era un tipo insignificante incapaz de darse cuenta de la trascendencia de sus actos.
Pero, volviendo a la realidad nacional, nuestro Alvarito, aunque sea insignificante, sí que sabe que lo que ha estado intentado hacer, ni tiene que ver con el vino, ni guarda relación con un sino. En realidad, su destino está siendo fraguado por el timo que le han obligado a fabricar para salvar al Amo de ser desposeído por la Guardia Civil de la máscara de gobernante que se enfundó para tapar sus hechuras de matón de barrio.
Líbreme Dios de influir, si es que pudiera, sobre la conciencia de los jueces que tienen que dirimir su culpabilidad o inocencia en este clamoroso asunto de la divulgación consciente de la correspondencia privada de un abogado y su cliente. Pero hay algunas cosas que han quedado muy claras tras este juicio sombrío en el que se está jugando la persistencia o no de un Estado de derecho en España digno de tal nombre.
¿Qué no hay pruebas? Creo que sí las hay, indirectas, claro, por el borrado general perpetrado. Pero, en cualquier caso, lo que sí hay son comportamientos poco racionales, e incluso absurdos, que encuentran fecundidad explicativa sólo cuando se supone la culpabilidad del Fiscal. En otro caso, no se entienden.
Verán. Uno. ¿Qué sentido tiene que el acusado borrase todos los contenidos de sus teléfonos móviles y dispositivos implicados donde podrían encontrarse las pruebas de su inocencia? ¿Hay algún inocente sensato en el mundo que se avenga a borrar los datos fehacientes que demostrarían que no es culpable?
Dos. ¿Qué sentido tiene que haya testigos llamados por la defensa del acusado que pudiendo aportar las pruebas de su inocencia no lo hacen acogiéndose al derecho a protección de sus fuentes? ¿Van a ser capaces de asistir a la condena de su defendido de manera impávida a pesar de saber que es inocente? Eso no es un dilema moral. Es complicidad con una injusticia radical.
Nada de esto tiene sentido. Privarse alguien de las pruebas certificadas que podrían exculparte y solicitar testimonios de quienes deciden no salvarlo, no puede explicarse sino como un desesperado intento de ocultar la verdadera trama y sembrar de dudas mediáticas - espero que no procesales -, en un proceso penal de gran relevancia para el futuro de la Justicia Independiente en España y de una democracia tal vez aún posible.
O sea, que más bien estamos ante un Alvarito o la fuerza de un timo, que pretende garantizarse, cuando llegue el momento, una fingida duda referible por ese ventero mayor, que bien podemos llamar el "Tuerto" por sólo disponer del ojo sanchista para mirar las cosas, que regenta esa venta que es ya el Tribunal Constitucional. Eso sí que casa.

